El libro La ballena (Iván Rosado, 2016) de Cecilia Moscovich plantea un relato que utiliza los detalles y las miniaturas como impulso inicial para introducirse en diferentes profundidades: las de la naturaleza, la de la psiquis y la de los sentimientos. Atrapante y efectivo, sin caer en los lugares comunes, esta suerte de nouvelle encuentra en lo simple aquello que la destaca.
Sobre la autora
Cecilia Moscovich nació en Santa Fe, Argentina. Estudió Profesorado de historia en la Universidad Nacional del Litoral (UNL). Actualmente se desempeña como profesora de secundaria. Ha trabajado muchos años en promoción de lectura y ha coordinado talleres de lectura y escritura para niños y jóvenes. Ha publicado libros de poesía y novela infantil.
Las miniaturas infinitas
¿Cómo se vive en una ciudad donde los ríos son frontera? ¿Qué tan fluídos son los sentimientos de los habitantes que tienen tanta agua a su alrededor? Esas preguntas aparecen planteadas, subterráneamente, en La ballena (Iván Rosado, 2016) de Cecilia Moscovich. A través de los avatares del protagonista y sus detalles, un mundo aparentemente infinito, como el cuerpo del mamífero acuático, sale a la luz.
Un encargado de reconstruir la historia de un colegio centenario de su ciudad, encuentra debajo de las matas de polvo indicios que lo llevan a identificar aspectos claves de su propio pasado. La imagen de una ballena encallada hace 100 años es solo el puntapié para que lo inesperado y lo oculto aparezca. Esa diapositiva «desproporcionada y absurda» no hace más que desordenar todo aquello que parecía estar dispuesto a ser catalogado sin resistencia.
Con descripciones certeras y simples, el relato va ganando en potencia, profundidad y encanto con el lector. Moscovich evita los lugares comunes para que todo siga su ritmo natural, que al igual que la naturaleza, no necesita ser estático ni frenético. En esa dirección, puede leerse: «Había perdido tantas cosas ese año que sentía que estar cerca de la tierrita: no le daba el corazón para aventurarse demasiado lejos o demasiado solo». Lo mismo sucede con el paisaje: «Hacía frío, pero un sol generoso entibiaba la siesta».
Capaz de ser leído en una sentada, o en un viaje de mediana distancia, La ballena es una suerte de nouvelle contundente sin ser efectista, dejando que sean esas miniaturas y detalles las que logren mantener en pie la estructura del relato. En esa dirección, es un libro que, pese a su brevedad, deja un largo aliento en el lector. ¿Qué es lo que puede movilizarnos más allá de lo que esperábamos? Una ballena desorientada o un sentimiento, da igual: ambos son tan enormes que impresionan.