Fontanarrosa, lo que se dice un ídolo es un largometraje compuesto por seis cuentos del autor rosarino adaptados en versión cinematográfica. La dirección quedó en manos de seis directores, todos procedentes de la misma ciudad que acunó al cuentista. En esos cortometrajes participan actores de la talla de Darío Grandinetti, Claudio Rissi, Mario Alarcón, Luis Machín, Gastón Pauls, Julieta Cardinali y Dady Brieva. El 19 de julio se conmemoraron 10 años de la muerte de Roberto Fontanarrosa, y la película se estrena hoy en el marco de numerosos homenajes a la obra de un artista que constituye un símbolo de la cultura popular argentina.
“No sé si he sido claro” (dirigido por Juan Pablo Buscarini)
Se trata de una gran elección para la apertura del film. Protagonizado por el rosarino Dady Brieva, el relato logra dar en la tecla precisa del humor con recursos que bordean el grotesco sin necesidad de exacerbaciones burdas; todo parece estar en aquello que se sugiere tras numerosos rodeos, eufemismos y vacilaciones. La estructura narrativa está organizada a partir de un viaje temporal que conduce al espectador permanentemente desde el presente hacia el pasado, y el testimonio del protagonista opera aquí como el gran hilo conductor. Brieva logra darle el tono justo a su personaje, con la sobriedad contenida y el recato pueblerino que terminan por desembocar en un delirio entrañable. Ciertamente deja la vara muy alta para el resto.
Las secuencias que permiten esa alternancia entre espacios tan distintos es lo más atractivo de este capítulo y hacen de él uno de los trabajos mejor logrados con la cámara.
Foto: Andrés Macera.
“Vidas privadas” (dirigido por Gustavo Postiglione)
Se trata del cortometraje con mayor búsqueda y belleza estética. La acción se inicia con la intensa discusión de una pareja; sin embargo, hay cinco personajes en la escena: los miembros de esa pareja (Julieta Cardinali y Gastón Pauls), el dramaturgo de la obra (Jean-Pierre Noher) y dos actores que observan el trabajo de los colegas desde sus cómodas butacas en platea. Aquí el viaje no es temporal sino espacial. La escena comienza con la pantalla partida que marca las fronteras espaciales para luego fundirse en un mismo territorio por demás ambiguo; a partir de allí, las acciones transcurren simultáneamente en el departamento de la pareja y en un gran teatro. Las secuencias que permiten esa alternancia entre espacios tan distintos es lo más atractivo de este capítulo y hacen de él uno de los trabajos mejor logrados con la cámara.
“Sueño de barrio” (dirigido por Néstor Zapata)
En este caso, Pablo Granados intepreta a un excéntrico comisario de pueblo que se empeña en reproducir con minuciosidad desesperante la escena en la cual una joven seduce a o es forzada por un muchacho para mantener relaciones sexuales. Los padres intentan defender la virtud de su hija, ella acusa al chico de propasarse y él se escuda alegando que todo fue obra de un sueño erótico. La acción vira hacia el grotesco cuando el comisario le pide a uno de sus empleados (Chiqui Abecasis) que interprete el papel de la muchacha en la reconstrucción de los hechos. El cuento se desarrolla en tiempos de dictadura y el ámbito policial está envuelto en un clima enrarecido; sin embrago, este elemento no se desarrolla demasiado y los personajes parecen chocar contra las paredes de una pecera. Las actuaciones de Granados y Abecasis contienen todos esos tics que conducen inevitablemente al imaginario tinellesco de los años noventa. Quizás sea de los menos logrados.
Brieva logra darle el tono justo a su personaje, con la sobriedad contenida y el recato pueblerino que terminan por desembocar en un delirio entrañable. Ciertamente deja la vara muy alta para el resto.
“El asombrado” (dirigido por Héctor Molina)
Aquí hay un gran trabajo actoral por parte de Darío Grandinetti y Claudio Rissi —paciente y psicoanalista respectivamente—, quienes se ven implicados en un extraño caso que termina por escapárseles de las manos a ambos. El personaje de Grandinetti padece un curioso mal: su cuerpo es incapaz de proyectar sombra. Pero el padecimiento deviene virtud en cuanto lo descubre la conductora de un exitoso programa televisivo (Catherine Fulop) y lo lleva al piso para exponerlo como el fenómeno de la semana. Si bien por momentos hay ciertas derivas en el relato, las interpretaciones son excelentes y los recursos han sido bien empleados para generar el efecto humorístico pretendido. La pequeña participación de Mario Alarcón sin dudas enaltece el corto.
“Elige tu propia aventura” (dirigido por Hugo Grosso)
En este caso, a pesar de que el relato está protagonizado por uno de los grandes actores de la escena actual —Luis Machín—, no consigue sostenerse más allá de las propias virtudes dramáticas del actor. Los saltos, las alternancias y encrucijadas que enfrenta el personaje a la hora de tomar cada una de sus decisiones deberían haber constituido el motor de la acción y, sin embargo, por momentos parecen retenerla hasta el punto de la parálisis: no hay salida. La voz en off del narrador es un elemento bien utilizado y la interpretación de Machín siempre es algo digno de ver, pero no se ha logrado una buena síntesis en esta historia cinematográfica.
Cada relato es exquisito tanto desde lo narrativo como desde lo visual. Un buen respiro que marca el ritmo de pasaje entre una historia y la siguiente
“Semblanzas deportivas” (dirigido por Pablo Rodríguez Jáuregui)
Estos segmentos están dispersos por el film y de algún modo vienen a dar cohesión a toda la estructura con el legendario trazo del rosarino. En formato de animación y con la voz en off de Miguel Franchi, Pablo Rodríguez Jáuregui logra dar vida a las viñetas de Fontanarrosa con gran intensidad y dinamismo; cada relato es exquisito tanto desde lo narrativo como desde lo visual. Un buen respiro que marca el ritmo de pasaje entre una historia y la siguiente.
