El “Olimpo” fue uno de los Centros Clandestinos de Detención, Tortura y Exterminio (CCDTyE) ubicado en la Ciudad de Buenos Aires durante la dictadura cívico-militar. A 39 años de su puesta en funcionamiento, el 16 de agosto de 1978, recuperamos las huellas que quedan del terror del genocidio en aquel espacio, y la reconfiguración del lugar en un sitio de memoria que logra cuestionar e interpelar a toda una sociedad en el presente. (Fotos: Fran Rodriguez)
El “Olimpo” funcionó, en el marco del plan sistemático de genocidio ejecutado por la dictadura cívico-militar, como uno de los Centros Clandestinos de Detención, Tortura y Exterminio (CCDTyE) en la Ciudad de Buenos Aires. Su puesta en función se dio a partir del 16 de agosto de 1978 hasta fines de enero de 1979, en un predio perteneciente a la Policía Federal, ubicado en pleno barrio porteño de Floresta, entre las calles Olivera, Ramón Falcón, Lacarra, Rafaela y Fernández, ocupando una manzana entera.
Como la mayoría de estos espacios, cumplía con la lógica de funcionar de forma clandestina pero en paralelo situarse en lugares céntricos para evitar pasar desapercibidos. Estos centros fueron instalados en las grandes ciudades, en el medio de los barrios y a la vista de todo el mundo, jugando con la contradicción de ser clandestinos, pero a la vez mostrando, tanto que era imposible no verlos, no pensarlos, no evitarlos siendo conscientes de que allí algo sucedía.
A 41 años del genocidio ocurrido en Argentina, la transformación de los ex centros clandestinos de detención en sitios de memoria y espacios para la reflexión colectiva es un eje fundamental para remarcar su importancia histórica en la actualidad, para repensar el pasado, para conectarse con las historias de militancia y los proyectos de vida de las personas que pasaron por estos lugares donde imperó el terror pero, también, la solidaridad de los compañeros.
La historia de un centro clandestino planificado para durar
El Olimpo funcionó en una estructura construida específicamente por agentes del Servicio Penitenciario para funcionar como Centro Clandestino. El mismo se instala en un predio perteneciente a la División de Automotores de la Policía Federal y formó parte del circuito represivo conocido como “ABO”. Este centro, junto a El Banco, ubicado en La Matanza, y Club Atlético, situado en el barrio porteño de San Telmo, operaron de modo sucesivo a cargo de los mismos grupos de tareas. Los detenidos, que, tras la demolición del Club Atlético habían sido trasladados a El Banco, luego fueron trasladados finalmente al Olimpo, como se pudo saber con el testimonio de los sobrevivientes y el proceso judicial que enmarca este circuito.
En conversación con La Primera Piedra, Maryline Joncquel, una de las trabajadoras del Espacio para la memoria Ex Centro Clandestino de Detención, Tortura y Exterminio «Olimpo», comenta: «De las 500 personas que pasan por el Olimpo, sobreviven aproximadamente 100, el resto desaparece a través de los vuelos de la muerte. Esos 100 sobrevivientes, en su mayoría aportan información sobre el lugar. Pero de los 400 restantes, solo hemos podido recuperar 100 historias de vida, con nombre, apellido, fotos, fecha de secuestros y organización a la que pertenecían». La estimación de la cantidad de personas que pasaron por este centro se da gracias a los testimonios de los sobrevivientes y a la asignación que los represores hacían a los detenidos con números y letras.
“Uno ni siquiera tiene el derecho de conocer en qué momento va a ser torturado. No tiene derecho a ir al baño, sino se les ocurre que uno pueda ir al baño. No tiene derecho a comer, por supuesto. No tiene derecho absolutamente a nada, si siquiera a tener un calzoncillo propio. Es decir, no hay nada, absolutamente nada de uno. No hay derechos, el único derecho que uno conserva, es la posibilidad de pensar y lo hace con miedo también. Lo hace con miedo de que con esos pensamientos en la noche, se transformen en un sueño en voz alta y que alguien los escuche. Entonces la tortura física es lo de menos».
