Hoy se renueva la cartelera cinematográfica con dos películas que colocan a los dramas familiares en el centro de la escena. Por un lado, Nieve negra, primer largometraje en solitario de Hodara y protagonizado por Ricardo Darín, Leonardo Sbaraglia y Laia Costa, que retrata el reencuentro de dos hermanos tras varios años de ausencia. Por otro, Es sólo el fin del mundo, sexto film del aclamado Dolan protagonizado por Gaspard Ulliel, Vincent Cassel, Marion Cotillard, Nathalie Baye y Léa Seydoux, que narra el regreso de un joven dramaturgo a su pueblo natal para comunicarle a su familia la noticia de una enfermedad terminal.
Un drama nacional con elenco de lujo
Ricardo Darín y Leonardo Sbaraglia ya habían tenido algunas experiencias cinematográficas y teatrales compartidas (Relatos salvajes, Pájaros in the nait), pero hasta ahora nunca había compartido el set ni tantas escenas. Martín Hodara los reúne en su primer largometraje a solas, después del exitoso paso por Nueve reinas como asistente de dirección de Fabián Bielinsky y la co-dirección de La señal junto al mismísimo Darín.
En la conferencia de prensa de presentación del film, Hodara contó que el germen de esta creación había nacido en un momento de contemplación frente a un cuadro que había en la casa de su bisabuela, donde se retrataba a un hombre muerto contra un árbol y su sangre manchando la nieve (de allí el título porque, cuando la sangre entra en contacto con la nieve, adopta el colo negro).
El film narra el reencuentro de Salvador (Ricardo Darín) y Marcos (Leonardo Sbaraglia), dos hermanos separados por el abismo de un trágico drama familiar que los ha condenado a largos años de silencios y ausencia. A raíz de la muerte de su padre, ellos deberán resolver la áspera cuestión de la división de bienes, pero en el camino tendrán que atravesar su propio pasado. El abogado de la familia, Sepia (Federico Luppi), conoce al detalle los matices más oscuros de esta historia, y recomienda a Marcos convencer a su hermano para vender el campo paterno y comprarse algo más pequeño con su parte.
Con este propósito, él viaja al sur junto a su mujer Laura (Laia Costa), el lugar donde estos hermanos han compartido su infancia y algunos episodios que tendrán consecuencias irremediables en sus destinos. Allí se encontrará con un hombre ermitaño que apenas balbucea algunas palabras y no reconoce su sangre, un ser huraño que ha crecido en ese ambiente hostil y nunca ha tenido intenciones de salir de allí. Este encuentro irá develando un pesado drama que ambos han arrastrado como cadenas a lo largo de sus días y que en este punto de sus vidas necesitan enterrar para siempre.
La riqueza de esta película reside esencialmente en el periplo de sus personajes que, tal como la sangre, van oscureciéndose a medida que entran en contacto con la nieve del pasado
Tal como Hodara la ha pensado esta parece ser una historia de personajes, y todos ellos están muy bien construidos desde el guión e interpretados magistralmente desde la actuación. Salvador es el personaje peculiar que nos abre la trama porque tiene el «pero», la inflexión argumental: al verlo necesariamente uno se pregunta qué es lo que le ha ocurrido para terminar confinado por elección en un ambiente de tamaña hostilidad. Huraño, distante, callado, él ha elegido aislarse en aquellas tierras donde creció y vivió los momentos más oscuros de su vida. Marcos es un personaje que permanece tenso a lo largo de toda la trama y es evidente que oculta algo, pero hasta el final no sabremos qué; no logra confesarse ni siquiera con su esposa y vive atormentado por el peso de esos recuerdos. Al principio intenta acercarse a su hermano pero poco a poco este personaje va ensombreciéndose en el interior de una cabaña que lo oprime y donde cada mueble es un fragmento doloroso del pasado.
Laura es el personaje clave en esta trama, porque ella es la única que no lleva la sangre que se ha manchado, no conoce la historia y observa todo desde afuera, con cautela e intuición que finalmente será aquello que la conducirá hacia la verdad. Además, la película cuenta con otras dos participaciones de lujo: Federico Luppi en el rol del abogado de la familia y Dolores Fonzi como Sabrina, la hermana encerrada en un hospital psiquiátrico a raíz de los traumas compartidos. Ambos se lucen en sus pocos minutos de metraje.
