El libro Sombras rusas (Blatt & Ríos, 2017) de Liliana Villanueva muestra a una Rusia post U.R.S.S a finales de la década de los 90’s, a través de la mirada sensible y detallista de una mujer argentina. «Si me hubiera tomado dos años para escribir un libro sobre mi experiencia en Rusia, que es lo que una periodista normalmente haría, estoy segura de que este habría sido un libro muy diferente», señala la autora sobre el armado del libro que llevó más de una década y el tono que aprovecha todos los recursos que ofrece un género como la crónica. «Por facilidad hablamos de géneros, pero está todo mezclado. Está en uno servirse de más recursos de uno o del otro«, señala Villanueva al respecto.
Sobre la autora
Liliana Villanueva nació en Buenos Aires. Vivió nueve años en Alemania y cuatro en Moscú. Es doctora en arquitectura por la Universidad de Darmstadt, fue corresponsal de prensa en Rusia y tiene una columna sobre escritura en Radio Uruguay. Obtuvo el Premio Míkel Esseri de crónicas de viajes (País Vasco, 2011). Su libro Las Clases de Hebe Uhart (Blatt & Ríos, 2015) recibió el Premio del Lector de la Fundación del Libro de Buenos Aires en 2015. Actualmente vive entre Buenos Aires y Berlín.
Narrar lo desconocido
¿Cómo relatar un país tan particular e inmenso como Rusia? ¿En qué proporción aparece la mirada de quien escribe y su experiencia personal? Sombras rusas (Blatt & Ríos, 2017), de Liliana Villanueva, ofrece una aproximación personal a un país tan diferente a la Argentina en un momento clave de la historia moderna: el fin de la U.R.S.S. y la llegada del capitalismo al gigante euroasiático. Con registros narrativos, poéticos y periodísticos, este libro oscila entre distintos géneros gracias a la variedad que ofrece la crónica.
— ¿Cómo fue el proceso de armado de Sombras rusas y su publicación tantos años después de tu viaje?
— Yo creo que esos «tantos años» son necesarios. Yo volví a Argentina en el año 2000 y no tenía la idea de escribir un libro sobre Rusia ni nada parecido. En la introducción a Las clases de Hebe Uhart (Blatt & Ríos, 2015) yo digo que no tenía la intención de ser escritora ni de publicar un libro, fue algo que fue sucediendo. Lo que había escrito durante el viaje había sido exclusivamente para mí o notas periodísticas de un trabajo que tenía de corresponsal allá.
— ¿Cómo fue tu vuelta a la Argentina y cuándo empezaste a escribir estas crónicas?
— Ni bien regresé al país seguí trabajando de periodista, pero también como fruto del azar. En realidad yo siempre tuve una relación cercana con la escritura porque es algo que siempre hice. Para que te des una idea de lo azaroso que fue el armado del libro, la primera crónica estuvo terminada en el 2005, que en el libro se llama «La idea del frío». Si me hubiera tomado dos años para escribir un libro sobre mi experiencia en Rusia, que es lo que una periodista normalmente haría, estoy segura de que este habría sido un libro muy diferente.
— ¿En qué sentido sería diferente?
— Habría mucha más presencia de la política, el «yo» no habría existido en estas crónicas. De hecho, cuando empecé a ir a los talleres de Hebe, ni se me cruzaba por la cabeza publicar nada. Para mí, los libros los escribían otros, lo mío era una actividad cotidiana ligada a los servicios de noticias. Es más, si después de haber escrito «La idea del frío» hubiera tenido la idea del libro, también habría sido otro. Comparada con el resto que componen Sombras rusas, hay una diferencia notoria.
El libro fue tomando forma un poco de casualidad, a partir de consignas de distintos talleres literarios a los que asistí. De las charlas informales con compañeros, libreros, siempre surgía el interés por el dato de mis cuatro años viviendo en Rusia.
— ¿Y cuándo empezó a formarse en tu cabeza la idea de hacer un libro de crónicas sobre Rusia?