Horacio Seillant, sobreviviente de El Olimpo.
El predio del Olimpo, antes de convertirse en un centro clandestino y denominarse de esa forma, era un lugar simbólicamente importante para el barrio. A principios del siglo XX se construyó para ser una estación de tranvía y luego se convirtió en una central de colectivos, es decir que siempre fue un espacio público, en el que había constantemente vecinos del barrio y trabajadores, además de conectar a las personas que vivían allí con el centro porteño. Era muy claro el rol que cumplía este lugar para quienes lo transitaban cotidianamente. «Eso va a cambiar drásticamente con la duda y el temor que empieza a generar cuando este lugar lo toma la policía», manifiesta Maryline, dado que un tiempo antes de la dictadura iniciada en 1976 el predio pasó a manos de la institución policial.
Cuando se recuperó el sitio en el año 2005, se inició en el barrio un trabajo de recolección de testimonios, de encuestas y de recuperación de la información con la que podían contar los vecinos. De esta forma, se pudo conocer que en el año 1976 el espacio en el que se ubicó el centro clandestino empezó a entrar en obra, se controlaba la circulación por las veredas del predio, se construyeron garitas de seguridad y se cerraron los accesos al espacio. También, se vio cómo empezaron a cambiar las ventanas hacia afuera y cómo se armaba algo nuevo y distinto. Efectivamente era la construcción de lo que iba a ser el Centro Clandestino.
«La Policía junto al Servicio Penitenciario van a poner en pie una estructura muy distinta a otros centros que se acomodaron con lo que había. Acá se construyen celdas. Si uno ve la cantidad de cemento y herramientas utilizadas, pareciera un proyecto planificado para durar años. Uno no construye un espacio tan sólido para que dure unos meses», asegura Joncquel. Lo que terminó sucediendo es que el espacio como centro clandestino solo duró unos seis meses. La construcción demoró dos años, por lo que recién pudieron utilizarlo a mitad de 1978. El 16 de agosto de ese año ingresó el primer grupo de detenidos-desaparecidos que venían de El Banco.
«No dura todo el tiempo que hubiesen querido por la llegada de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos en 1979. Uno de los lugares donde iba a ser una visita porque era denunciado en el extranjero era el Olimpo. Y acá era imposible ocultarlo, como hicieron en la ESMA, entonces deciden desmantelarlo». De esta forma, el último traslado de detenidos que salió del Olimpo para ser desaparecidos fue a fines de enero de 1979. Algunos detenidos fueron liberados y dejados en libertad, otros fueron llevados a distintos centros clandestinos. «El criterio era totalmente arbitrario. Tenía que ver con la lógica también de si alguien iba a salir con vida o no, esa tortura psicológica que fue la más dificil».
Los sobrevivientes, no sólo del Olimpo, sino también de la dictadura cívico-militar en general siguieron viviendo la tortura psicológica a la que los habían sometido por muchos años: «Aunque fueran liberados en el año ’79 o ’80, muchos sienten que recuperaron realmente la libertad pasado 1983 y más. Los represores seguían teniendo sus números de teléfono, sus direcciones, seguían amenazandolos aún en libertad. Salir de estos lugares con vida implicaba recibir llamados o volver a ser secuestrados. Había un constante control sobre ellos. El caso de Jorge Julio López demostró que siguen teniendo poder y control por quienes fueron sus víctimas aún hasta el día de hoy».
Recuperar su lógica clandestina
El predio, durante todo el funcionamiento del centro clandestino siguió funcionando con las tareas cotidianas de la policía. El espacio concreto en el que se encontraba el centro clandestino, su sala de tortura, el casino de los oficiales y las celdas de los detenidos estaba ubicado del lado que da a la calle Lacarra, dónde se abre en diagonal la calle Fernández. Si uno camina por esas cuadras, se puede dar cuenta de que la distancia entre el sector en que eran torturadas las personas que pasaban por allí y las casas y negocios ubicados en frente o cercanos al predio era de unos pocos metros.
“En el sector de incomunicados las ventanas estaban tapiadas con ladrillo. Las ojivas de las ventanas daban a la calle Lacarra. Por ahí escuchaba todas las noches a un canillita ofreciendo los diarios”.
