El libro Un juego discreto (Milena Caserola, 2017) de Inés Isaurralde es un objeto artístico que en su delicadeza lleva consigo la prepotencia de los sentimientos, del paso del tiempo y de los objetos que acompañan una vida que nunca termina de completar su sentido. Conformado por poemas e ilustraciones de la autora, este poemario propone un juego atractivo: versos llenos de imágenes y grabados llenos de poesía.
Sobre la autora
Inés Isaurralde nació en Buenos Aires en 1984. Es licenciada en Letras por la Universidad de Buenos Aires (UBA) y artista plástica. Se formó como dibujante en el Instituto Universitario Nacional de Arte y estudió grabado en Oaxaca, México. En el 2011 ganó una beca como estudiante visitante en la escuela de artes aplicadas Massana, en Barcelona. Integró varias muestras colectivas y realizó dos exposiciones individuales. Se desempeña como docente de literatura en las Universidades Nacionales de Avellanea y de Hurlingham.
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Una delicadeza prepotente
Acompañar poesía con ilustraciones hechas por el propio autor, o viceversa, nunca es algo sencillo. Sin embargo, Inés Isaurralde logra con su primer libro, Un juego discreto (Milena Caserola, 2017), hacerle honor al título de la obra: invitar al lector a un divertimento sutil, que en su delicadeza esconde la prepotencia del paso del tiempo y de los sentimientos que van erosionando el hormigón cuando no tiene la calidad necesaria para mantenerse en pie.
Con versos simples, certeros, donde no hace falta adornar con adjetivos lo que puede ser descrito con tan solo nombrarlo, Isaurralde es puntual con lo que quiere decir. Similar a la primera gota que cae sobre un lienzo, la simplicidad abre camino a un terreno donde todo es posible y las imágenes se conectan entre sí como un tendido eléctrico suave, que no afecta el paisaje.
En esa dirección, puede leerse, por ejemplo: «Las células que dejamos/en la cama/ el modo en que dispusimos nuestros muebles/ y le dimos forma a los años por venir/ los restos de humo que guardan las paredes de lo que cocinamos con amor/ o con desgano.// El olor de la primera noche que dormimos juntos».
Las ilustraciones que se intercalan con los poemas de Un juego discreto no cumplen la función que se suele imaginar a priori: simples acompañamientos de la letra escrita. Más bien, todo lo contrario. En este poemario, las bellas imágenes que propone Isaurralde refuerzan y estimulan a los escenarios creados en los versos. Una suerte de relación simbiótica que logra que llegue a ser difícil distinguir en qué hoja está el poema y en cuál el grabado, pero siempre con la misma norma: la delicadeza prepotente de las imágenes. En palabras de la autora, eso puede leerse en algunos de sus versos: «Beatriz avanza/ pelo corto, traje de baño enero/ más allá de la rompiente». O también: «El hotel de los inmigrantes tiene/ los escalones/ delgados en el centro/ de tanta pisada».
A modo de conclusión final, se puede decir que Un juego discreto se presenta al lector como una casa amplia, con una decoración que nos hace sentir familiarizados con el ambiente pero a la vez atentos a la sorpresa, a lo inesperado. Como una buena arquitecta, Isaurralde logra que en este libro objeto haya el espacio necesario para que entre la historia personal de cada uno y nos podamos reconocer en los distintos espejos escritos y visuales que nos da la autora. Después de todo, tal como se sostiene en sus hojas, «la vida es un invento«. En el caso de este libro, además, se trata de una creación tan arriesgada como bella.