La riqueza de esta película reside esencialmente en el periplo de sus personajes que, tal como la sangre, van oscureciéndose a medida que entran en contacto con la nieve del pasado. La fotografía es de una gran calidad y el trabajo de continuistas y utileros resulta decisivo en una producción cuyo rodaje estuvo repartido entre Andorra y la Patagonia Argentina. Los efectos visuales son de esperarse en esta clase de super-producciones (de lo más arriesgado a nivel nacional), y en todo el trabajo de diseño y arquitectura de las locaciones (una cabaña construida desde cero para la película) se observa una labor minuciosa.
Sin embargo, hacia el final pueden rastrearse ciertas fallas en el guión; la explicación del cierre parece ir muy de prisa y algunos elementos encajan demasiado bien, con una exactitud que resta verosimilitud al argumento y lleva al espectador de las narices, sobrevolando todas las conclusiones. Aún así, la decisión del personaje de Laura resulta controversial y no dejará a nadie indiferente. Actuaciones admirables y un hermoso plano secuencia para el cambio de época en el sueño-recuerdo de Marcos son dos razones válidas para apoyar esta apuesta del cine nacional.
Dolan y el drama nuestro de cada día
La otra recomendación es el último trabajo de Xavier Dolan, Es sólo el fin del mundo, una co-producción franco-canadiense que también pone en escena un pesado drama familiar y cuenta la historia fundamentalmente a través de la caracterización de personajes y climas. Las interpretaciones han quedado en manos de actores de primera liga: Vincent Cassel, Marion Cotillard, Léa Seydoux, Nathalie Baye y Gaspard Ulliel. Aquí se narra el retorno de Louis (Gaspard Ulliel), exitoso y joven dramaturgo, a su pueblo natal con el propósito de pasar unos momentos con su familia y comunicarles la terrible noticia de una enfermedad terminal. Pero ninguno de ellos lo sospecha siquiera y se preguntan insistentemente por qué razón habrá vuelto. Él es el único que cuenta con esta información a lo largo de toda la trama, y es ese elemento lo que marca cada contraste en su enfrentamiento con los miembros de su familia.
Dolan recrea con la destreza que lo caracteriza para esta clase de films un ambiente asfixiante, acalorado (todo ocurre en pleno verano, entre rayos de sol y rostros sudorosos). El clima va ensombreciéndose de a poco en el contacto de los personajes entre sí.
Como en un desfile interpretativo, los personajes encuentran su momento a solas con el protagonista y se dedican a inundarlo de reproches. Él parace exhausto, sin fuerzas para réplicas. La madre (Nathalie Baye) intenta conectarse con él y vincularlo a la vida de sus hermanos; la hermana menor, Suzanne (Léa Seydoux), lo admira pero ni siquiera está segura de conocerlo más que a través de los artículos periodísticos acerca de sus obras que lee y colecciona minuciosamente; su hermano mayor, Antoine (Vincent Cassel), está enfadado por su ausencia y por los rumbos que ha decidido tomar en su vida, y demuestra cierto complejo de inferioridad por no heber podido ser el dueño de su destino. Y aquí el personaje clave es el de Catherine (Marion Cotillard), esposa de Antoine y cuñada del protagonista, quien -al igual que Laura en Nieve negra– no lleva la misma sangre, observa todo el cuadro desde afuera y, con un gran poder de intuición, descubre la verdad antes que el resto.
Dolan recrea con la destreza que lo caracteriza para esta clase de films un ambiente asfixiante, acalorado (todo ocurre en pleno verano, entre rayos de sol y rostros sudorosos). El clima va ensombreciéndose de a poco en el contacto de los personajes entre sí. Cada conversación se inicia con la falsedad propia de quienes no se han visto en un largo tiempo y tampoco tienen mucho de qué hablar, y desemboca en una intensa pelea familiar repleta de reproches y trapitos expuestos al sol veraniego. Hay un excelente manejo de los planos cerrados que de algún modo nos describe los estados de cada personaje en su transición hacia el más completo y radical desequilibro. Una excelente opción para disfrutar del mejor cine de personajes.