Circe Maia es considerada una de las voces más importantes de la poesía uruguaya y latinoamericana, sin embargo su obra no fue reconocida hasta hace poco tiempo y en Buenos Aires todavía cuesta conseguir sus libros. En ese sentido, la publicación de Obra Poética (Rebeca Linke Editoras, 2007) contribuyó a rescatar su figura y ya lleva tres reediciones. A continuación, un repaso por su historia y sus poemas. (Foto: Iván Franco/La Diaria)
Por Tamara Grosso*
«Cada poema debiera tener su forma intransferible»
Quizás la forma más honesta de hablar de la poesía de Circe Maia (Montevideo, 1932) es empezando por lo que ella misma dice sobre el género: “una de las veces que Antonio Machado se refiere a la poesía, la define como ‘respuesta animada al contacto del mundo´. La relación con la realidad es, por consiguiente, estrecha, íntima: se trata de un diálogo. Vemos en cambio, muy a menudo, que la poesía se ha vuelto un monólogo, perpetuo girar del pensamiento sobre sí mismo, oscuridad expresiva, acumulación de imágenes”.
En esa misma dirección, la idea de que la poesía debe iluminar y no oscurecer es algo que se mantiene en toda su obra. No hay hermetismo y, al mismo tiempo, hay una presencia total de un mundo cotidiano. Sin embargo, esa combinación no deriva en la ausencia de complejidad en sus poemas, volviéndolos más que atrayentes.
“Cada poema debiera tener su forma intransferible como cada objeto real tiene su color y figura propia. Es por esto que no me parece deseable el uso casi exclusivo de formas tradicionales»
En esa o prácticamente cualquiera de las frases que hacen de introducción para En el tiempo, el primero de sus libros, puede encontrarse un dejo crítico hacia cierto estilo dentro de la poesía. Ahora bien, rápidamente queda claro que no se está refiriendo solo a sus contemporáneos, sino que se atreve a cuestionar toda una concepción de lo poético.
“Cada poema debiera tener su forma intransferible como cada objeto real tiene su color y figura propia. Es por esto que no me parece deseable el uso casi exclusivo de formas tradicionales, como el soneto. (Este último es muchas veces preferido porque provoca más fácilmente la ilusión de que la plenitud del poema se ha logrado)”, dice en el mismo texto, demostrando lo que sus poemas reflejarán siempre: cada uno es por sí mismo una búsqueda por dar con la forma exacta para decir lo que se quiere.
Montevideo, Tacuarembó y la dictadura
Circe Maia forma parte del grupo de los escritores que escribieron «desde siempre»: su primer libro, Plumitas, se publicó en Montevideo por iniciativa de su padre en 1944, cuando ella tenía solo 12 años. El siguiente, En el tiempo, que se publicó en 1958, a los 25, ya se considera parte de su obra madura. Cuando las editoras de su Obra Poética le preguntan por el tema principal de su literatura, responde que si tiene que elegir uno sería el tiempo; como si desde el primer libro lo hubiera tenido claro.
Como gran parte de los escritores latinoamericanos de su generación, Maia sufrió en primera persona los estragos de las dictaduras militares locales. En 1972, solo cuatro días después del nacimiento de su hija menor, las fuerzas armadas irrumpieron en su casa de Tacuarembó –donde se había mudado en 1962- para llevarse a ella y a su marido. Finalmente deciden desistir del secuestro de la escritora porque la bebé tenía solo cuatro días de vida.
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Luego del encarcelamiento de su marido y la muerte de uno de sus seis hijos, la obra literaria publicada de Maia tuvo una pausa para luego reanudarse y alcanzar los 17 libros.
Su marido, Ariel Ferreira, estuvo 2 años preso, y la escritora fue desplazada de su trabajo como docente de educación secundaria. Mientras tanto dio clases particulares de idioma y continuó estudiando filosofía, carrera que estudió en varias universidades. Circe Maia relató el encarcelamiento de su marido en un libro en prosa, Viaje a Salto, que fue publicado diez años después en 1982. Luego del encarcelamiento de su marido y la muerte de uno de sus seis hijos, la obra literaria publicada de Maia tuvo una pausa para luego reanudarse y alcanzar los 17 libros.
