«Pienso que el desafío es salirse siempre de lo que uno ya sabe. Al menos me gustaría que la poesía fuera eso», señala Cecilia Pavón, una de las referentes de lo que actualmente se denomina como «poesía de los 90’s». «Había una gran intensidad por experimentar», recuerda sobre esa época. ¿Por qué la poesía es un género difícil de vender dentro del mundo literario? ¿Las redes sociales cambiaron la forma de experimentar a la poesía? ¿La producción literaria femenina representa un peligro dentro de la sociedad actual y por eso es mucha veces silenciada? «Hay algo en lo femenino que pone en jaque algunas cuestiones del canon», sostiene Pavón.
Sobre la autora
Cecilia Pavón nació en Mendoza en 1973. Es traductora del alemán y del inglés. Publicó ¿Existe el amor a los animales? (Siesta, 2001); Virgen (Belleza y Felicidad, 2001); Un hotel con mi nombre (Del Diego, 2001); Caramelos de anís (Belleza y Felicidad, 2004), Poema robado a Claudio Iglesias (Vox, 2009); 27 poemas con nombres de persona (Triana, 2010), entre otros. Junto a Fernanda Laguna creó la galería de arte Belleza y Felicidad.
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-Para vos, ¿qué es la poesía?
-Es una pregunta difícil esa. Lo más complicado de escribir es escribir en contra de lo que uno ya sabe, cambiar. Justo pensaba eso ayer porque estaba tratando de terminar un libro que había dejado hace un tiempo. Pensaba en cómo uno cambia en la vida y cómo hacer para cambiarlo en la escritura.
-¿Cómo serían esos cambios en la escritura que proponés?
-Abandonar todo lo que uno cree, escribir en contra de uno mismo. Es lo más difícil que existe, no sé si es posible, es una especie de utopía. Me gusta pensar que la poesía es una utopía con respecto a la identidad, preguntarse constantemente «¿quién soy yo?», que es una pregunta que no tiene respuesta. La poesía es el lugar donde se confirma, justamente, que esa pregunta no se puede responder. A la vez, es también encontrar quién es uno, pero pienso que el desafío es salirse siempre de lo que uno ya sabe. Al menos me gustaría que la poesía fuera eso.
-Claro, ir en contra de lo conocido o de la propia habilidad a la hora de escribir, ¿no?
-Sí, totalmente, ir en contra de lo conocido. Es tan fácil tener un truco o una forma que te sale bien. Creo que lo peor que le puede pasar a un escritor es tener algo que te funciona y repetirlo cien veces. Me encantaría hacer veinte libros diferentes, pero eso es imposible, porque uno se repite. En ese espacio, entre lo que se repite eternamente y la utopía del cambio constante, está la poesía para mí. Por eso sigo escribiendo, si no, me aburriría; me gusta tratar de que el próximo libro sea diferente al anterior, por más que sepa que no me va a salir del todo. Finalmente la poesía, la literatura es eso: la paradoja de querer ser otro, irse a buscar a uno mismo y huir de uno mismo al mismo tiempo.
La poesía me gusta pensar que es una utopía con respecto a la identidad, de preguntarse constantemente por «¿quién soy yo?», que es una pregunta que no tiene respuesta. La poesía es el lugar donde se confirma justamente que esa pregunta no se puede responder. A la vez, también es encontrar quién es uno, pero pienso que el desafío es salirse siempre de lo que uno ya sabe. Al menos me gustaría que la poesía fuera eso.
-En relación a lo que venías diciendo, cuando recopilaste los poemas para Un hotel con mi nombre (Mansalva, 2012), ¿te pasó de darte cuenta de que entre libro y libro intentabas hacer eso?
-Lo que me pasó fue que, una vez que estuvieron todos los poemas reunidos, mucha gente me dijo que le parecía que había una unidad desde el principio. Por eso te decía antes, quizás al final, por más que uno busque cambiar, se termina repitiendo. Quizás eso de querer cambiar e ir en contra de uno mismo es algo que me está pasando con más conciencia hace poco. Antes, tenía una idea de escribir desde el descontrol y ahí no hay mucha conciencia de lo que estás haciendo. Ahora me gustaría cambiar, escribir desde otro lugar. Cuando compilé el libro no pensé mucho, fue mostrar todo lo que tenía hecho. Yo siempre publiqué en ediciones muy chicas, muy dispersas, porque me interesaba esa heterogeneidad entre cada libro. Esta fue la primera vez que pensé en un libro más grande o serio. Creo que se ve la variedad dentro de cada libro y, a la vez, uno siempre está escribiendo el mismo poema.
