La nueva película del director finés Aki Kaurismäki narra la historia de Khaled, un inmigrante proveniente de Siria que llega a Finlandia por error, tras un ataque militar contra su pueblo. Todas las casas han sido destruidas, todos los vecinos han muerto bajo el peso de los escombros y a Khaled le han arrebatado su familia, excepto por la hermana. Ella sobrevive a la tragedia y consigue escabullirse entre las ruinas, pero ninguno sabe dónde está el otro y el protagonista decide salir del país con el único propósito de encontrarla. El material de Kaurismäki propone una mirada aguda, comprometida y no sin algunos matices de humor trágico sobre una de las problemáticas contemporáneas más preocupantes: la inmigración y la xenofobia que trae consigo.
El otro lado de la esperanza constituye una muy buena carta de presentación del cine finlandés en la cartelera cinematográfica nacional. Kaurismäki retrata con agudeza y compromiso una temática contemporánea tan ríspida como la inmigración. Todo cruce de fronteras implica, de algún modo, lanzarse al vacío, y el protagonista de esta historia también deberá pagar el precio por ese reencuentro. Khaled (Sherwan Haji) llega a Finlandia por azar, a bordo de un barco y en calidad de polizonte. Allí intentará obtener asilo por vías legales: acude a la estación policial más cercana e inicia los trámites para la solicitud, pero evidentemente nada resulta tan sencillo para alguien que proviene de Siria.
Gestos medidos, movimientos precisos, rostros áridos muy bien trabajados para ser capturados por la destreza de Kaurismäki
Tras una exhaustiva serie de entrevistas con preguntas tan insólitas como invasivas, el Estado finlandés niega la solicitud alegando que el pueblo de Khaled no está expuesto a verdaderos riesgos de ataque. La lectura del veredicto final en la voz del policía (Tommi Korpela) marca un sólido contraste con las imágenes de una escuela siria volando por los aires a causa del lanzamiento de misiles sobre lo que ha quedado en pie en el poblado de Khaled. Por otra parte, dos tomas idénticas definen momentos diferentes en la evolución del personaje: en la primera, él asciende sigilosamente la escalera del barco para llegar a cubierta, con su cara repleta de carbón; en la segunda, ni siquiera debe molestarse en subir los peldaños porque una escalera mecánica lo saca a la superficie desde la boca del subte, esta vez con su rostro impecablemente aseado.
Sin embargo, a pesar de las mejoras visibles en su aspecto físico (a Khaled se le ha concedido alojamiento, aseo y comida en uno de los refugios estatales), su situación no ha mejorado demasiado, y en ambos casos quien asciende las escaleras es un refugiado, un indeseable, un blanco fácil, un peligro potencial. El punto de inflexión en el relato está definido por la lectura en tono marcial de ese veredicto a través del cual el Estado le da la espalda y —de la noche a la mañana— lo convierte en un ilegal. Con el sello de «delincuente» ya estampado en su frente, el joven sirio decide hacerle honor a ese rótulo quebrantando algunas leyes, para poder permanecer en tierras finesas hasta encontrar a su hermana. Pero las fronteras entre legalidad e ilegalidad parecen tan inexpugnables como aquellas que dividen países o seres humanos.
A partir de allí, Khaled ingresa en el terreno de la clandestinidad y se ve obligado a sobrevivir en las calles, con todas las complicaciones que eso supone para un inmigrante sirio. Pero en su camino se cruza Wikhström (Sakari Kuosmanen), un hombre que a sus cincuenta y tantos se ha divorciado y decide comenzar de cero tras encontrar la fortuna en una mano de póquer. En ese cruce de destinos intervienen otros personajes en el ambiente de un restaurante que podría definirse como un espacio desopilante y surrealista: los tres actores que interpretan a los empleados del lugar han amasado sus personajes con un matiz austero que resulta sumamente efectivo en el plano del humor. Gestos medidos, movimientos precisos, rostros áridos muy bien trabajados para ser capturados por la destreza de Kaurismäki.
Kaurismäki retrata con agudeza y compromiso una temática contemporánea tan ríspida como la inmigración
En El otro lado de la esperanza no sólo es posible hallar un abordaje comprometido con los relatos contemporáneos acerca de la inmigración, sino también un excelente trabajo con la cámara, una fina atención hacia los detalles que componen la estética propia de cada ambiente y un exquisito ajuste en las actuaciones: desde el gesto más imperceptible se logra construir un ritmo y un tono que favorecen toda la dinámica del film. Se trata de un modo de hacer cine que no suele verse muy seguido por estos pagos, así que vale la pena acercarse a las salas para reencontrarse con o descubrir a Kaurismäki. El otro lado de la esperanza es una gran puerta de ingreso al cine finés.
Palabras del director
«Con esta película me he esforzado en romper con la visión europea de que todos los refugiados son víctimas patéticas o emigrantes arrogantes que invaden nuestros países para quitarnos el trabajo, la mujer, la casa, el coche»
El detalle
A lo largo del film aparece una serie de tomas que registran deliciosos momentos musicales; se trata de selectas piezas filmadas en plena calle, en una taberna o en un club barrial, lugares que Khaled va trazando en ese mapa impreciso con cada decisión tomada a lo largo de su recorrido. A modo de respiro entre una escena y otra o bien como pulso narrativo, esas breves tomas configuran grandes momentos de la película: muy buenos músicos y exquisitas canciones redondean un guión que no pierde el humor a la hora de contar lo más trágico.