La recopilación de nueve de sus libros y una conversación con la autora en su Obra Poética (Rebeca Linke Editoras, 2007) llevó a que en 2009 fuera reconocida con el Premio Nacional de Poesía e ingresará a la Academia Nacional de Letras de Uruguay. En Argentina, fue publicada una antología, La pesadora de perlas (Viento de Fondo, 2013), y en ese año visitó el Festival de Poesía de Córdoba de la mano de la reconocida escritora María Teresa Andruetto, una excepción a su escasa participación en ese tipo de eventos.
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La poesía de Circe Maia
En el tiempo, su primer libro, Circe Maia hace una serie de definiciones concretas sobre lo que cree que debe ser la poesía: “Su expresión adecuada es el lenguaje directo, sobrio, abierto, que no requiere cambio de tono en la conversación, pero que sea como una conversación con mayor calidez, mayor intensidad. La misión de este lenguaje es descubrir y no cubrir; descubrir los valores, los sentidos presentes en la existencia y no introducirnos en un mundo poético exclusivo y cerrado”. En esa línea, sus poemas son un diálogo constante con la cotidianidad, y están hechos de un lenguaje llano que no por eso deja de ser profundamente reflexivo.
«La misión de este lenguaje es descubrir y no cubrir; descubrir los valores, los sentidos presentes en la existencia y no introducirnos en un mundo poético exclusivo y cerrado”
También pueden hallarse en sus versos la presencia de una pregunta constante sobre la poesía y el lenguaje: “¿De qué manera ataco con palabras/ cosas tan delicadas?/ La mirada de un niño de tres meses? […]/ Hay que dar un rodeo / dar vueltas y volver sobre sonidos / sobre voces, oídas, leídas,/ tal vez muy usadas…” escribe en «Posibilidad» (El Puente, 1970).
Diez poemas de Circe Maia
Cosas que traje (En el tiempo)
I
Sobre el haz de la leña
era un hilo enredado;
envuelto y desenvuelto brazo amarillo
de fibras crespas
quemándose, sonando
con ruido de apretado chisperío
y luz violenta.
Del ovillo del fuego salió este hilo
lo saqué de su hambriento comer madera.
En la mano lo aprieto, paso en la boca
y da un gusto a escondida, salvaje fuerza.
II
Y me traje también una lámpara
de lenta luz fría
que encontré de noche.
La traje conmigo.
Alumbraba despacio y parejo
como un largo sonido remoto.
En mitad de la noche se abría
y soltaba destellos.
La corté como un tallo,
la corté, la traje,
para hundirme en su centro
y sentirle un helado latido.
III
Pero hubo un día, un día
que está todo conmigo.
Pero no era un día, fue de mañana, sólo
una sola mañana
de horas húmedas, viento de la reciente lluvia
ramas y hojas mojadas.
Si ahora llueve, si llueve
de aquí a unos días
o de aquí a muchos años,
se lavará de nuevo esta mañana
que está conmigo
lavada luz, lavado amor del día
chorreando gotas frías
amor callado.
Porque está toda entera: suena en palabras
que dijimos, en ruido
de hojas y de agua,
suena en alas y agudo grito de pájaros
o de algún largo galope.
Quedó conmigo.
Quedó su claro aroma, su color de neblina
y es un vaso de fresca alegría secreta
que me llevo a los labios.
No queríamos (En el tiempo)
No queríamos ángeles ni rosas
-claro que no queríamos-
aquella flor sin peso, sin su tierra
la rosa pura en soledad y frío.
No queríamos cielos de refugio
ni menos esa lluvia de de palabras
como una niebla fina.
Sino ver y vivir, estar y ver
junto con otros, descender los días
atravesar el tiempo de la mano
de mañanas veloces
por mediodías anchos de luz, junto con otros
caernos hacia el mismo corazón de la noche.