-Al ir armando Un hotel con mi nombre y ver desde los primeros poemas que publicaste hasta los últimos en ese momento, ¿qué sensaciones te dejó?
-Ver los poemas me llevó hacia los momentos en que los escribí. De algunos, me acuerdo exactamente qué sentí o por qué puse esa frase, por más de que hayan pasado 17 años. Fue algo muy íntimo. Un libro de poesía puede funcionar como una especie de diario personal, porque uno solo sabe la intimidad con esa imagen o ese verso y quizás el que lo lea termine proyectando algo totalmente diferente. También me sorprendí, me extrañé, con algunas cosas que había escrito.
-¿Lo pudiste ver desde un lado más objetivo?
-Sí, mucho más objetivo con el paso de los años. De todas formas, siempre que escribo no lo puedo ver tan de lejos, estoy muy metida con lo que estoy escribiendo y me cuesta tomar distancia. Con el tiempo sí lo pude ver.
En ese espacio entre el que se repite eternamente y la utopía de cambiar eternamente está la poesía para mí. Por eso sigo escribiendo, sino me aburriría ya. Me gusta intentar que el próximo libro sea diferente al anterior, por más que sepa que no me va a salir del todo. Finalmente la poesía, la literatura es eso: lo paradojal de querer ser otro, irse a buscar a uno mismo y huir de uno mismo.
-¿Cómo fue tu primer acercamiento con la poesía?
-Me acuerdo perfectamente que cuando iba a segundo grado, debía tener 7 años, escribí un poema al sol con rima. No lo tengo más, pero me lo acuerdo más o menos. Fue algo automático por así decirlo. En mi casa había algunos libros de poesía de Federico García Lorca, de Borges, y de chica siempre me atrajeron. Mis hermanos estaban en la misma casa y nunca se coparon en leerlos. Yo sí: a los 13 años me sabía de memoria todo el romancero gitano de García Lorca. Creo que quizás uno tiene una predisposición de algún tipo.
-Es decir que desde chica estuviste conectada con el mundo de la poesía, ¿no?
-Sí, desde muy chica. Cuando estaba terminando la primaria y arrancando la secundaria tenía un cuaderno de tapa dura, con espirales y en la primera parte copiaba poemas que me gustaban y encontraba en mi casa. Qué loco pensar que esa es una idea de la facultad: la escritura es lectura. Para mí fue automático, me acuerdo que copiaba muchos poemas de autores latinoamericanos. En la otra mitad del cuaderno escribía mis propios poemas que eran una especie de copia de lo anterior pero con mi vida adentro. Era algo muy íntimo, secreto, no quería que nadie me lo viera.
Mi acercamiento a la poesía fue algo automático por así decirlo. Creo que quizás uno tiene una predisposición de algún tipo. En mi casa había algunos libros de poesía de Federico García Lorca, de Borges, y de chica siempre me atrajeron. Mis hermanos estaban en la misma casa y nunca se coparon en leerlos. Yo sí: a los 13 años me sabía de memoria todo el romancero gitano de García Lorca.
-Como una suerte de diario íntimo.
-Claro, pero no creo que nadie se vaya a meter a leer qué poema había copiado. A mí me daba pudor porque también escribía poemas de lo que me pasa a mí en mi vida. En la adolescencia seguí escribiendo, pero ya con un tono medio desesperado, lo típico que le pasa a los adolescentes. Después estudié Letras acá, en Buenos Aires, y seguí escribiendo. Intenté con 200 poemas, cuentos, crónicas, hasta que, ya de grande, a los 22 años más o menos, escribí algún poema que me gustó. Además, ahí empecé a tener amigos que escribían y sabían sobre el tema. Gabriela Bejerman fue mi primera amiga poeta: tenía 20 años cuando la conocí. Me acuerdo que leí las cosas de ella y que me impactaron mucho.
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-¿Cómo cambió tu concepción de la poesía en ese momento?
-Antes, la Literatura, para mí, era intentar copiar lo que había en los libros, aprendérmelos. Empezar a conocer gente que también escribía cambió todo. Yo, de chica, vivía en Mendoza y no había nadie que escribiera, o al menos yo no lo conocía o no figuraban dentro del ámbito donde me movía. De repente, venir a Buenos Aires y encontrarme con gente que escribía, me ayudó a animarme más, a tratar de hacer algo, por así decir, original.
-¿Qué autores tenías como referentes en esa época?
