Los Cuentos del Chiribitil fueron una colección de libros de literatura infantil creada por el Centro Editor de América Latina (CEAL), en 1977. Para los lectores de la época, su precio económico y su circulación por fuera de los circuitos formales durante la última dictadura cívico-militar implicaron una democratización cultural que cracterizó a las producciones del CEAL. «La calidad de las ilustraciones y de los textos que los Chribitiles contienen no es algo que se encuentre fácilmente», afirma Violeta Canggianelli, promotora de la reedición de veinte ejemplares, tarea que llevó adelante de la mano de Eudeba. La historia del proyecto, el origen de la colección en el CEAL y el rescate cultural y de la literatura infantil argentina, en la siguiente entrevista.
Violeta Canggianelli nació en Buenos Aires, Argentina. Es abogada especialista en derechos de autor, editora, escritora y docente en la Universidad de Buenos Aires. En 2008 publicó su primer libro de poesía, El hotel de la danza, de la editorial Huesos de Jibia.
— ¿Cómo surgió la idea de la reedición de Los Cuentos del Chiribitil?
— El proyecto arrancó como un deseo personal. De chica, yo era fanática de los cuentos y los tenía guardados. Eso, para mí, fue un motor, porque quería conocer a todos aquellos autores e ilustradores consagrados, laburantes de la cultura argentina. Luego del nacimiento de mi hija y gracias a que fue a un Jardín Maternal orientado a la Literatura, comencé a leer muchos libros infantiles y a conocer numerosos autores extranjeros que me resultaban increíbles para niños. Este descubrimiento hizo también que me diera cuenta de que Los Cuentos del Chiribitil faltaban, no estaban en ese lugar, cuando en realidad son libros que muy valiosos. Me pregunté entonces por qué importar libros para niños teniendo en la Argentina una gran cantidad de autores e ilustradores geniales. Por qué ir a buscar afuera lo que está acá. Los autores argentinos tienen un excelente nivel y no sólo hablan de temas cotidianos, nacionales y latinoamericanos, sino que además no tienen esa ambición de querer ser universales. En ese sentido, los Chiribitiles tenían una pretensión pequeña, pero única, de llegar a un lugar muy profundo, poético y metafórico. No era necesario recurrir a un clásico, porque estos cuentos ya son clásicos, están bellamente escritos.
Los autores argentinos tienen un excelente nivel y no sólo hablan de temas cotidianos, nacionales y latinoamericanos, sino que además no tienen esa ambición de querer ser universales. En ese sentido, Los Chiribitiles tenían una pretensión pequeña, pero única, de llegar a un lugar muy profundo, poético y metafórico. No era necesario recurrir a un clásico, porque estos cuentos ya son clásicos, están bellamente escritos.
— ¿Cómo fue que el proyecto llegó a Eudeba?
— Llegué a Edueba de casualidad, para trabajar en derechos de autor, porque soy abogada. Un día, les plantee al presidente y al gerente general de la editorial la propuesta de reeditar estos cuentos, sin saber en realidad todo lo que esto implicaba. Aceptaron la idea y me dijeron que en mis tiempos libres me contactara con los autores y pidiera los permisos y las autorizaciones correspondientes.
— Eso debió haber representado un proceso de investigación muy profunda. ¿Cuál fue el procedimiento que seguiste?
—Hice un recorrido muy grande que abarcó una gran cantidad de entrevistas y de historias de los protagonistas del CEAL, que me hablaron de su estilo de trabajo, de la libertad con la que se desenvolvían y del nivel de las producciones, en una época en que la cultura argentina estaba floreciendo. Había un caudal alucinante de creaciones. En primer lugar, necesitaba contactarme con Graciela Montes, directora de la colección junto a Delia Pigretti. Fue su ilustradora, Julia Díaz, quien logró abrirme una puerta para pedirle en una entrevista la autorización necesaria para llevar adelante el proyecto, con el que buscamos rendir un homenaje al centro editor y a todos los que pasaron por allí. Nada en ese recorrido fue casual, porque me fui enriqueciendo y formando. Los autores e ilustradores estaban muy entusiasmados con que la colección volviera a salir a la luz. En esas charlas empezaron a surgir también las anécdotas sobre la quema de libros, de la cual muchos protagonistas del CEAL habían sido testigos. Para ellos, ese momento fue una experiencia muy fuerte y un tema del que nunca se habló demasiado.
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— A través de los testimonios tuviste la oportunidad de conocer de cerca la metodología del CEAL, un lugar de suma importancia en la historia de la industria editorial argentina. ¿Qué fue lo que más te llamó la atención de tus investigaciones?
