Agustina Petrella, de 43 años, inició el primer juicio civil por violencia obstétrica en Argentina. Demandó a la neonatóloga, al obstetra, a la prepaga y a la clínica en la que nació su hija en el año 2015, luego de que se vulneraran sus derechos contemplados en la Ley de Parto Humanizado. «Te roban una sensación de poder que podrían tener todas las mujeres que deciden ser madres», afirma sobre el sistema médico hegemónico en diálogo con La Primera Piedra. En la siguiente nota, la historia de una mujer que enfrentó a la institución y alzó la voz frente a una de las formas de violencia de género más naturalizadas. (Foto: Pablo Yapura)
Cuando Agustina Petrella quedó embarazada por segunda vez, decidió buscar recursos para no repetir su primera experiencia de parto. En ese momento había tenido una cesárea de urgencia y sus pedidos no habían sido respetados. Eso fue lo que la que llevó, meses después, a consensuar con un nuevo obstetra un plan de nacimiento acorde a la Ley de Parto Humanizado y presentarlo en una clínica privada de Capital Federal. Allí pidió luces bajas en la sala, sin sonidos innecesarios, con la gente imprescindible y que, si la bebé respiraba de manera independiente, no la separaran de ella durante los primeros noventa minutos luego del parto.
Apenas presentó el plan de nacimiento a la clínica, la jefa de neonatología la llamó por teléfono.“Acá no hacemos partos humanizados. Yo sé que existe la ley, pero tenemos otras reglas”, recuerda Agustina que le dijo en esa conversación.
“Ahí fue cuando empezó la violencia obstétrica, que no transcurre sólo dentro de la institución, sino también durante toda la previa”, afirmó Agustina en diálogo con La Primera Piedra. Apenas presentó la carta, la jefa de neonatología la llamó por teléfono. “Acá no hacemos partos humanizados. Yo sé que existe la ley, pero tenemos otras reglas”, recuerda que le dijo en esa conversación. Le recomendaron que se fuera a otro lado, porque si en el momento no había habitación disponible podían llegar a separarla de su hija hasta por 8 horas. “El tema del parto es una cuestión de salud, científicamente hablando. Que ellos separen a un bebé de la madre 8 horas afecta gravemente a la salud y a la psiquis del bebé”.
De acuerdo a la Organización Mundial de la Salud, es recomendable que las madres se coloquen en contacto con la piel de su madre inmediatamente después del parto y que inicien la lactancia durante los primeros sesenta minutos de vida, período conocido como «la hora sagrada». De acuerdo a distintos estudios, ese primer acercamiento ayuda a los bebés a estabilizar su respiración, temperatura y oxigenación; mantiene sus niveles de glucemia, estabiliza su presión arterial, reduce las hormonas del estrés, disminuye el llanto y promueve el inicio precoz de la lactancia materna.
Fuimos educadas para confiar en alguien en el momento del parto, para buscar un padre protector o una madre, en el caso de que la obstetra sea mujer, y decir ‘me pongo en tus manos’, y eso es el principal error”.
En la clínica donde Agustina parió a su segunda hija, el procedimiento es distinto. “El protocolo dice que, si no hay habitación en la sala de maternidad luego de que una mujer dé a luz, la mujer va al sexto piso y el bebé queda en la nursery, aunque ambos estén sanos. Eso está avalado por el propio sistema. Por supuesto que la ley no lo avala pero, en general, tampoco los protocolos de parto y nacimiento tienen las autorizaciones correspondientes. No es que el Ministerio de Salud los fue aprobando. Los impone porque quieren, porque el sistema médico tiene tanto poder que hace lo que quiere al interior de las instituciones de salud y las transforma en instituciones de daño”.
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El obstetra le dijo a Agustina que todo había sido un mal entendido. “Me convenció, me volví a equivocar confiando en el obstetra. Fuimos educadas para confiar en alguien en el momento del parto, para buscar un padre protector o una madre, en el caso de que la obstetra sea mujer, y decir ‘me pongo en tus manos’, y eso es el principal error”. A la semana 42, Agustina no tenía dilatación y programaron una cesárea. El parto y el pos parto fueron todo lo contrario a lo que ella había pedido. A pesar de que su hija nació sin complicaciones, la separaron inmediatamente. Agustina consiguió verla luego de reclamarla, más de una hora después.
Al día siguiente, Agustina fue a buscar a su hija a la nursery después de que se la llevaran para hacerle unos controles y tardaran más tiempo de lo que le habían asegurado. Allí pidió que se la dieran y, de acuerdo a lo relatado, la trataron despectivamente hasta que al final cumplieron su pedido. Al cabo de un rato, la jefa de neonatología entró y, luego de exigir que todos se fueran de la habitación le dijo a Agustina: “Acá sabemos bien quién sos vos, porque somos muy unidos y nos contamos todo. Sos la que presentó la cartita. Acá no estamos para cumplir los caprichitos de los padres».
