Once hijos: la progenie fuera de control

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En la ciudad de Buenos Aires pasan cosas; siempre pasan cosas. Y la escena teatral porteña ciertamente no es la excepción a la regla. Si uno tiene la decisión, el coraje y la voluntad de arrimarse al fogón de los submundos teatreros del circuito independiente, podrá encontrarse con curiosos sucesos tales como una instalación enteramente dedicada a la obra de Kafka en pleno hall del teatro; la performance ejecutada por un único actor siguiendo la línea de un relato kafkiano en off; o bien la adaptación teatral de uno de sus cuentos más conocidos: Once hijos. Todo esto en el marco del ciclo Los que vuelven, que tiene lugar los domingos a las 21 hs. en El Kafka Espacio Teatral (Lambaré 866).


Lo primero que hay que decir es que Once hijos se trata de una gran apuesta artística y estética en el panorama actual de la cartelera teatral porteña. Esta obra dirigida por Federico Ponce y protagonizada por Pablo Caramelo junto a sus once criaturas (Daniel Barbarito, Juan Pablo Maicas, Juan Pablo Antonelli, Rodrigo Martínez Frau, Lautaro Sosa Ruiz, Rodrigo Pedrosa, Manuco Firmani, Marcos Paterlini, Matías Tagliani, Patricio Bertoli, Manu Aime) constituye un verdadero acto de osadía creativa. Si para muchos la simple lectura de la obra del escritor checo resulta ser toda una hazaña, su adaptación para la escena teatral ciertamente constituye un desafío en sí mismo.

¿Cómo abordar la inquietante solemnidad que guarda cada una de sus líneas? ¿Cómo recuperar los relatos perdidos? ¿Cómo dar vida escénica a esos personajes grises, sin relieve aparente, que pueblan su obra? ¿Cómo recrear esos climas enrarecidos que envuelven todos sus relatos? ¿Cómo encarar un trabajo interpretativo dinámico cuando el cuento mismo ha sido engendrado desde un rincón, en apariencia, estático? El gran recurso que Federico Ponce ha trabajado en esta puesta junto a todo su equipo ha sido esencialmente el de la conversión de la palabra en movimiento y los silencios en quietud, porque un mismo relato puede ser narrado de mil modos diferentes, desde mil ángulos distintos. La mirada lo es todo.

oncehijos

Esos once hijos se presentan ante él como territorios incompletos e insondables, como once fuerzas que irremediablemente han huido de su control, de su dominio.

La actual puesta ha sido el resultado de un Taller de Experimentación y Puesta en Escena coordinado por Rubén Szuchmacher y Graciela Schuster, llevado a cabo en 2014 en el mismo espacio donde hoy se desarrolla la obra: El Kafka. Ponce nos cuenta: “Esta puesta tiene una impronta muy importante en mi carrera como director, primero porque trabajo con Pablo Caramelo -a mi gusto uno de los mejores actores del país- y segundo, porque fue una búsqueda sumamente artística, de mucho tiempo».

La propuesta de Ponce no se restringe tan sólo al ámbito de la actuación propiamente dicha, sino que extiende sus fronteras un poco más allá y se aventura en territorios para nada ajenos a la dimensión interpretativa: la literatura, la música, la danza. Aquí el director otorga relieve al trabajo sobre los cuerpos, a la música y a la luz, como elementos esenciales en la arquitectura escénica. Puede verse un minucioso trabajo en torno a los ritmos internos de cada actor, que integran su labor a un todo colectivo y logran componer un cuadro de gran sintonía y dinamismo.

La historia es, como casi todo lo que ha escrito Kafka, aparentemente sencilla. Sus personajes son grises, siempre envueltos en esa solemnidad asfixiante. El cuento original puede leerse en Internet o en cualquier antología perdida de las desesperadas mesas de saldos que inundan por estos días de crisis las callecitas porteñas. En ese cuento hay un padre y también hay once hijos: sus hijos. El narrador está en primera persona y es representado, claro, por la figura omnipresente de ese padre. A lo largo del relato, él se ocupa de elaborar minuciosas descripciones de su progenie. Pero en esas descripciones trabajadas desde el rasgo mínimo como pinceladas sobre cada una de sus personalidades, sin embargo, no parece agotarse toda la información. Hay algo más… y ese plus queda librado a la labor de los intérpretes en la escena. La carga de sentido termina de completarse en los movimientos encarnados por cada uno de los doce actores en acción, pero también en el diseño lumínico de Lucas Orchessi, en las coreografías de Verónica Litvak, en la música de Gustavo Lucero o en el vestuario de Belén Pallota.