Isabel Cerruti, sobreviviente de El Olimpo.
«Muchos relatos de vecinos recuerdan los ruidos, la música en un volumen alto y la radio fuerte durante la tortura. Y la imposibilidad que sentían de no poder hacer nada con respecto a esto. Una persona que era chico en esa época, tenía un tío que vivía acá en frente que escuchaba todo y quería hacer la denuncia, y toda la familia le decía que no había manera de denunciar. Otros cuentan que permanecieron durante meses con la persiana baja para intentar evitar que entraran esos ruidos. Una persona tenía un taller textil y cuando escuchaba que acá subían el volumen, él le ponía la música más fuerte a las costureras para evitar cualquier tipo de contacto con eso que estaba sucediendo. Cuentan también que estaba prohibido caminar por las veredas del Olimpo, había que cruzar y caminar enfrente. Los vecinos tenían que encontrar maneras de poder convivir con un centro clandestino tan cercano. Y se generaban, también, un montón de mecanismos psicológicos para no hacerse cargo», relata Maryline.
La búsqueda de la verdad, la comprobación de los testimonios y la jerarquía que adquieren estos espacios como sitio histórico se comprueba cuando los mismos pueden servir como prueba judicial y certificar lo testificado por los sobrevivientes. «El edificio te empieza a hablar», así lo señala Walter Silva a La Primera Piedra, uno de los arqueólogos que se encarga de conservar y preservar el espacio. «Es muy importante el trabajo que hacemos acá porque podemos podemos contar la historia del espacio antes de ser centro clandestino, durante y después. Pero luchamos contra el tiempo y contra una construcción muy precaria», sentencia.
Todo el trabajo que se realiza para sostener el lugar lo mejor posible tiene el objetivo de formar parte del proceso judicial que se está llevando adelante y contribuir, de esta forma, a lograr memoria, verdad y justicia. La conservación y la señalización del espacio se realiza sin modificar ni reconstruir, para marcar cómo se actuó sobre estos espacios. «Cuando los sobrevivientes te dicen algo que podés corroborar le devolves un pedazo de historia, vas rescatando esa historia. Y eso lo podés ver según los materiales, la pintura y las modificaciones que hicieron encima para tapar o refuncionalizar el lugar», remarca Walter. «Es necesario conservar el edificio porque todo lo que puedas recoger sirve para investigar».
Mediante los testimonios de sobrevivientes y el trabajo en el lugar se conoce que había dos sectores de celdas denominados «Población» e «Incomunicados». Este último era el lugar al que depositaban a los que recién llegaban para que justamente no tengan información sobre quienes estaban en el espacio y, también, para ser llevados a la sala de tortura que estaba instalada justo al lado. Quienes pudieron ver por debajo de las vendas o quienes hacían trabajo esclavo de reparación, cocina, limpieza o mantenimiento y podían circular sin vendas encontraron que el centro clandestino estaba armado con las mismas puertas, ventanas y objetos que el Club Atlético: «Es el mismo centro clandestino que se va mudando con los mismos secuestrados, represores y con los objetos materiales», señala la trabajadora del espacio.
“La situación de la tortura no se limitaba a la aplicación de la picana, la tortura era la metodología de la vida cotidiana, como lo era la crueldad, que no estaba ligado a la personalidad de cada represor. El sistema estaba pensado para hacerlos desaparecer físicamente, anímicamente y moralmente”.
Daniel Aldo Merialdo, sobreviviente de El Olimpo.
El lugar era completamente vigilado, así cuenta Maryline: «En los techos de las celdas había guardia constante. Además, había una ventana que estaba hecha especialmente para hacer vigilancia sobre todo el predio, construido realmente como una suerte de panóptico y poder observar todo el tiempo a todo el mundo y que nadie pudiera escapar, a diferencia de otros centros clandestinos que estaban menos planificados en términos de seguridad y hay quienes pudieron escapar. De este lugar no había ninguna posibilidad».
