La semana pasada, un testimonio que narraba el acoso, abuso y violación por parte de Rodrigo García Ignelzi, un fotógrafo cuyo nombre artístico es “ANATOLE”, circuló en varias redes sociales. La denuncia fue compartida por el colectivo feminista y por artistas que conocían su trabajo y, a raíz de su divulgación, varias personas dijeron haber atravesado situaciones extrañas con el fotógrafo. En un contexto donde el feminismo está más unido que nunca, en un país en donde una mujer muere cada 18 hs. por ser mujer, se abre el debate una vez más: ¿cuáles son las manifestaciones del abuso de poder en el abuso sexual? Leelo en la siguiente nota. (Foto de portada: Mar Garrote Cortínez).
“Estoy hablando de Rodrigo García Ignelzi”, dice la persona que dio su testimonio por abuso físico y simbólico contra el fotógrafo. “Empezó a decirme que no quería garchar conmigo porque sentía que soy especial y que quería aprovechar esa conexión, blablabla. Dicho esto, a los pocos minutos ya estaba encima mío diciendo ‘no garcho con forro porque se me baja’”. En este caso hablamos de un hombre que se llama a sí mismo feminista, queer y que, como dice el testimonio, “se llama lesbiana porque le gustan las mujeres, pero jamás cuestionó su género como para decir ‘soy una trans torta’”.
A raíz de la denuncia, muchas personas empezaron a cuestionar por qué la denunciante no dio su nombre, por qué no se fue de la casa del fotógrafo cuando pudo, o por qué no pudo decir que no. Una vez más, todas estas preguntas corren el eje de responsabilidad del abusador hacia la abusada y pasan por alto los abusos más sutiles que se desencadenan por abusos de poder y que terminan siendo casos de violencia de género.
Unos puntos a dejar en claro: desde que nacen, las mujeres son educadas en una cultura machista con instituciones patriarcales amparadas por un Estado misógino que, está claro, es cómplice y responsable por las muertes de cada una de las mujeres que son asesinadas por cuestiones de género. En este entramado de significaciones machistas, la mujer absorbe algunas situaciones del sentido común como si estas fueran, por defecto, naturales: “no salgas sola”, “no uses pollera corta”, “te van a piropear por la calle”, “no vayas a la casa de un hombre si no querés sexo”, “si vas a la casa y decís que no, sos una histérica”.
Unos puntos a dejar en claro: desde que nacen, las mujeres son educadas en una cultura machista con instituciones patriarcales amparadas por un Estado misógino que, está claro, es cómplice y responsable por las muertes de cada una de las mujeres que son asesinadas por cuestiones de género.
Todos estos aprendizajes que las mujeres interiorizan desde su infancia hacen que, la mayor parte de las veces, sea difícil poder decir “no quiero”, “mi cuerpo es mío”, “mi desnudez no siempre es para tu goce y placer”. Es el mismo temor que hace que, en muchos casos, las denuncias nunca lleguen a ser denuncias penales o que las denunciantes no quieran dar su nombre porque, muchas veces, las mujeres tienen que negociar su vida con su cuerpo.
Con la lucha feminista de los últimos años se fueron deconstruyendo varios de esos pre-conceptos machistas y, por primera vez, el martes pasado, un taxista fue llamado a mediación por un caso de acoso sexual callejero a una chica a la que persiguió por la calle diciéndole “piropos” y groserías. Se llegó a entender, por fin, que el cuerpo y la sexualidad femenina no son para el placer y el goce masculino. Que si una mujer va a la casa de alguien que la invitó, no siempre quiere mantener relaciones sexuales. Y que si va con la intención de mantener relaciones sexuales y después decide que no quiere, no es una histérica y está en su pleno derecho y libertad de decir “no quiero”, o de levantarse e irse.
(Lee las denuncias a Anatole aquí)
Entonces, las preguntas que circularon por las redes sociales deberían haber sido, por lo menos, parecidas a éstas: ¿por qué le dijiste que te gusta tener relaciones sexuales sin protección antes de preguntarle a ella cuál es su preferencia? Eso también es pensar en el cuerpo femenino solo para el placer masculino. ¿Por qué no paraste a escuchar cuando ella decía “no” antes de seguir con el acto sexual? Eso también es violación. ¿Por qué no preguntaste, ante la idea de un inminente trío o una escena sexual que involucra a más de dos personas, si ella estaba de acuerdo con lo que sucedía? Eso también es abuso de poder.
Entonces, las preguntas que circularon por las redes sociales deberían haber sido, por lo menos, parecidas a éstas: ¿por qué le dijiste que te gusta tener relaciones sexuales sin protección antes de preguntarle a ella cuál es su preferencia? Eso también es pensar en el cuerpo femenino solo para el placer masculino.
Una vez más, las enseñanzas de un Estado misógino, avalado por instituciones machistas y por una cultura que, durante muchos años, avaló la violación –pero ya no desde que las mujeres se unieron en lucha y decidieron poner punto final y comenzar a deconstruir esa cultura- se cristalizan en los comentarios del sentido común que, ante una denuncia de abuso sexual, dudan del testimonio de la mujer. No se trata aquí de justificar ciegamente cualquier denuncia que se ponga en circulación, sino de aprender a preguntarse correctamente las cosas para poder dar un paso a costado del machismo que nos determina, y así, en última y más urgente instancia, comenzar a transformar la realidad.