Rápidamente podría decirse que Por todo lo que no me querés gira en torno a un triángulo amoroso. Esta fórmula simplificaría la comunicación, pero no le haría demasiada justicia a la pieza escrita y dirigida por Agustina Gielis (dramaturgia compartida con María Victoria Taborelli), porque su propuesta va mucho más allá y ciertamente no se agota en lo llano de un planteo digno de las peores telenovelas mexicanas. Aquí se propone un juego teatral sutil de tres cuerpos que intentan seguir siendo lo que son o dejar de serlo por completo. La obra puede verse los jueves a las 22.30 hs. en el Teatro Polonia (Fitz Roy 1475).
Ya en la primera escena se plantea la tensión que atravesará a estos tres personajes a lo largo de todo el relato: Julia (María Canale), Manuel (Ramiro García Zacarías) y Freddy (Diego Miccige). En ese primer vistazo a sus vidas, el espectador será testigo de una disolución y, al mismo tiempo, de un origen: mientras la pareja de Julia y Manuel comienza a resquebrajarse, se produce el encuentro entre ella y Freddy, colega y mejor amigo de Manuel. En esta primera imagen se presenta un cúmulo de emociones: hay una traición, hay desilusión, pero también hay esperanza, deseo.
La escena siguiente sitúa a los tres personajes en una fiesta: luces psicodélicas, música fuerte y varias rondas de tragos. Se trata de un evento organizado por Manuel en nombre de la empresa que lidera, para cerrar el negocio más importante de su vida con un grupo de inversores alemanes. Julia aparece allí como parte de un decorado que Manuel ha dispuesto rigurosamente para complacer a sus agasajados. Sin embargo, en su breve actuación ella logra capturar a todos los presentes a través de una voz seductora y la sensualidad de su baile. Manuel no le presta mucha atención y parece demasiado preocupado por saber si las palabras de la canción interpretada por Julia pertenecían al francés o al alemán.
El clima de la fiesta y su ruido ha sido una gran elección dramática porque permite contrastar ese estallido tosco con el profundo silencio en el que habita cada uno de los personajes
Mientras Manuel se obsesiona con esos detalles más bien absurdos en una actitud arrogante que lo conduce a ubicarse en el centro de todos los acontecimientos, Freddy contempla a Julia: él no sólo la mira sino que la ve, la observa, la estudia, la entiende. Esa actitud hacia ella encuentra su mejor metáfora en la «chica del cuadro» que Manuel no es capaz de ver siquiera, porque está demasiado enfocado en sus asuntos.
En uno de los picos más altos de la pieza, Julia monologa en soledad -un poco borracha- recostada sobre la baranda del balcón. Entonces se pregunta: «¿Por qué lo que es tiene que dejar de ser? Está todo mal pensado, mal hecho…». Y quizás en esas pocas líneas se condense el corazón de una obra que no sólo intenta revelar los pormenores de un caso tan trillado (aunque inagotable) como el triángulo amoroso, sino que además trata de indagar en las profundidades de las decepciones frente a la vida y las personas.
Esta puesta se vale con gran ingenio de todas las posibilidades y recursos que otorga un espacio como el Teatro Polonia
En medio de ese desenfreno estático (valga aquí esta suerte de oxímoron), uno de los personajes toma una decisión que le cambiará la vida a los tres. Y, en este sentido, el clima de la fiesta y su ruido ha sido una gran elección dramática porque permite contrastar ese estallido tosco con el profundo silencio en el que habita cada uno de los personajes. Pareciera ser que ya no hablan consigo mismos; no se hacen preguntas porque temen las respuestas. En medio de ese caos salvaje y un poco impostado -el deber de divertirse- aparece una solemnidad de la cual no podrán volver. Todos saben pero nadie se atreve a hablar.
Esta puesta se vale con gran ingenio de todas las posibilidades y recursos que otorga un espacio como el Teatro Polonia. Ese pequeño escenario oficia como departamento, salón de fiestas o balcón, y habilita la intimidad imprescindible para una obra que -a través de interesantes estrategias- logra interpelar a los espectadores con una gran potencia. Cabe destacar las virtudes interpretativas de María Canale para este papel que de alguna manera resignifica a esa «chica en el cuadro» que no todos son capaz de ver y, sin embargo, allí está.