— Todo el proyecto de reedición de los cuentos implica un rescate cultural del CEAL, de sus protagonistas, valores, autores e ilustradores, que dejaron una marca en la literatura. El centro tenía un estilo de trabajo muy particular que es difícil de encontrar en otro lado. De hecho, una de las personas a las que entrevisté me contó que a todos se les daba una gran libertad para elegir sus tareas y para aplicar técnicas y formatos. Un ilustrador podía, por ejemplo, realizar una producción sin ninguna clase de orden o guía externa y luego, el director de arte se encargaba de compaginar, diagramar y enviar todo a imprenta. Como resultado, el autor se encontraba con un cuento ilustrado de una manera totalmente diferente a como quizás se lo había imaginado, su obra se había transformado en algo distinto. Todos los trabajadores del centro disfrutaban mucho ese proceso creativo. El hecho de trabajar con esa libertad, esa capacidad de asombro y de convivir con distintas interpretaciones, me parece increíblemente valioso.
Todo el proyecto de reedición de los cuentos implica un rescate cultural del CEAL, de sus protagonistas, valores, autores e ilustradores, que dejaron una marca en la literatura. El centro tenía un estilo de trabajo muy particular que es difícil de encontrar en otro lado.
— Era una tarea totalmente desestructurada.
— Claro. Hoy en día, noto además que existe esa posibilidad de ofenderse a partir de las producciones y las lecturas que autores e ilustradores pueden llegar a realizar mutuamente de sus obras. En la época del CEAL, no se juzgaba de esa manera, había una armonía mucho más grande. Eso es genial, trato de mantener el espíritu. Cuando los autores no están convencidos de la ilustración que se hizo, la mantengo, porque me parece que también es importante poder ser tolerante a algo que uno no se esperaba. Esto es un trabajo en equipo con el cual estoy aprendiendo muchas cosas. Somos muy pocos, con pocos recursos, una sola impresora, pero le ponemos mucho amor y pasión a todo el proyecto.
— ¿Cuál creés que era la causa del éxito de Los Cuentos del Chiribitil en la década del ’70?
— Como la mayoría de los libros del CEAL eran como fascículos, se editaban en grandes cantidades para que fueran accesibles y se pudieran vender en quioscos, diarios y revistas. Se editaban alrededor de 30 mil Chiribitiles por semana, que se distribuían masivamente por toda la Argentina. Los cuentos se hicieron así muy conocidos, cualquiera que los haya leído se acuerda de ellos y verlos nuevamente genera nostalgia. Son libros que todavía tienen valor. La calidad de las ilustraciones y de los textos que los Chribitiles contienen no se encuentra fácilmente en la literatura infantil. Se pueden ver quizás en los Cuentos de Polidoro, que es otra colección también impulsada por el CEAL, y en las producciones de sus autores, como Graciela Cabal, Marta Mercader, entre muchísimos otros. Todas las personas que estuvieron trabajando en el centro son genialidades, al igual que las cabezas del lugar, como Boris Spivacow y Oscar “el Negro” Diaz, que era el director de arte de la colección. Todos los que trabajaron allí eran en ese momento muy jóvenes, pero también muy lúcidos, con una gran formación y mucha audacia.
Como la mayoría de los libros del CEAL eran como fascículos, se editaban en grandes cantidades para que fueran accesibles y se pudieran vender en quioscos, diarios y revistas. Se editaban alrededor de 30 mil Chiribitiles por semana, que se distribuían masivamente por toda la Argentina.
— ¿En qué medida la reedición se ajustó a las características de la colección original?
— Nos propusimos hacer el mismo formato que el que tienen los cuentos de los ‘70, con un poco más de calidad, y que, además, no tuvieran el mismo precio que cualquier otro libro, sino que costaran un poco más que una revista. Hoy, un libro para niños sale alrededor de 120 pesos, mientras que los Chiribitiles se mantienen a 95 y, cuando recién habían salido, se mantuvieron a 75 durante muchos meses. Además, en las ferias siempre hacemos promociones, como llevarse tres al precio de dos, por ejemplo. Quisimos continuar con la idea de que estos cuentos sean accesibles para todos.
— En Argentina, Los Cuentos del Chiribitil fueron muy importantes en la literatura infantil de la época ¿Cuáles son en tu opinión las características que los distinguen de otros libros?