Al cabo de un rato, la jefa de neonatología entró y, luego de exigir que todos se fueran de la habitación le dijo a Agustina: “Acá sabemos bien quién sos vos, porque somos muy unidos y nos contamos todo. Sos la que presentó la cartita. Acá no estamos para cumplir los caprichitos de los padres».
Cuando el marido de Agustina dijo que no se iban a ir de la sala, la neonatóloga recurrió a la amenaza: “Dame a la nena por las buenas sino te la judicializo y te la saco por la fuerza«, recuerda que le dijo. Al final, el obstetra intervino para decirle que le daban el alta y que era mejor que se fuera de la clínica “por cómo estaban las cosas”. “Después de eso me tomé un año para estudiar las evidencias científicas que hay en todo el mundo y también para indagar en el daño que mi hija y yo sufrimos que fue un trabajo muy doloroso”, explica Agustina.
Luego de realizar una auditoría, la Defensoría del Pueblo de la Nación determinó que había existido violencia obstétrica, pero Agustina decidió proceder por la vía judicial para sentar un precedente. Este es el primer juicio civil por violencia obstétrica en Argentina en el que tanto la madre como el bebé se encuentran convida. Hasta el momento, todas las demandas introducidas son de tipo penal y en casos de mala praxis, en donde se produjeron lesiones o muertes durante el parto. En este sentido, la decisión de Agustina es un paso importante para visibilizar una forma de violencia completamente naturalizada, que concibe a la mujer como un actor pasivo al interior del sistema médico.
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“Lo que peleé fue que me habilitaran demandar ante una situación en la que todos dicen: ‘pero si vos y tu hija están bien’, ¿qué vas a reclamar?’. Porque cuando vos pariste, la sociedad te dice: ‘Ahora tenés que estar feliz, es el mejor momento de tu vida y tu hija te necesita bien’. Me costó mucho, pero estoy convencida de que mi hija no me necesitaba contenta, sino entera, y para eso necesito ser sincera y transparente y no una maqueta de madre que la sociedad nos exige”, afirma Agustina.
“Lo que peleé fue que me habilitaran demandar ante una situación en la que todos dicen: ‘pero si vos y tu hija están bien’, ¿qué vas a reclamar?’. Porque cuando vos pariste, la sociedad te dice: ‘Ahora tenés que estar feliz, es el mejor momento de tu vida y tu hija te necesita bien.
De acuerdo a la ley 26.485 de Protección Integral a la Mujer, la violencia obstétrica es «aquella que ejerce el personal de salud sobre el cuerpo y los procesos reproductivos de las mujeres, expresada en un trato deshumanizado, un abuso de medicalización y patologización de los procesos naturales». Otra forma más de violencia machista que abarca humillaciones, infantilización de la madre, chistes y la falta de información a la que la mujer tiene derecho durante todas las etapas de su embarazo, para tomar decisiones propias, que la hagan protagonista del proceso, en lugar de ser reducida por la institución médica a un objeto sin autonomía.
«El sistema médico hegemónico termina teniendo total poder sobre el cuerpo de una. Te roban una sensación de poder que podrían tener todas las mujeres que decidan ser madres. Eso es un punto que afecta a la sociedad en su conjunto. En una sociedad en la que la mujer está peleando por un lugar y en la que se sale a marchar por Ni Una Menos, todas somos víctimas inconscientes de un sistema que nos quita un poder absoluto que es el de parir. A mi alrededor, el 90% de las mujeres con las que hablo no se sienten poderosas al parir. Dan gracias de que las trataron bien cuando las ayudaron a tener a sus hijos«, afirma Agustina.
«El sistema hegemónico termina teniendo total poder sobre el cuerpo de una. Te roban una sensación de poder que podrían tener todas las mujeres que decidan ser madres. Eso es un punto que afecta a la sociedad en su conjunto.
La denuncia de Agustina sienta un precedente para poner en escena los prejuicios y agresiones escondidos tras la legitimidad médica. Es otro paso para problematizar la falta de una atención perinatal con perspectiva de género y las posturas médicas que, con su trato hacia las madres, conciben al embarazo como una enfermedad. En definitiva, representa un avance en el largo camino que las mujeres profundizaron para erradicar toda forma de violencia sobre sus cuerpos, todo ataque machista que resurge cada vez que se elige por fuera del sistema.