La impunidad de la democracia
En 1979, cuando se desmantela el centro clandestino y se van los grupos de tareas, la policía federal se queda en el espacio. Sin embargo, destruyen gran parte del centro y con el tiempo lo van a ir cambiando y modificando. «La impunidad cobra materialidad cuando vos entras y no hay más celdas, las tiraron abajo, las destruyeron, modificaron el centro clandestino. No hay ningun policia que esté imputado o haya ido preso por haber modificado algo que es prueba judicial y transformado dramáticamente del lugar. Eso es impunidad», sentencia Maryline Joncquel.
No obstante, si la intención era ocultar, las modificaciones que realizaron desde el desmantelamiento del Olimpo desde 1979 están mal hechas, se notan, se reconocen a simple vista. Entonces, mientras que estos cambios fueron pensados para ir tapando lo que fue el centro clandestino, al mismo tiempo, dan cuenta de que no era necesario ser tan meticulosos porque no iba a pasar nada: aunque destruyeran las pruebas materiales del genocidio, no importaba porque había leyes que los ampararon durante muchos años. También, se va a ir modificando la forma de acceder a los distintos espacios para que no concuerde con los testimonios de los sobrevivientes, al igual que como sucedió en otros centros clandestinos.
“Me empiezan a llamar la atención unas líneas blancas que hay en el piso, como si era una gran playa de estacionamiento. Abren un portón que era acceso al campo, me hacen sacar unos tachos de basuras de unos 3 o 4 metros, y ahí sí vi que había muchos autos estacionados, era temprano a la mañana y veo una edificación baja que me dí cuenta que estaba cerca de mi casa. Estaba a tres cuadras de mi casa.»
Jorge Osvaldo Paladino, sobreviviente de El Olimpo.
La recuperación del espacio
La recuperación del sitio donde funcionó el Centro Clandestino de Detención, Tortura y Exterminio “Olimpo” se construyó desde abajo. Son las organizaciones de derechos humanos y sociales, políticas, sobrevivientes, familiares y vecinos quienes demandaron la necesidad recuperar el espacio y remarcar la necesidad de que la Policía abandone el predio que mantuvo hasta el 2005.
El Olimpo fue reconocido como Centro Clandestino por diversos testimonios, sumados al informe «Nunca Más» de la CONADEP en 1984, y esto permitió luchar desde el retorno a la democracia por su recuperación. Durante la década de 1990 se impulsaron diferentes actividades y proyectos territoriales en el barrio centrados en la memoria sobre lo sucedido durante la última dictadura cívico-militar y, en particular, lo sucedido en el centro instalado en el barrio. Hubo marchas, escraches y festivales que reclamaban el desalojo de la Policía Federal.
Gracias a la movilización popular, en octubre del 2004, se firmó un convenio entre la Presidencia de la Nación y la Jefatura del Gobierno de la Ciudad, que estableció la transferencia del dominio del predio para que funcione “un sitio de recuperación de la memoria histórica de los crímenes cometidos por el terrorismo de Estado y de promoción de los derechos humanos y los valores democráticos”. El 8 de junio de 2005, finalmente, la policía fue desalojada del sitio y desde ese entonces la recuperación del espacio se da como lugar de discusión, de pensamiento y de acción.
Transmitir la memoria por generaciones
«Las visitas que realizamos en el espacio las terminamos en el lugar de las historias de vida y militancia de quienes estuvieron detenidos en el Olimpo. Lo hacemos para devolver esa identidad que el centro clandestino les intentó borrar», manifiesta Maryline mientras muestra las carpetas de cada una de las personas identificadas que pasaron por el lugar. Allí se pueden ver las fotos que los familiares acercaron, sus historias, los recuerdos de sus amigos, su compromiso político y los distintos aspectos que formaban parte de su vida y el genocidio les arrebató.
Estos espacios, los sitios de memoria, nacieron con un objetivo claro de recordar lo sucedido para tener memoria sobre uno de los hechos más trágicos de la historia argentina, pero en la actualidad se trabaja en la concientización y la ampliación de derechos para los jóvenes que visitan el espacio. «Nuestra intención es que los espacios sirvan no solo para relatar sino para seguir trabajando para la posteridad».