-Me acuerdo que descubrí a Marosa Di Giordio en esa época y me sorprendió mucho. En la carrera, y gracias a Delfina Muschietti, descubrí a Arturo Carrera, a Néstor Perlongher, toda esa corriente más neobarroca que se leía mucho cuando yo entré a la facultad, allá por el ’92. También, me había comprado un libro de poemas de Raymond Carver que me influenció mucho, sobre todo esa onda minimalista. Lo mismo con César Aira, fue una especie de shock, de sentir que había una forma de escribir que no se parecía a nada. En la adolescencia y juventud me acuerdo que también me encantaba Alejandra Pizarnik, tenía la obra completa y la leía y leía. Creo que uno siempre lee de todo y es difícil identificar de donde viene ya. Por ejemplo, eso me pasa mucho con los últimos poemas de Alfonsina Storni.
-¿Y actualmente qué lees?
-Leo una mezcla de cosas, de todo. Por ejemplo, a muchos poetas contemporáneos de Estados Unidos. Chris Kraus es una escritora que me gusta mucho, sobre todo el trabajo que hace con lo autobiográfico en su poética. Traduje a Dorothea Lasky, que también me interesa mucho. Leo fragmentariamente, cosas sueltas que aparecen en Internet. El otro día quise leer todos los links a poemas que aparecieran en mi twitter, por lo que salté de poema en poema sin saber bien de quiénes eran, una locura. Quise experimentar esa forma de leer por fuera del libro, que es muy rara, te quita de ese contexto que forma una publicación. Es difícil sacar el libro del flujo de la red y eso me preocupa también.
-En ese sentido, ¿cómo pensás que influyeron las redes sociales y las nuevas teconlogías en la forma de escribir?
-No sé bien qué puede llegar a pasar. Porque, a la vez, se mezcla todo: las personas que conozco y las que no, son experiencias distintas. Tener a alguien en una red social te da, de alguna manera, una relación más cercana que comprar un libro. Alguna relación quizás ya tenías con esa persona para tenerla en tu Facebook, por ejemplo. Toda esta cuestión entre autor y narrador se mezcla mucho, antes estaba más claro en un libro. También me pregunto por la idea de ficción…de alguna manera somos nosotros mismos escribiendo y no «el autor». ¿El autor se salta al narrador? No sé, es una ficción y a la vez no. Volviendo a Chris Kraus y al juego con lo autobiográfico, ella hace libros basados en su vida, pero que tienen una potencia estética que van más allá del testimonio, sin ser ficción. En este mundo de las redes sociales, todos somos un poco actores, estamos todo el tiempo haciendo una performance de nosotros mismos: ya no hay tanta distancia con la palabra escrita y somos performers. Creo que eso llega de alguna forma a la literatura también.
En este mundo de las redes sociales somos todos un poco actores, estamos todo el tiempo haciendo una performance de nosotros mismos, ya no hay una distancia con la palabra escrita y somos performers. Creo que eso llega a la literatura también.
-A pesar de eso que decís, donde hay muchos escritores en blogs, redes sociales y hasta Youtube, la legitimidad dentro de la poesía no le suele prestar atención a ese fenómeno, sobre todo pensando en las editoriales más consagrada. ¿Vos qué opinás?
-Sí, puede ser. La poesía siempre es complicada a nivel editorial. Conozco a un montón de editoriales más pequeñas, de gente joven que impulsa su propia editorial, y me parece que la poesía siempre funciona en un medio más alternativo. No tiene su propio mercado editorial, es más autogestionado. La cuestión de la legitimidad creo que termina siendo una cuestión de lectores, porque para que algo llegue a la academia lleva mucho tiempo. Además, la crítica literaria apenas existe en la actualidad. Hay reseñas en los diarios, pero tampoco sé si se leen tanto. Me parece que pasa más en pensar en cómo un texto puede llegarle un público. Sacar en una editorial reconocida no te garantiza nada, es más un boca a boca, pequeños círculos que se van gestando. Es algo mucho más horizontal, ya no sé si corren las jerarquías. Al dar talleres, estoy en contacto con muchos escritores jóvenes y voy a eventos, me sorprende mucho la cantidad de gente que va a lecturas… Quizás hay un montón de cosas malísimas y un poema genial, como en toda la literatura. Creo que hoy hay otra idea de calidad literaria.
-¿Cuál sería esa nueva idea?
-Capaz todavía no está pensado cuál sería la calidad de lo que es más nuevo. En las editoriales más consagradas, como decís vos, quizás haya una idea de calidad literaria que no esté reflejada en lo que escriben los chicos de 20 años. En Buenos Aires, al menos, las lecturas de poesía son un gran fenómeno, amigos extranjeros no pueden creer que vaya tanta gente a lugares chiquitos o no reconocidos. Habría que preguntarse si ese mundo después se verá reflejado en una editorial, o si de los 30 que están escribiendo solo queda uno que siga escribiendo dentro de unos años. Lo interesante es el entusiasmo que hay en eso y esa fe que hay en la poesía, que veo y me sorprende. Hay algo en Buenos Aires que es medio misterioso, que no se sabe de dónde viene y hacia dónde va. La literatura argentina siempre fue muy experimental en ese sentido, sin importarle el canon.