Esta puesta tiene una impronta muy importante en mi carrera como director, primero porque trabajo con Pablo Caramelo -a mi gusto uno de los mejores actores del país- y segundo, porque fue una búsqueda sumamente artística, de mucho tiempo.

En esta versión porteña de los universos kafkianos hay un espacio indeterminado, hay un padre y hay once hijos. Sólo eso; o todo eso. Nada más y nada menos que doce cuerpos en escena. Cada uno de esos cuerpos tiene una razón de ser en la arquitectura dramática, y se erige como portador de un único sentido. El padre habla; los hijos oyen (y esa es una dialéctica que amerita un análisis pormenorizado sobre el que no nos detendremos aquí). ¿Cómo reciben los hijos el relato de ese padre? Solos, agrupados, asociados, aislados, amontonados, apretujados; cercanos, distantes; estáticos, en movimiento; de pie, sentados, acostados. Los hijos siempre están ahí, presentes en la escena, pululando en torno a su progenitor, mirándolo, ignorándolo, padeciéndolo, como una suerte de entes o prótesis subordinadas a ese discurso que monopoliza atenciones y sensaciones. Los once cuerpos pueblan cada porción de un espacio inerte y lo cargan de sentido.

El padre aborda la descripción de sus hijos y el relato avanza al compás de la enumeración de sus escasas virtudes y sus múltiples defectos; bajo la mirada de este pater, ninguno de ellos es perfecto (dato curioso, pues para todo padre su hijo suele ser el “mejor”). Esos once hijos se presentan ante él como territorios incompletos e insondables, como once fuerzas que irremediablemente han huido de su control, de su dominio. La descripción se presenta como un arduo ejercicio de acumulación de detalles que, al ser enunciados, van cargando de tensiones la atmósfera dramática, delineando una grieta profunda entre ese progenitor y esa progenie sublevada; dador de vida y receptores de ese don. Pero llega un punto en el que su coexistencia se torna imposible, el clima se enrarece a cada paso y ya parece no haber salida de esa encrucijada. ¿Quién sobrevivirá?

Sería interesante poder concurrir unas doce veces a ver esta obra, para seguir en cada ocasión los recorridos y movimientos de un actor diferente. Al ver la puesta en su totalidad, la sensación de estar perdiéndose de algo resulta inevitable

Sin dudas, el arte de Kafka ya lo ha hecho, y revive con gran vitalidad en esta experiencia teatral que ha sido el producto de un espacio de experimentación de los tantos que -por fortuna- se desarrollan en la ciudad de Buenos Aires. Sería interesante poder concurrir unas doce veces a ver esta obra, para seguir en cada ocasión los recorridos y movimientos de un actor diferente. Al ver la puesta en su totalidad, la sensación de estar perdiéndose de algo resulta inevitable; siempre hay un foco de la acción dramática, pero algo está ocurriendo simultáneamente al fondo o en un lateral; el ojo sólo es capaz de capturar una pequeña parte de todo lo que sucede en la escena. Se trata, en fin, de una interesante experiencia (y experimento) que demanda la apertura de todos los sentidos para el goce pleno.

Las funciones continuarán durante septiembre en el marco del ciclo Los que vuelven, y en las tres primeras semanas de octubre, los domingos a las 21 hs en El Kafka (Lambaré 866).


FICHA TÉCNICA-ARTÍSTICA
Titulo: Once hijos
Autor: Franz Kafka
Dirección/Versión: Federico Ponce
Traducción: Pablo Caramelo
Interpretación: Daniel Barbarito, Juan Pablo Maicas, Juan Pablo Antonelli, Rodrigo Martínez Frau, Lautaro Sosa Ruiz, Rodrigo Pedrosa, Manuco Firmani, Marcos Paterlini, Matías Tagliani, Patricio Bertoli, Manu Aime
Coreografía: Verónica Litvak
Diseño de luces: Lucas Orchessi
Música original: Gustavo Lucero
Vestuario: Belén Pallota
Fotografía: Victoria Nordenstahl
Diseño gráfico: Javi Luppi
Supervisión artística: Rubén Szuhmacher y Graciela Schuster
Producción: El Karla, Zoilo Garcés y Federico Ponce
Asistencia de dirección: Francisco Oliveto

 

 

 

 

 

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