— Fue en el 2007, cuando Damián Ríos vino como invitado al taller de Hebe para hablarnos del sector editorial. En un momento, tras leer una de mis crónicas, me dijo: «si escribís 11 crónicas de este tipo, yo te consigo un editor». Seguramente él no se acuerda de eso, pero yo sí, porque fue la primera vez que alguien me dijo que ahí había un libro. En ese momento yo no le dije ni que sí ni que no, porque no tenía nada más escrito. Después de eso, el libro fue tomando forma un poco de casualidad, a partir de consignas de distintos talleres literarios a los que asistí. De las charlas informales con compañeros, libreros, siempre surgía el interés por el dato de mis cuatro años viviendo en Rusia. En 2012, tuve una cantidad de crónicas sobre el viaje, me dí cuenta de que había un libro. Mi inexperiencia me hizo pensar que iba encontrar editor prontamente, más si tenía en cuenta que «La idea del frío» había ganado un concurso en La Plata, pero mirá el tiempo que tardó. Hasta Ricardo Piglia se enteró sobre qué trataba el libro y me mandó un mail diciéndome que le interesaba el libro, que había que publicarlo. Si Piglia lo dice…pero tampoco pasó nada (risas).
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— ¿Cuánto influyeron tus recuerdos y el material con el que contabas?
— Yo soy mucho de guardar lo que escribo, sobre todo lo que trabajé en periodismo. También era de escribir cartas larguísimas a amigos y familiares, y esas son una especie de crónica de viaje también. Todas eran sobre Rusia, pero aproveché muy poco de eso, con la excepción de los detalles, que por cuestiones obvias no los tenía tan presentes y allí aparecían. De la primera versión que tenía de Sombras rusas a la que salió editada, la cual no puedo llamar definitiva porque seguramente le seguiré editando cosas, el gran cambio es que recorté 130 páginas, porque eran crónicas que no me cerraban.
— Borges decía que publicar un libro es la única forma de finalizar el proceso de edición.
— Sí, es verdad, es la única forma, pero a mí no me funciona (risas). Para la próxima edición, ya tengo pensados posibles cambios. Lo que realmente vale, de todas formas, es empezar a dedicarse a otro libro, sino, no avanzás nunca.
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— En la primera crónica, que sirve como introducción a lo que va a ser el resto de Sombras rusas, hablás de la impresión que te había dado la palabra «Moscú», ¿qué fue lo que sentiste?
— Sí, fue una impresión totalmente irracional que tenía que ver con la palabra «Moscú». En función de esa palabra tuve que contar todo lo demás, porque estaba muy relacionado. No son memorias en el término explícito de la palabra, porque hay escenarios armados y cosas que no me imaginé que iba a poner. Además, hay muchas citas que, teniendo en cuenta la complejidad del idioma ruso, siempre está la duda de si fueron así o finalmente quedó lo que yo entendí. Algo que como periodista nunca podés hacer.
Fue una impresión totalmente irracional que tenía que ver con la palabra «Moscú». En función de esa palabra tuve que contar todo lo demás, porque estaba muy relacionado. No son memorias en el término explícito de la palabra, porque hay escenarios armados y cosas que no me imaginé que iba a poner.
— En Argentina, el género crónica cobró un nuevo impulso en la última década, ya sea por parte del periodismo como de la literatura. En este libro aprovechás todos los recursos que tiene el género: diálogos, descripciones poéticas, datos duros y entrevistas, entre otros. ¿Cómo fuiste pensando eso?
— No es una decisión que uno tome a priori, porque si yo tuviera un jefe de redacción que me dijera qué hacer o no, sería distinto. No es casualidad que una crónica esté escrita como las que aparecen en Sobras rusas, como tampoco es casualidad que haya pasado tantos años por el taller de Hebe. Hay muchas miradas que pasaron por estas crónicas previas a su edición. Además, yo no creo que los géneros sean edificios que nunca se conectan. Para mí están todos conectados entre sí. Estas son crónicas, pero también puede ser una novela o una serie de cuentos. Por ejemplo, también hay temas que atraviesan todo el libro sin pensarlo, como el tema de tener hijos.
— En ese sentido, en este libro se puede ver ese carácter literario que tiene la vida real, ¿no?
