«Compuse una variación de todas las luces que adquiere una madre: desde el amor hasta el odio, pasando por el acoso al hijo, destruirle la vida», afirma Ariana Harwicz, autora de Matate, amor, libro recientemente reeditado por Mardulce. Sus tres novelas crean una suerte de trilogía que rompe estereotipos y explora tabúes al interior de los vínculos familiares, con una narración punzante atravesada por rincones poéticos. (Fotos: Caos Producciones)
Sobre la autora
Ariana Harwicz nació en Argentina, en 1977. Estudió guión cinematográfico en la Escuela Nacional de Experimentación y Realización Cinematográfica, dramaturgia en la Escuela de Arte Dramático, licenciatura en Artes del espectáculo en la Universidad Paris VIII y realizó un máster en Literatura comparada en La Sorbona. Escribió obras de teatro como Sobre llovido, mojado y El mal está hecho y dirigió el documental El día del Ceviche. Su primera novela, Matate, amor, (Mardulce, 2017) fue publicada originalmente en 2012 por las editoriales Paradiso, en Argentina, y Lengua de Trapo, en España. Le siguieron La débil mental (Mardulce, 2014) y Precoz (Mardulce, 2015).
La violencia de la normalidad
¿Qué pasa cuándo cuándo los vínculos familiares estallan para dar lugar a zonas oscuras y desconocidas? Las novelas de Ariana Harwicz dan la respuesta: exploran un terreno incómodo que enfrenta al lector con una respiración sofocante, una intensidad que empieza con Matate, amor y se extiende a través de La débil mental y Precoz. La autora propone estos libros como una suerte de «trilogía involuntaria», personajes que no comparten tiempo ni lugar, pero que se encuentran unidos por un vértigo que inunda la prosa y recorre la «violencia contra una vida normada».
La potencia del lenguaje filoso y poético abre una fisura que parte el modelo idealizado de maternidad, indagando en la conciencia de personajes alejados de los ámbitos sociales tradicionales . «Tenía que irme a los márgenes para desplazarme a mí como narradora y para correr los comportamientos de lo que hay que hacer», afirma Harwicz.
— Matate, amor, La débil mental y Precoz son tres libros conectados en cierta forma por la ruptura de estereotipos respecto al rol convencional de la maternidad, ¿cómo fue que surgió esa idea?
— En realidad no tuve un a priori de cómo pensar la maternidad. Estas tres novelas, que son como una pintura o una trilogía involuntaria, surgieron de esa manera: involuntaria. No me daba cuenta de que estaba retratando a una madre en un estado mental alterado, depresiva, masculinizada o una madre otra que no desea a su hijo. En el momento no me daba cuenta si era transgresor. Escribí este autorretrato de esta mujer que se extiende a La débil mental y que se termina extendiendo en un último grito a Precoz desde la necesidad más absoluta, pero es cierto que, pos escritura, me doy cuenta de que compuse una variación de todas las luces que adquiere una madre: desde el amor hasta el odio, pasando por el acoso al hijo, destruirle la vida.
— Son novelas que también juegan con tabúes al tematizar zonas oscuras de los vínculos filiales. ¿Cómo trabajaste eso?
— Se supone que el arte tiene esa misión: derribar tabúes, desautomatizar comportamientos. La escritura, las obras de teatro, las películas que me interesan a mí, trabajan siempre brutalizando las convenciones o, como decía Proust, rompiendo el cristal de la costumbre. Por eso, para mí, arte y costumbrismo son casi antípodas, oxímoron. Como te decía antes, no hubo un tratamiento ni un plan para trabajar con los tabúes, aunque finalmente termino indagando en zonas que dan pudor y que a mí misma me daban pudor, con zonas de la amoralidad o de la ilegalidad, quizás por eso los personajes son siempre marginales. Están desarmados, son personajes rotos, familiarmente hablando.
Se supone que el arte tiene esa misión: derribar tabúes, desautomatizar comportamientos. La escritura, las obras de teatro, las películas que me interesan a mí, trabajan siempre brutalizando las convenciones o, como decía Proust, rompiendo el cristal de la costumbre.
— ¿En qué sentido te ayudó que los personajes sean marginales para construir las historias?
— Me resultó mejor para correrlos de la sociedad, de lo que hay que decir y lo que hay que hacer, de los parámetros de normalidad y de las normativas. Tenía que irme a los márgenes para correrme a mí como narradora/ narrador y para correr los comportamientos de los personajes y de lo que hay que hacer. Por eso están en el campo, pero en un lugar que no se entiende bien dónde es, en una zona borrosa, poco vigilada y legislada, están mal de papeles. Siempre me interesa trabajar esas zonas. También pasa con el tiempo. En las tres novelas la cronología está viciada, turbia, muy alterada.
