Los poemas que componen Esa trampa de ver (Añosluz Editora, 2016) de Diego L. García plantean escenas cotidianas a partir de un uso del lenguaje particular que permite observarlas desde otro costado, desenfoncando lo general y haciendo zoom donde el verso lo indique. Con la puntualidad de una aguja, el autor decide dónde se va a sentir incomodidad y dónde todo va a seguir igual que antes.
Sobre el autor
Diego L. García nació en la provincia de Buenos Aires en 1983. Es Profesor en Letras, egresado de la Universidad Nacional de La Plata. Escribe poesía y crítica. Entre sus publicaciones se encuentra: Fin del enigma (Ediber, 2011), Hiedra (La Luna Que, 2014), Ruido invierno (La Luna Que, 2015).
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La poesía como el filo de una aguja
Ir contra la corriente de una época suele ser riesgoso en las disciplinas artísticas y la poesía no escapa a esa norma. Quizás sea por esa valentía que los poemas que integran Esa trampa de ver (Añosluz Editora, 2016) de Diego L. García logren captar una atención especial por parte del lector. Con frases potentes y condensadas, similares a antiguos telegramas, un uso particular del lenguaje se despliega en este poemario.
En ese sentido, tal como sostiene Daniel Freidemberg, en Esa trampa de ver se puede encontrar «palabra viva, palabra en movimiento, que se hace cargo de su propia consistencia material y de la carga de sentido que porta (sentido nunca cristalizado pero palpable, que parece venir más que nada del espeso barro de la experiencia vivida)».
Como sostiene Freidemberg, las escenas acumuladas por los años y el destino de estar presente en diferentes circunstancias político-históricas es una de las constantes de este libro. Las crisis económicas y los usos y costumbres de una generación, como puede ser mirar televisión por horas, aparecen retratados en estos poemas de un modo distinto al que la generación de poetas de Diego L. García suele utilizar. Lejos de la anécdota y la narrativa, los versos condensan imágenes que solo se completan en la atenta mirada del lector.
Rozando a veces el tono ensayístico y otras veces el género periodístico, este libro juega con las formas y los géneros, formando un uso particular del lenguaje que va a ambientar a todos los poemas de Esa trampa de ver. Puede leerse, por ejemplo: «dicen/ que las cosas no son ciertas/ y que el precio de una mirada se cuenta/ en gotas de sentido». O también: «el color/ exacto de la felicidad en la mirada/ a un botón de la mano».
En definitiva, si se pudiera definir taxativamente a Esa trampa de ver, se podría decir que la poesía se muestra al lector tan puntual como el filo de una aguja, donde el sentido va a impactar de lleno en área determinada, dejando a lo demás impregnado de su cotidianidad. Sin embargo, ese minúscula área alcanzada puede ser suficiente para dar paso a un sentimiento revelador. Tal como sostiene el autor, «un silencio/ estirado en líneas y puntos pero que en el fondo/ los sensores de la piel traducirían «acá estuvo en algún momento la palabra».