Cosmópolis de Fabián Soberón (Modesto Rimba, 2017) es un conjunto de crónicas sobre la ciudad de Nueva York, que aparece como ruidosa, caótica y al mismo tiempo bella. Lo estético no se busca en oposición al ruido de la metrópolis sino justamente en ese desorden: los retratos de Nueva York que crea el autor dan cuenta de una ciudad en la que se superponen el arte, la pobreza, los personajes excéntricos, la superficialidad y la profundidad, que conviven como si fueran piezas de un rompecabezas que encajan a la perfección a pesar del contraste.
*Por Tamara Grosso
Sobre el autor
Fabián Soberón nació en Tucumán en 1973. Es escritor, profesor universitario y crítico. Publicó la novela La conferencia de Einstein ( UNT, 2006), los libros de relatos Vidas breves (Simurg, 2007) y El instante (Raíz de dos, 2011), las crónicas Mamá. Vida breve de Soledad H. Rodríguez (Ed. Culiquitaca, 2013) y Ciudades escritas (Eduvim, 2015) y ensayos sobre y ensayos sobre literatura, arte, música, filosofía y cine en revistas de Nueva York, Miami y Buenos Aires. En 2015 ganó la beca de creación del Fondo Nacional de las Artes. Fue invitado al Brooklyn Book Festival 2015.
La estética en el caos
«La muerte pisa en todos los rincones del planeta, entre los árboles de un pueblo y en Manhattan, entre las torres indiferentes y los jardines de la infancia». Este fragmento de Cosmópolis es una perfecta muestra de la prosa cuidada y poética con la que Soberón cuenta su versión de Nueva York. Dejando incluso que algunos poemas se mezclen entre las crónicas, el autor compone un retrato de la ciudad que es a la vez la suma de una sucesión de textos que tienen un valor en sí mismos.
Las crónicas de Nueva York de Fabián Soberón están narradas desde la particularidad: los hijos, las vivencias y las apreciaciones personales son la constante que marca un punto de vista personal. Pero al mismo tiempo, los retratos construyen la ilusión de formar un mapa total y exhaustivo de la ciudad.
Soberón confiesa que la ciudad le gusta tal y como la percibe: anónima, ruidosa, desordenada y caótica. Así, se convierte en un observador de los detalles, que encuentra en los rincones y personajes de la ciudad un motivo para narrarla.
Los disimiles personajes de la ciudad son quizás la gran apuesta de estas crónicas: un vendedor de comida árabe que explica el mundo desde su carrito, un vecino excéntrico que realiza experimentos que su esposa desconoce, una joven que se fotografía a sí misma con una cena para dos ocultando que está sola, otra que atiende un restaurán chino en Brooklyn y un desconocido que llama insistentemente al teléfono preguntando por «Kebab» forman el mosaico de personajes que construyen la cosmópolis propuesta por Soberón.
Las crónicas dejan una impresión de Nueva York que resulta creíble y a la vez pincelada por la mirada particular, por un ojo atento que puede ver lo que no cualquiera se detendría a observar o escuchar en esa metrópolis bulliciosa. Alguien que no visitó Nueva York podrá imaginarla a partir de este libro, pero alguien que sí lo hizo seguramente encontrará en él una nueva forma de ver la misma ciudad.