— ¿Cómo ves ese panorama de ruptura de las convenciones en la escena literaria argentina?
— Lo veo en la literatura pero también mucho en el teatro y la poesía. Cierta literatura, no toda, está en zonas más cómodas y menos riesgosas pero, en cambio, la poesía y el teatro siempre están en lugares de mayor riesgo. Vi muchas obras de teatro en el circuito off que son geniales y apuntan a esto: a la violencia contra una vida normada, la violencia que supone la familia contra esa imagen extasiada de la maternidad ideal.
Cierta literatura, no toda, está en zonas más cómodas y menos riesgosas pero, en cambio, la poesía y el teatro siempre están en lugares de mayor riesgo.
— ¿En qué influenciaron tus estudios en cinematografía y dramaturgia en la escritura?
— Compongo a través del teatro y del cine, pero más que nada de la pintura y el teatro. Es como si fueran condensaciones. Todos los pintores pintaron a lo largo del tiempo la relación madre-hijo: desde las pinturas rupestres hasta hoy, en el siglo XX, que ves a Picasso, Botero, El Greco…Todos trabajan con la madre y el hijo y de esas representaciones queda también algo de todo eso como para componer la relación de mis novelas. Es como una transposición de un lenguaje a otro: de la pintura a la escritura. También me pasa muchas veces con el teatro y, en el cine, pienso en Sokúrov y en una película rusa que tematiza el vínculo madre e hijo y que parecía casi una obra de teatro filmada. Me quedó mucho de eso para pasar a la novela.
— En otras entrevistas mencionaste cómo utilizás recursos cinematográficos para trabajar la división de capítulos a modo de escenas. ¿Fue tu intención desde el inicio realizar esos cortes a lo largo de la escritura?
— Me parece que, como la sintaxis y la gramática, el lenguaje del cine, por ejemplo, es algo que uno ya lo tiene incorporado, como el plano detalle, el plano general o los movimientos de la cámara. No fue algo consciente en el momento, pero después me di cuenta de que estaba escribiendo teniendo en cuenta ese lenguaje cinematográfico, la relación de planos y contraplanos, de la luz y de la cámara. En las novelas, el funcionamiento interno de las escenas, los clímax y la danza de los personajes tienen que ver también con la densidad de las obras de teatro. La música es otro elemento que me ayuda muchísimo para escribir. En el piano, particularmente, hay algunas aceleraciones, tempos, que van más rápido en ciertos movimientos y que me dictan la velocidad que tiene que tener mi escritura. Escribo utilizando todos esos recursos, es lo que finalmente, para mí, configura un estilo y una lengua propia.
— También comentaste en otro reportaje que trabajaste con lo autobiográfico pero no desde el contenido, sino desde el ritmo de escritura y la respiración del texto. ¿Cómo sería eso?
— Claro, en lo anecdótico no tiene nada que ver con mi vida, pero sí en el sentimiento y en cierta disposición anímica. Cada escritor trabaja influido por el estado de ánimo del momento, así que, en ese sentido, toda novela es autobiográfica y estas tres también. Me interesó explorar todos los sentidos y contradicciones de la maternidad. Creo que también uno escribe lo que no puede vivir y vive lo que no puede escribir, con lo cual lo autobiográfico siempre es un poco falso.
— En tus novelas prima una suerte de monólogo interior en donde los personajes se hablan y escuchan a sí mismos. ¿Cómo fue la construcción de esa voz?
— Lo que guía y gobierna las tres novelas es la voz de este personaje femenino atravesado, cruzado por la madre, por el hijo, el amante. No sé cómo sería escribir en tercera o en segunda persona, quizás porque necesito la intensidad y la interpelación que causa la retórica de la primera persona. Es algo muy misterioso, no te lo sabría decir con exactitud porque sería contestar de dónde sale una novela y de dónde sale un personaje, porque la voz en mis novelas es todo, incluso más que la trama. Como te decía antes, supongo que surge de explorar un estado anímico y espiritual, de ver un bosque, un ciervo. Una vez que empiezo a escribir, se mantiene siempre la misma voz. Es algo que no se tienen que ir nunca, como captar en la radio el dial.
