Melina Romero tenía 17 años cuando desapareció en agosto de 2014 en San Martín, provincia de Buenos Aires. Un mes después, su cuerpo fue encontrado en una bolsa de residuos cerca de un arroyo de José León Suárez, en un predio de la Ceamse. Luego de dos años y medio, María Fernanda Billone, la fiscal encargada del caso desistió de acusar a los tres imputados argumentando la falta de pruebas en su contra. En la siguiente nota, la historia de una investigación con numerosos retrocesos y de un caso atravesado por la violencia mediática.
Melina Romero vivía en El Palomar, provincia de Buenos Aires. Fue vista por última vez la madrugada del 24 de agosto de 2014, a la salida de Chankanab, un boliche ubicado en el partido de San Martín, en el que festejó su cumpleaños número 17. Ana, su mamá, organizó marchas, repartió volantes con su foto por el barrio y logró, con persistencia, que la búsqueda policial no frenara. Participaron decenas de efectivos, pero quienes la encontraron fueron dos mujeres del Movimiento Evita. Estaba envuelta en dos bolsas de basura, en un predio perteneciente a la Ceamse, a metros de un brazo del río Reconquista y el Camino del Buen Ayre. La reconocieron por las zapatillas.
Ana, su mamá, organizó marchas, repartió volantes con su foto por el barrio y logró, con persistencia, que la búsqueda policial no frenara. Participaron decenas de efectivos, pero quienes la encontraron fueron dos mujeres del Movimiento Evita que pasaban por el lugar.
De acuerdo a la autopsia, Melina murió por “sofocamiento”, luego de haber sufrido un paro cardíaco no fulminante por el estrés que recibió su cuerpo. A partir del testimonio de Melody, “testigo clave” en el caso, quedaron detenidos Joel “Chavito” Fernández, de 20 años – que confesó una vez que fue detenido – Elías Fernández, de 22 y César Sánchez, de 46, mejor conocido como el “Pai César”. La joven declaró que las habían retenido en una casa en Pablo Podestá, donde golpearon brutalmente a Melina y la violaron después de que quedara inconsciente. Luego la envolvieron en una bolsa a la que le colocaron piedras para que se hundiera en un arroyo.
La investigación presentó múltiples obstáculos. Según relató la mamá de Melina a revista Mu, “los hisopados que se hicieron se perdieron todos y no entregaron el perito toxicológico”. La fiscalía argumentó que las muestras tomadas del cuerpo no sirvieron “por la impureza de los reactivos”, pero la familia de Melina sospecha de falta de meticulosidad técnica. Aún hoy, la mecánica de su muerte sigue sin estar del todo clara. Además, dos de los imputados estuvieron a punto de ser sobreseídos en noviembre de 2015, hasta que la apelación de la fiscal del caso María Fernanda Bilone, logró que se revocara la decisión del juez de garantías de San Martín.
Lo cierto es que, después de dos años y medio y luego de que el ojo de los medios se retirara de la escena, la investigación tuvo más retrocesos que avances y aún hay numerosos aspectos del femicidio que no fueron reconstruidos.
Pero ahora el caso podría quedar impune y volver a foja cero. La semana pasada, Bilone desistió de acusar a los imputados, lo que llevaría a suspender el juicio oral que estaba previsto para este año. La fiscal argumentó que no podía sostener las pruebas porque Melody, la única testigo, fue acusada de falso testimonio a partir de una pericia psicológica, por supuestamente haber perjudicado a otro adolescente implicado en el femicidio y sobreseído.
Sin embargo, otra entrevista psicológica presentada por el abogado de la familia de Melina afirmó su credibilidad y determinó que “vivió una situación traumática y no fabulaba”. Lo cierto es que, después de dos años y medio y luego de que el ojo de los medios se retirara de la escena, la investigación tuvo más retrocesos que avances y aún hay numerosos aspectos que no fueron reconstruidos.
“La chica sin rumbo”
Durante semanas, Melina Romero estuvo en el centro de un discurso mediático que no escatimó ningún detalle en configurar la historia de una “mala víctima”. Una chica “sin rumbo” que no encajaba al interior de los parámetros morales de una sociedad y a la que “en algún momento le iba a ocurrir algo”. Porque si tenía cinco perfiles de Facebook, piercings y “no estudiaba ni trabajaba” entonces “ella se lo buscó”. Es la conclusión que el relato periodístico terminó por delinear con Melina y que repite con numerosas víctimas de violencia de género.
Notas como la que publicó el diario Clarín cuando aún se encontraba desaparecida, solo fueron el centro de un show mediático disciplinante en el que Melina fue definida como «Una fanática de los boliches que abandonó la secundaria». Un discurso condenatorio de una supuesta desobediencia, que se extendió también a su familia y la humilló cuando ella ya no podía decir «no».
Durante semanas, Melina Romero estuvo en el centro de un discurso mediático que no escatimó ningún detalle en configurar la historia de una “mala víctima”. Una chica “sin rumbo” que no encajaba al interior de los parámetros morales de una sociedad y a la que “en algún momento le iba a ocurrir algo”.
El femicidio de Melina Romero puso de manifiesto la magnitud de la violencia simbólica y la importancia de un periodismo en clave de género que desmonte estreotipos y que juegue un papel en el imaginario social. Un rol esencial para no reproducir lugares comunes que contribuyan a perpetuar la desigualdad y a concebir mujeres como objetos, que deben seguir pautas de comportamiento o atenerse a las consecuencias de una sociedad machista que mata, mientras se responsabiliza a la víctima con total impunidad.