-Un poco en relación a lo que decías antes, está esa frase hecha dentro del ambiente literario que sostiene que la poesía no se vende. ¿Por qué creés que pasa eso?
-Sí, en el mundo editorial más formal tal vez sí, no se vende. En cambio, en editoriales más pequeñas sí. Es muy relativo ese «no se vende», hay que pensar en qué mercado, en qué circuito. Igual, es lo más difícil la poesía, más si tenemos en cuenta que lo que más se venden son los libros de periodismo y muy pocas novelas buenas, más difícil es que se pueda vender algo experimental como es la poesía. Es ahí dentro del under donde más se mueve la poesía, las editoriales grandes se volcaron más a los productos cerrados, donde hay una estrategia de marketing. La poesía es todo lo contrario, es algo abierto, no un producto al que se le puede hacer marketing, porque te está poniendo en duda todo el tiempo quien sos, qué estás haciendo. Eso es difícil de vender, porque lo que vende es lo que te dice: «Sos esto y consumís esto», así que es lógico que no se venda. Si se vendiera en el mundo editorial actual igual que un libro de un youtuber, me preocuparía un poco, pensaría que eso no es poesía.
Es dentro del under donde más se mueve la poesía, las editoriales grandes se volcaron más a los productos cerrados, donde hay una estrategia de marketing. La poesía es todo lo contrario, es algo abierto, no un producto al que se le puede hacer marketing, porque te está poniendo en duda todo el tiempo quien sos, qué estás haciendo.
-Volviendo a tu escritura, a la hora de encarar un poema, ¿tenés algún mecanismo o rutina?
-Qué difícil es pensar eso, va cambiando todo el tiempo. En la narrativa escribo rápido la idea y después me obligo a terminarlo. Con los poemas, en cambio, no creo mucho en la rutina. Creo más en ir acumulando ideas, sensaciones, sin escribirlas y después que el poema surja en el momento que tenga que surgir, sin estar tachando constantemente. Sería como una especie de oralidad pero con uno mismo, estar maquinando un texto hasta poder escribirlo. Lo mismo pasa cuando uno lee algo, tiene que tener un impacto fuerte. Me interesa que el proceso de escribirlo también sea un impacto, no un lento proceso, sino más bien un largo aliento, un todo orgánico que tuvo su trabajo anterior de reflexión.
-¿Tenés relación con los movimientos de poesía oral que hay actualmente, como por ejemplo el slam?
-He ido a veces a algunos slams pero la verdad es que no me gustan. No me interesan porque me parece que es muy televisivo, no es lo mismo poesía oral que stand up. Siento que, en las cosas que vi, hay una búsqueda del impacto de corto plazo. La literatura tiene algo de soledad, eso que te decía recién de estar pensando y pensando el texto. A veces, la poesía oral de hoy en día tiende solo al tiempo presente y, para mí, la escritura tiene un tiempo más amplio: quizás lo que viviste en un año se condensa en un poema. También veo que se apoya mucho sobre el humor y no hay una búsqueda del sentido, de jugar con eso. No sé si la palabra «poesía» puede abarcar cosas tan diferentes.
-Como parte de la generación de los 90’s, y viendo el reconocimiento que tiene actualmente esa camada de poetas, ¿vos como lo vivís?
-Es logico que, después de 20 años, las cosas se empiecen a entender. Por otro lado, es tan larga la historia de la literatura que en 200 años ¿cuál va a ser la diferencia entre los 90’s y los 2000’s? Nadie se la va a acordar. De todas formas, siento que hubo algo ahí que tuvo que ver con la idea de grupo más que con individualidades y eso es lo que me parece interesante rescatar. Hay una palabra griega, Kairós, que es el tiempo de la oportunidad, cuando los dioses se unen para que pase algo importante. Bueno, de cierta forma hubo algo en los 90’s que no se puede explicar, pero pasó que un montón de estéticas que estaban en elaboración y que pudieron desplegarse en un montón de autores. Había una gran intensidad por experimentar. En el 2030 se verá si en el 2010 pasó algo también, no sé.
De cierta forma hubo algo en los 90’s que no se puede explicar, pero pasó que un montón de estéticas que estaban en elaboración y que pudieron desplegarse en un montón de autores. Había una gran intensidad por experimentar
-¿Y particularmente de Belleza y felicidad, qué recuerdos tenés?