Si hay algo que me atrae de la prosa muy trabajada y abreviada, del estilo, es cómo condensa las imágenes. Me gusta esa intensidad y esa brevedad en la escritura.
— El lenguaje también está atravesado por varios elementos poéticos. ¿Cómo es tu relación con la poesía?
— Una vez, en una entrevista, dieron por sentado que venía de la poesía, pero en realidad no vengo del género para nada, ni de escribir, publicar o hacer talleres. Siempre leí poetas, pienso ahora en Pound, Rilke, los sonetos de Shakespeare, en Sylvia Plath y en un montón de poetas que me han influido e impactado. Si hay algo que me atrae de la prosa muy trabajada y abreviada, del estilo, es cómo condensa las imágenes. Me gusta esa intensidad y esa brevedad en la escritura. Cada capítulo de mi novela podrían ser poemas. Me gusta esa exploración y pensar la poesía en la narrativa.
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— ¿Cómo influenció el haberte ido a vivir a Francia en tu escritura?
— En mi caso, siento que me fui para poder escribir. Fue como ir a la búsqueda de la escritora que yo pensaba que era y que acá no aparecía. Acá hice intentos de obras de teatro, filmaciones y documentales, pero la escritura no surgía. Estudié en la escuela de arte dramático con Kartún, pasé por la UBA, por el cine, pero la voz no aparecía. Cuando me fui a vivir afuera, escribí una novela que nunca publiqué y después me fui a vivir al campo, lo que fue como un segundo exilio. Entonces se dio un encuentro con el paisaje y pude encontrar la voz de este personaje de Matate, amor, y eso dio pie, como si hubiera liberado la escritura.
— En tus novelas también se observa un vínculo fuerte con esa naturaleza que mencionás en el campo.
— Es verdad y es mentira al mismo tiempo, es un trabajo estilístico, literario. La naturaleza estuvo siempre ahí, yo ya había conocido ese bosque y no había pasado nada. Es el encuentro entre un paisaje y su tratamiento formal, cómo vas a tratarlo poéticamente. También hay que vivir para escribir.
— ¿Cuáles son tus influencias literarias?
— Nunca sé qué decir en esta pregunta. No me doy cuenta qué de todo lo que leí, lo que pensé o lo que me enseñaron en la UBA en Filosofía me influenció. No puedo saber, por ejemplo, si fue un cuadro de Goya, de Rembrandt, si fue una película rusa de Tarkovski, si fue Thomas Mann o Muerte en Venecia. Puedo decirte que me gusta Oscar Wilde, la poesía de Rimbaud, las obras de teatro de Marguerite Duras, pero no sé cómo armar la genealogía, el mapa de todo esto. Son varias cosas juntas, pero no algo en concreto. Establecer una forma lineal o conductista me parece un poco una trampa, los caminos son más sinuosos.
— Al interior de la crítica literaria se suele asociar lo escrito por mujeres a una “mirada femenina”, ¿cómo te posicionas frente a eso?
— No creo en nada de todo eso, una mujer puede escribir un personaje masculino mejor que un hombre y viceversa. Las sensibilidades están cruzadas y las identidades son algo mucho más complejo que el género, o la nacionalidad y la lengua que usamos. Creo en la sobreranía del arte, todo lo demás no importa. Me gustan los travestimietos, Virgina Woolf escribiendo Orlando, Aurore Lucile Dupine poniéndose nombre de varón [George Sand]. Creo que se derribó esa idea de que la mujer escribe rosa, está muerta o, por lo menos, caducada.
Una mujer puede escribir un personaje masculino mejor que un hombre y viceversa. Las sensibilidades están cruzadas y las identidades son algo mucho más complejo que el género, o la nacionalidad y la lengua que usamos.
— ¿Cuáles son tus próximos proyectos?
— Estoy escribiendo una novela que, por ahora, se llama Racista. Es una primera persona, pero, esta vez, un hombre, lo cual se escapa y se corre de esta exploración sobre la maternidad para indagar otras cosas. Es sobre un hombre en el banquillo de los acusados, y cómo se defiende frente a la ley y al mundo. Es un hombre desarmado, que perdió su causa.
— ¿Cómo te está resultando ese cambio de personaje respecto del trabajo que venís haciendo?
— Es difícil, lo otro salió más fácil, como si hubiera estado anidado en mí durante mucho tiempo. Esta voz, en cambio, es más compleja, hay que construirla, pero me gusta el desafío porque la idea es salir siempre de la zona de confort. Me gusta que se presente como algo con lo que hay que luchar. La escritura como un combate.