Ayer murió Ricardo Piglia, uno de los autores argentinos de más renombre en los últimos años. Reconocido mundialmente por una obra prolífica y versatil, su bibliografía exploró cuentos, novelas, ensayos, guiones de cine y críticas literarias. Su trabajo, al igual que otros autores que dedicaron su vida a la literatura, muestra un compromiso en el que volcó sus vivencias, con las que exploró a lo largo de décadas lo que para él fue «una forma privada de utopía». (Foto de portada: Juan Lázaro/La Voz de Galicia)
Un chico de tres años corre a una biblioteca y se sienta en la puerta de la calle con un libro azul. Juega a leer, como su abuelo Emilio. Alguien que pasa de casualidad le dice que el texto está al revés. Así empieza Años en formación, el primer volumen de una trilogía autobiográfica en la que, fusionando géneros y transformando estilos, creó a Emilio Renzi, un personaje novelesco a quien Piglia le prestó su segundo nombre y apellido.
“¿Cómo se convierte alguien en escritor, o es convertido en escritor?”, se pregunta Renzi. Para Piglia, es difícil elegir un solo momento. Comenzó a leer con La Peste de Albert Camus, después de que una novia de la infancia se lo pidiera prestado y él saliera corriendo a conseguirlo y arrugar un poco sus hojas para que no pareciera nuevo. Hacerlo más suyo y apropiarse de la lectura como años más tarde sólo él sabría hacer. Contó en varias entrevistas que el momento en que la literatura comenzó a arraigarse más hondo fue una tarde en la cocina de su casa, en Adrogué, provincia de Buenos Aires, en la que leyó por primera vez a Ernest Hemingway.
Su mundo se desarmó a los 16 años, cuando en 1957 se mudó con su familia a Mar del Plata. Su padre, médico y peronista, era un perseguido político en los tiempos dictatoriales, luego del derrocamiento de Juan Domingo Perón. Ante el desarraigo, un poco para negar lo que venía, Piglia comenzó a escribir un diario.
Su mundo se desarmó a los 16 años, cuando en 1957 se mudó con su familia a Mar del Plata. Su padre, médico y peronista, era un perseguido político en los tiempos dictatoriales, luego del derrocamiento de Juan Domingo Perón. Ante el desarraigo, un poco para negar lo que venía, Piglia comenzó a escribir un diario. “Nos vamos pasado mañana Decidí no despedirme de nadie. Despedirse de la gente me parece ridículo. Se saluda al que llega, al que uno encuentra, no al que se deja de ver […] Todo lo que hago me parece que lo hago por última vez«. Así, en una casa ya vacía y embalada, inauguró un 3 de marzo el primero de muchos cuadernos de tapas negras.
Ese fue el inicio de una suerte de laboratorio literario que marcó la columna vertebral de su obra y que se extendió durante 60 años de escritura permanente. Tiempo después esas hojas privadas de reflexiones cotidianas se transformaron en las memorias del escritor y periodista, Emilio Renzi, su alter égo. Con él recorrió su historia personal, pero también la preocupación por la naturaleza de la narración, la idea de la escritura como investigación. Empezó así exorcizando la desilusión de un destierro que terminó por moldear un personaje en el que volcó todo de sí mismo.
Tiempo después esas hojas privadas de reflexiones cotidianas se transformaron en las memorias del escritor y periodista, Emilio Renzi, su alter égo. Con él recorrió su historia personal, pero también la preocupación por la naturaleza de la narración, la idea de la escritura como investigación. Empezó así exorcizando la desilusión de un destierro que terminó por moldear un personaje en el que volcó todo de sí mismo.
El viaje que comenzó sentado sobre un canasto de mimbre en un camión de mudanza lo devolvió a Buenos Aires en marzo de 1965, mientras continuaba estudiando Historia en la ciudad de La Plata y terminaba Jaulario, su primer libro de cuentos. En 1980 llegaría su primera novela, Respiración artificial. Escrita en un departamento enfrente de un Congreso intervenido por militares, tensa los límites entre la realidad y la ficción y aborda un presente nefasto mediante una reconstrucción histórica y política.
Como pocos, la obra de Piglia refleja un fuerte compromiso con la literatura, a la que él le gustaba llamar «una forma privada de utopía». «Miro críticamente ciertas decisiones de mi vida que fueron tomadas en función del futuro de mi literatura. Por ejemplo, vivir sin nada, sin propiedades, sin nada material que me ate y me obligue. Para mí elegir es desechar, dejar de lado. Ese tipo de vida define mi estilo, despojado, veloz. Hay que tratar de ser rápido y estar dispuesto a dejar todo y escapar”.
A sus 75 años, Ricardo Piglia deja, sin dudas, un enorme vacío en la literatura argentina. Pero, como decía en sus diarios: “Lo difícil no es perder algo, sino elegir el momento de la pérdida”. Quizás su lectura nos ayude a mantenerlo vivo, a aplazar ese momento a hacer nuestras sus utopías, las que con tanto esmero vació en decenas de cuadernos de tapas negras.