– Eso lo hacíamos Fernanda Laguna y yo y después, obviamente, se sumaba mucha gente con nosotros. Como te decía antes, tuvo que ver con una intensidad, con un deseo muy fuerte de escribir y hacer que la poesía y el arte en general (porque también era una galería de arte), estuvieran más relacionados con una forma de ver la vida y de vivirla. Para mí, fue eso, porque era tener un lugar y vivir ahí. Tenía mucho que ver con lo colectivo, el juego, no con un producto, todo lo contrario: poder jugar, hacerse preguntas. Jugar puede ser lo más fácil y a la vez lo más difícil de hacer. Además, cuando lo estás haciendo no te das cuenta, todo se dio de una manera especial. Había un deseo de otra forma de vida y que la literatura acompañe ese deseo, hasta en un sentido político. Cuando cualquier estética está acompañada de un deseo de vivir de otra forma, es más potente y sobre todo hoy, donde todo parece que va a ser igual: trabajar, consumir, votar algo que no va a cambiar nada, el cinismo del modelo neoliberal. Belleza y Felicidad iba por ese camino: desear otra cosa a todo nivel y poder compartirlo con una comunidad.
-Dentro del mundo literario, ya sea en antologías, libros de crítica, es difícil encontrar muchas escritoras mujeres o que tengan el mismo reconocimiento que autores hombres. ¿Cómo ves ese fenómeno?
-Sí, eso es muy loco. A veces agarrás el catálogo de una editorial y ves hombres por todos lados y solo una mujer. De todas formas, ahora que estoy traduciendo poetas de Estados Unidos, los autores más célebres son mujeres. Y volviendo a los 90’s, una de las editoriales más importantes, Siesta, la había creado Mariana Mariasch. Gabriela Bejerman hacía un montón de cosas como la revista Nunca nunca quisiera irme a casa, Fernanda y yo con Belleza y Felicidad. Había un movimiento de mujeres como gestoras de proyectos culturales. A veces las mujeres terminan cagándose entre sí pero porque ya socialmente está establecido que lo femenino está degradado frente a lo masculino. A mí particularmente me interesa la poética de las mujeres por su visión del mundo y pensar qué puede aportar esa mirada femenina a la renovación estética en general de la Literatura. Quizás por eso resulte más incómodo la Literatura de las mujeres, ¿no?
Cuando cualquier estética está acompañada de un deseo de vivir de otra forma, es más potente y sobre todo hoy, donde todo parece que va a ser igual: trabajar, consumir, votar algo que no va a cambiar nada, el cinismo del modelo neoliberal. Belleza y Felicidad iba por ese camino: desear otra cosa a todo nivel y poder compartirlo con una comunidad.
-¿En qué sentido?
-Hay algo en lo femenino que pone en jaque algunas cuestiones del canon. Cuando yo empecé a escribir, un montón de poetas hombres me decían: «Eso es confesional, la primera persona es burgués, no es experimental». Hoy en día la primera persona se ve con otra profundidad. La escritura de las mujeres, más allá de una cuestión de cantidad, puede cambiar la forma de ver las cosas, y también los valores con los que medimos la realidad. El lado feminista que me interesa no es tanto el de ocupar lugares, sino el de cambiar la visión del mundo. Las mujeres vivimos miles de años en una sociedad gobernada por valores asociados a lo masculino: la competencia, por ejemplo. Quizás en algún momento la humanidad evolucione y pueda ser el momento para que la hegemonía pase a estar regida por valores asociados a la historia y al rol de las mujeres , como por ejemplo el cuidado del otro, que es algo asociado al rol de las mujeres y por eso se ve como algo secundario o poco deseable.
-Por último, y teniendo en cuenta los años que llevás dando talleres literarios, ¿qué consejo le darías a alguien que le interesa el mundo de la poesía y todavía no empezó a escribir o no se metió muy profundamente?
-Le diría que escribir es probar, no existe nada definitivo. Hay un poema de Dorothea Lasky que dice: Los poemas son caracoles que voy recolectando en la playa. Me encanta esa imagen, ayuda a pensar a la poesía como algo cotidiano, de todos los días. Hay que salir un poco de la idea mesiánica del arte y saber que lo más divertido es el camino hasta llegar al poema que te guste. Disfrutar de la literatura es disfrutar del momento de hacerlo, una vez hecho ya se volvió aburrido. Volviendo al principio de esta entrevista, la poesía es ir en contra de uno mismo para poder inventar nuevos caminos para llegar a otros lados.
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