Manos (Presencia diaria)
Los gestos milenarios que repito
desde el tender la mesa a hacer dormirse
los niños, me descubren
de pronto, su otra cara.
Es mi mano y no es sólo la mía.
Vieja mano, viejísima, viniendo
desde siglos, se mueve
por detrás de una fría, gris mirada.
Visto y pensado, el mundo
contemplado, extendido
delante de los ojos
y los ojos buscando ver los hilos
de la espesa maraña.
Y sin embargo, manos
que nada ven, las ciegas
manos, mucho más hallan,
y sin buscar encuentran
una viva sustancia:
en palabras no entra
en los ojos no cabe.
Manos sólo la palpan.
El viaje (El puente)
Cruzamos, otra vez, el río Negro
de regreso, en el ómnibus, cansados,
y la anchura y el brillo nos despiertan.
¿Ves cómo me desvío? No es el río, no quiero.
O debe entrar ahora
la quietud, la dulzura
el verdor de los árboles
o las piedras y el agua. No era eso.
Es algo más oculto en este viaje,
más cercano que el río
pero se me resbala, no lo toco
casi con las palabras. ¿No da pena
ver este torpe esfuerzo? Pero escucha
compañero de viaje, mi callado
cansado compañero.
Se está cayendo el diario de tus manos
y con él el rumor del mundo cae.
Nos cerramos, dormimos, ya no estamos.
Ausentes de la tierra, del camino
y de su polvo, ausentes,
surgen sombras, imágenes, flotamos,
nos desprendemos neutros, apartados
del crujir de maderas
del ruido del motor, y más que nada
más que nada, cortados
de los ojos ajenos.
Es estar muertos, casi,
y no quiero, no quiero.
Si por la ventanilla penetrara
más anchamente, el mundo…
Los pueblitos borrosos, entrevistos
de madrugada, ajenos,
fuera de pronto, propios
-no más nombres en mapas, sino nuestros.
Más dolerían, más nos pesarían
cercanos y reales
quebrando sueños.
Si entrara la mirada taciturna
del hombre quieto, junto al alambrado…
También alzó los ojos la mujer que lavaba
y desaparecieron.
Nada real nos llega. Sólo un aire caliente
y una lámina verde, impersonal, ajena
que dura todavía al cerrarse los párpados.
Sigue el viaje. Callemos.
Posibilidad (El puente)
¿De qué manera ataco con palabras
cosas tan delicadas?
La mirada de un niño de tres meses
¿puede acaso tocarse
con las palabras «meses», «tres», «mirada»?
Hay que dar un rodeo
dar vueltas y volver sobre sonidos
sobre voces, oídas, leídas,
tal vez muy usadas…
Es posible que un día se abran
y en la hendidura brote
la mirada.
(?) (Dos voces)
El colmo de lo extraño:
que rodeado de objetos, casas, mundo, galaxias
y cientos de millones de personas
éste ser sea tan
extraordinariamente importante
que dice: «Yo» y él solo es eso
y nadie más.
Más nadie.
Casete (Dos voces)
Asalta el pasado sonoro:
una charla en una mesa, ruido de cubiertos.
Sólo alguien sabía del maligno aparato.
Los demás, inocentes,
fueron atrapados, y las risas y voces
quedaron presas en la extraña celda.
Juntos (De lo visible)
Todo lo eterno resultó un insulto
para la pobre planta pisoteada
también para los ojos que la miran.
Mírala.
Más vale ir juntos
-no te separes-
con la corteza que el viento arranca
salir volando.
Si se quiebra, quebrarse
quemarse, si se quema.
Ir desapareciendo
sin soltarse la mano.
Entrevistas (Superficies)
Las burbujas
y chispas
-consultadas-
dijeron
que querían quedarse por más tiempo.
Lo mismo declararon
los más duros cristales
y metales más viejos:
no hubo dos opiniones
sobre este tema.
-Tiempo.
-Más tiempo.
-Un poco más de tiempo.
Diferencia (Breve sol)
Lo que fue,
todavía se asoma
de a ratos.
Lo que no fue
grita un grito
horroroso
con su boca
sin labios.