Tierra Partida: una dramaturgia de la grieta

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Tierra Partida es una obra de teatro perfectamente capaz de condensar medio siglo de historia nacional en apenas 85 minutos. Marcos Arano, su director, ha sabido echar mano sobre una multiplicidad de recursos para construir este relato que abarca un período de la historia bastante poco transitado artísticamente: aquel que va desde la declaración de Independencia en 1816 hasta la sanción de la Constitución en 1853. Una mirada que pone en evidencia la premisa de que la historia es siempre un relato, aunque, claro, hay que saber contarlo.



Tierra Partida es también, en sí misma, un discurso partido, fragmentado, agrietado, que reúne una gran cantidad de voces divergentes y las pone a interactuar para dar cuenta de una comunidad histórica —y, finalmente, de una sociedad— que siempre ha estado partida, y al parecer ha venido al mundo bajo esa forma. Es esta peculiaridad innata la que ha caracterizado buena parte de la historia argentina, y aquella que sirve para explicar muchos de los fenómenos más insólitos a los ojos de la actualidad. La tan mentada «grieta», sin dudas, no es estrictamente algo de hoy.

El discurso central confluye —o más bien se bifurca—  en dos voces autorizadas: la de los historiadores

En lenguaje de clown, con máscaras, música en vivo y más de veinte artistas en escena, Arano ha sabido crear una identidad propia para este espectáculo. Con la historia en el centro de la escena, Tierra Partida no se parece a nada que hayamos visto antes. Cuando uno ingresa a la sala de La Carpintería (Jean Jaures 858), la música ya está sonando y son los mismos actores quienes reciben a los espectadores y los acomodan en sus butacas, luciendo graciosas narices coloradas, símbolo por excelencia del lenguaje que será hablado en los siguientes minutos.

Tierra Partida 2

Los cuerpos de los actores son aquí el principal instrumento para construir cada una de las escenas, pero hay muchos más recursos empleados. Las narices payasescas ofician como advertencia y establecen la convención; los cuerpos ejecutan con destreza cada movimiento de una coreografía diseñada con minuciosidad; la música no sólo acompaña sino que es protagonista y enuncia sus propias significaciones; el vestuario define identidades y cada elemento tiene su razón de ser en la escena (una espada de madera devenida cruz, un fuentón, un pañuelo, una vela, una mazorca).

En lenguaje de clown, con máscaras, música en vivo y más de veinte artistas en escena, Arano ha sabido crear una identidad propia para este espectáculo



Ningún recurso de esta puesta parece haber sido seleccionado al azar. Hay una excelente composición del espacio y una verdadera dramaturgia que emana de esos cuerpos hablantes: cuerpos que se chocan con violencia entre sí o contra una pared, que corren y se dispersan sobre el escenario, que son cargados por otros cuerpos o arrojados hacia la masa anónima del público. Otra de las piezas fundamentales en esta arquitectura es la aguda interacción con los espectadores, que no se restringe tan sólo a la participación directa —algo que efectivamente ocurre en la obra—  sino que tiene lugar también a través de los múltiples guiños que establecen un vínculo estrecho con la actualidad y los problemas de hoy.

El discurso central confluye —o más bien se bifurca—  en dos voces autorizadas: la de los historiadores. Son ellos quienes narran, planifican y ponen en escena. Pero sus versiones entran en conflicto: uno tiene intenciones de contar ese relato con el mayor grado de transparencia posible (aunque, por supuesto, ese objetivo no es más que una utopía constante porque… nunca sabremos qué ocurrió verdaderamente); el otro prefiere satisfacer «al de arriba» y contar una versión de la historia mucho más amigable y distendida, sin tensiones ni conflictos. Es en esa oscilación permanente que se desarrolla toda la obra.

Ningún recurso de esta puesta parece haber sido seleccionado al azar. Hay una excelente composición del espacio y una verdadera dramaturgia que emana de esos cuerpos hablantes



La aparición de las mazorqueras (simples lavanderas que por las circunstancias históricas se transforman en auténticas luchadoras sociales); el parlamento de uno de los personajes en las penumbras de la sala; la lectura de una carta emotiva a la luz de las velas; las esporádicas visitas de «los tres cerditos»; el asado final. Estos son algunos de los momentos más altos de Tierra Partida, que sin dudas hacen de esta pieza una cita ineludible con el teatro.


Funciones: Sábados a las 20 hs.  // La Carpintería (Jean Jaures 858)
Localidades: $200

FICHA TÉCNICO-ARTÍSTICA
Autoría: Marcos Arano, Gabriel Graves
Intérpretes: Lautaro Federico Amurri, Eduardo Barrios, Lala Buceviciene, Ezequiel Cotton, Camila Cruz, Alejandro Jorge Dubal, Nina Ferrari, Victoria Emilia Irusta, Elian Lopez, Alejandro Merino, Damian Moguilevsky, Federico Paulucci, Jonatan Gastón Peñaranda Osorio, Daniela Piemonte, Rocío Rodríguez Paz, Felipe Martin Saade, Romina Salerno, Milena Shifres, Jonas Volman
Músicos: Herno Jofre, Bruno Leichman, Agustina Maldonado, Federico Mastronardi Perez, Roxana Pantanetti, Agustín Shifres, Mora Vinokur
Vestuario: Carolina Fernández, Jazmín Savignac
Escenografía: Carolina Fernández, Jazmín Savignac
Diseño de arte: Romina Salerno
Diseño de luces: Alejandro Velásquez
Música original: Ian Shifres
Asistencia de dirección: Pilar Mato
Producción ejecutiva: Marcela Eugenia Prieto
Producción general: Julia Troiano
Dirección musical: Ian Shifres
Dirección: Marcos Arano

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