Reseñas Caprichosas – «Mi sabiduría es arruinarla» de Mauro Lo Coco: La sabiduría de la ironía

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En los poemas de Mi sabiduría es arruinarla (Zindo & Gafuri, 2015), Mauro Lo Coco se arma de la ironía y, a través de un estilo directo, mira alrededor con su particular filtro poético. ¿Qué pasa cuando los desencantados tienen algo para decir y deciden hacerlo? ¿Puede ser la ironía el último manotón de ahogado?


Sobre el autor

mauro-lo-cocoMauro Lo Coco nació en Villa Santa Rita, Buenos Aires en 1973. Es docente de la Universidad de Buenos Aires y de la Universidad Nacional de Lomas de Zamora. Coordina talleres de escritura desde 1997. Algunos de sus libros de poemas son: Niño Cacharro, Ricardo Gravitando, 18 éxitos para el verano y Mi sabiduría es arruinarla. 

Es uno de los creadores y editores de las editoriales independientes Zindo & Gafuri y Modesto Rimbá


La sabiduría de la ironía

Los grandes temas en la poesía ya no hace falta buscarlos demasiado lejos: el desencanto urbano está en todos lados y al alcance de la mano. En Mi sabiduría es arruinarla (Zindo & Gafuri, 2015), Mauro Lo Coco apunta de lleno contra el lector usando la ironía como su mano hábil, destilando así una poética que coquetea con el pesimismo y,  la vez, se guarda una última carta bajo la manga.

¿Cómo encarar una obra desde el desencanto? Los poemas que se van sucediendo en Mi sabiduría es arruinarla muestran personajes reunidos en una ciudad que parece haber dado todo lo que podía dar y que se quedó sin un peso para hacer esa última apuesta que la salve del desastre. Desde esas ruinas, y como yuyos que crecen entre adoquines, los sentimientos se van propagando bajo la sombra de un descontento que ya es una segunda piel.

Amigos derrotados, familias que se mantienen unidas por la costumbre, parejas que se dedican a barrenar la catástrofe. En la atmósfera que plantea Lo Coco en su libro, nada es como uno querría, pero sí como se sabía que podía llegar a ser. El tono directo que elige el autor en la mayoría de los versos parece dar cuenta de ese llamado de atención que esconde un optimismo para que algo, en algún momento, pueda cambiar. Aunque sea un poco.

En ese sentido, no es casual esa segunda persona que prima en Mi sabiduría es arruinarla. A partir de ese recurso es cuando la derrota toma todavía más peso, ya que pareciera que estuviera siendo contada en vivo y en directo. Así, el desencanto compartido de un lugar que parece no tener vuelta atrás y de los miles de futuros individuales truncos, sigue creciendo hasta ser ese árbol que nos tapó la ventana que volvía luminoso el monoambiente. Para muestra de eso, basta con leer:  «hacés bien en no escucharme, es más/ no sabés la salud que hay/ en la indolencia de tu cara, mejor/ estás en otra/ te perdiste la escena en que estaba a punto de dar pena, eh».

Mi sabiduría es arruinarla es un libro ideal para entender que la poesía es lo que ella quiera ser, que los lugares comunes pueden ser todos, y que la ironía -bien utilizada- puede ser un arma efectiva para impactar a ese lector que no esperaba estar leyendo su propio desencanto, pero contado en la vida de otro.


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