— Sí, como dice Roland Barthes en esa frase un poco célebre, donde afirma que toda biografía es ficcional y toda ficción es biográfica, como dije hace poco en otra entrevista. Aunque en Sombras rusas no haya una trama que vaya de crónica en crónica, hay una continuidad. Dentro de eso, también tuve la intención de dejar constancia de las pequeñas sutilezas en la pronunciación del ruso, que para ellos es un mundo entero. Es imposible de transmitir a la perfección, pero hay algo de eso en las crónicas.
— Al principio de la entrevista decías que no te considerabas una escritora y si se tiene en cuenta que tu primer libro, a diferencia de lo que suele ocurrir, lo publicaste a una edad más avanzada que el promedio, ¿cómo es tu relación con la literatura?
— Sí, yo tengo una relación con la escritura un poco traumática por algo que me pasó de chica. Yo tenía el típico diario íntimo y me lo agarraron para leerlo. Quizás, si me hubieran tratado un poco más delicadamente, hubiera seguido con más firmeza la escritura. Es muy lindo ver tu libro publicado, pero no lo veo como un edificio cerrado, como los géneros. En ese sentido, me sigo pensando como arquitecta y me imagino distintos formatos. No estoy hablando de los eBooks, sino de algo que no termino de tener claro. Es más, el libro de Hebe tampoco fue mi primer libro, ya tenía listas otras cosas. En ese sentido, la arquitectura se maneja mucho por hacer concursos y es algo que a mí me sirvió para la escritura. Además, porque en la arquitectura si no ganás, es todo trabajo perdido. En cambio, en la literatura tenés el libro armado. Eso para mí fue como una iluminación.
— En todo el trabajo de escritura, corrección y edición de Sombras rusas, ¿qué sentiste al volver ver situaciones que viviste?
— En ese sentido está el viaje como tema, es algo a lo que te podés aferrar. Si bien hay algunos momentos personales, todavía conservo cierta distancia con el texto. Se suele decir que la escritura es una especie de terapia, pero para mí no tiene absolutamente nada que ver. A mí no me sirve de esa forma. Por ejemplo, está «Masha» en el libro, que, gracias a concentrarme en el lenguaje para describirla, me sirvió para abrir un mundo nuevo que si me quedaba en una descripción pasajera como «muy linda» (que era lo que había puesto originalmente), se hubiera perdido. En algún sentido, lo que yo hago no tiene nada que ver con la literatura, es meterme en ciertos lugares de lo que se suele llamar memoria. La escritura es meterse en profundidad, no teniendo en cuenta la cantidad, sino el cómo. Además, por facilidad hablamos de géneros, pero está todo mezclado. Está en uno servirse de más recursos de uno o del otro. También me gustaría remarcar algo que dice Hebe en sus talleres: fijarse en la repercusión que tuvo el hecho en vos; ahí está la escritura.
Yo tengo una relación con la escritura un poco traumática por algo que me pasó de chica. Yo tenía el típico diario íntimo y me lo agarraron para leerlo. Quizás si me hubieran tratado un poco más delicadamente hubiera seguido con más firmeza la escritura. Es muy lindo ver tu libro publicado, pero no lo veo como un edificio cerrado
— En esa dirección, este libro tiene un «Yo» muy presente y, paradójicamente, viene después de Las clases de Hebe Uhart, donde vos decidís borrarte del texto para que Hebe hable directamente. ¿Cómo viviste ese cambio?
— Sí, lo viví como algo natural, porque escribir es desdoblarse, soy y no soy yo. Depende de cada uno cuando escribe.
— Por último, ¿cómo sentís que va a ser recibido este libro?
— Estoy abierta a lo que pueda pasar, siempre es una sorpresa. Las devoluciones que tuve hasta el momento son muy lindas y positivas, me marcaron cosas que hasta el momento no había visto. Este tipo de libros abre muchas puertas y yo creo que la incertidumbre es buena, es vida y es asombro. Me parecería raro esperar algo en particular. Lo llamamos incertidumbre, pero quizás es otra cosa, la normalidad. Quizás digo esto porque no vengo de la literatura, tengo esa suerte de estar libre de los preconceptos que pueden ser obstáculos entre lo que uno quiere decir y lo que escribe.