La militancia de los trabajadores de estos espacios
La relevancia que adquiere el trabajo de cuidado y conservación de los espacios, como la transmisión de la memoria es fundamental para que este tipo de proyectos se profundicen, como lo es también el presupuesto para armar distintas actividades, la compra de materiales para lo que es la conservación del sitio y la continuidad de sus trabajadores. En el sitio de memoria del Olimpo, algunos trabajadores se encuentran en planta permanente y otros en planta transitoria con contratos que se renuevan anualmente, es decir, que actualmente tienen contrato hasta diciembre de 2017. En este sentido, Maryline manifiesta: «Juegan con esa inestabilidad laboral que tenemos. Todos asumimos que van a apostar al vaciamiento progresivo, de a poco».
“Cuando entré al Olimpo lo primero que me dijeron fue: ‘Somos Diosito’, así en diminutivo. Si no cantás, te vas para arriba. Acá ni siquiera tenés derecho a elegir cuándo vas a morir”. «En la oficina de Inteligencia, sobre la pared, habían puesto un gran paño rojo con un gran círculo blanco en el centro y dentro, una cruz esvástica”.
Mario César Villani, sobreviviente de El Olimpo.
Por su parte, Walter Silvia define así el trabajo que llevan adelante hoy en el espacio: «Resistir sin nada, eso es lo que hacemos. Trabajamos en la conservación y restauración sin materiales ni acompañamiento». Los trabajadores de los sitios de memoria son quienes sostienen los espacios, con las herramientas que tienen, con su militancia por los Derechos Humanos y con la firme convicción de la necesidad de mantener en pie estos lugares.
Huellas y consecuencias de un genocidio
«Tras las visitas entendes que hoy los pibes viven una realidad que es consecuencia de esa dictadura». No sólo por la persistencia de prácticas represivas en democracia, sino también por el modelo económico que lograron instalar. «También en entender que los centros clandestinos funcionaron como dispositivos hacia el interior y hacia afuera. Buscaban disciplinar mediante el terror a toda la sociedad». Todas estas lógicas siguen operando en la actualidad y la vigencia de estos sitios busca constantemente cuestionarlas.
Por su parte, aún al día de hoy, toda la información que se ha logrado recuperar es gracias a los testimonios de los sobrevivientes. Sin embargo, la exigencia de la apertura de los documentos y la desclasificación de información es sumamente necesario para seguir reconstruyendo lo sucedido. «Los compañeros cuentan que se hacían copias por triplicado de los registros de quienes ingresaban y pasaban por el Olimpo. Se sabe que hay archivos fotográficos de los detenidos. Todo eso deben tenerlo escondido en algún lugar, pero no dicen nada por el pacto de silencio y la complicidad que existe entre ellos».
Una de las huellas más profundas y en las que sigue haciendo mella el genocidio es en la apropiación de personas cuando eran bebés. Este delito se sigue cometiendo en la actualidad, genera consecuencias profundas en las identidades apropiadas y en una sociedad que sigue viviendo en la mentira. En el Olimpo pasaron tres mujeres que estaban embarazadas y por los testimonios se conoce que fueron a dar a luz al Hospital Naval u otros centros clandestinos. Otras mujeres ya tenían hijos al momento de su secuestro y fueron apropiados durante la detención-desaparición de sus padres. Tal es el caso de Claudia Poblete Hlaczik que fue recuperada por Abuelas de Plaza de Mayo en 1999 y sus padres fueron vistos por última vez con vida en este centro clandestino.
El Olimpo, como otros sitios, cuenta distintas historias y refleja el genocidio planificado por múltiples sectores de poder hacia un conjunto concreto de la sociedad. Maryline Joncquel, como trabajadora del espacio, así lo entiende: «Estos espacios cargan con mucha información, no se trata solo de celdas, en estos espacios están las historias de vida de los detenidos, están las militancias y las ideas políticas que representaban, están también sus proyectos de vida. La historia argentina y la impunidad de los ’80 y los ’90 también se puede ver reflejada en estas paredes». La importancia de que la memoria siga viva y estos espacios la sigan resignificando.