— Los Chiribitiles tienen muchas cualidades que hacen que la colección pueda considerarse de vanguardia. Un aspecto importante es el hecho de que se les diera el mismo lugar al ilustrador y al autor. En la mitad de los libros se puede incluso observar un dibujo a doble página que en todos los casos da cuenta de cosas que no están explicitadas en el texto y que marca el plus del ilustrador en tanto artista. Esa es también una forma de lograr que el niño se sumerja en los dibujos y logre su propia identificación, una interpretación libre del cuento. Después, otro rasgo a destacar de la colección es el nombre “Chiribitil” y el juego que se realiza con una palabra que no tiene un significado literal o completamente claro, que fomenta la curiosidad. Además, los cuentos quizás no tengan una relación directa, pero se pueden encontrar muchos guiños entre ellos.
Los Chiribitiles tienen muchas cualidades que hacen que la colección pueda considerarse de vanguardia. Un aspecto importante es el hecho de que se les diera el mismo lugar al ilustrador y al autor. En la mitad de los libros se puede incluso observar un dibujo a doble página que en todos los casos da cuenta de cosas que no están explicitadas en el texto y que marca el plus del ilustrador en tanto artista.
— Además las historias cuestionaban en cierto modo el carácter pedagógico vertical de otros libros.
— Sí, algo que para mí es muy valioso es que estos cuentos no tienen el propósito de dejar una enseñanza, son historias para disfrutar, divertirse, conmoverse, pero no para bajar línea. No dicen:“Antes de dormir hay que hacer pis”. No existe eso. Todas las cosas que pasan en los cuentos son cotidianas, pero a la vez sorprendentes, no se las espera ni el adulto, ni el niño y eso abre mundos. El chico no siente que le están leyendo el libro para aleccionarlo, sino que es un momento de disfrute con el papá, la mamá, la familia, o con quien se lo lea. Eso es muy valioso y la gente del CEAL ya había empezado a descubrirlo en esa época.
— Muchos de los Chiribitiles planteaban temáticas sociales que reflejaban un clima de época. En ese sentido una de los cuentos que más me llamó la atención fue Los zapatos voladores, censurado durante la dictadura cívico-militar.
— Ese cuento está protagonizado por un cartero al que le duelen los pies de tanto trabajar y por eso termina revoleando sus zapatos, que vuelan por el pueblo. Pero lo más interesante de la historia es que la gente se solidariza con la demanda del cartero y se une para ayudarlo. Se genera así algo muy horizontal, donde la autoridad queda desautorizada y ridiculizada. Este cuento fue censurado, al igual que El salón vacío. Son historias que contienen una especie de fotografía de la época, ideas muy jugadas y una revalorización de todo lo que tiene que ver con el amor, la amistad, el cariño, la solidaridad, la lucha, la libertad, la piedad hacia otros hombres, la resolución de los conflictos a través de la palabra. No contienen ninguna burla ni discriminación hacia nadie. Las situaciones que se presentan se resuelven de una forma conmovedora, inesperada y sorprendente. Hay muchos cuentos que, en contraste, tienen golpes bajos, como todo lo que es el mundo Disney, donde hay tragedias que a veces son muy pesadas para los niños.
Son historias que contienen una especie de fotografía de la época, ideas muy jugadas y una revalorización de todo lo que tiene que ver con el amor, la amistad, el cariño, la solidaridad, la lucha, la libertad, la piedad hacia otros hombres, la resolución de los conflictos a través de la palabra.
— ¿Se podría decir que por las temáticas y las referencias a cierto contexto histórico son cuentos en los que un adulto puede encontrar otras interpretaciones?
— Claro, son libros que también pueden disfrutar los más grandes. Una historia que conmueve es luego leída con una emocionalidad especial y diferente que los niños captan. Las experiencias de lectura se contagian. Nosotros no sólo no subestimamos al niño, sino que también decimos que elegir cuentos y leérselos a un chico permite que toda esa multiplicidad de autores e ilustradores que tiene la colección se disfrute en forma familiar y provoque una gran variedad de lecturas. Cuando el niño pide que le relaten un cuento, todo su entorno íntimo se ve obligado a leer, a conocer nuevos autores y a buscar estilos y marcas distintivas de escritores y dibujantes con los que los más pequeños se identifican. El chico sabe pedir los libros que le gustan y se transforma así en un multiplicador de la lectura.
— ¿Cómo surgió la idea de los Nuevos Cuentos del Chiribitil?
— Se nos ocurrió también hacer nuevos Chiribitiles para continuar la tradición, pero también para no quedarnos sólo con el hecho de que los libros se compran por la nostalgia. Hay muchos de estos cuentos nuevos que tienen una doble lectura que en algún punto a un adulto le parte la cabeza, particularmente tres: Un señor sincero, Ministro de Asuntos Importantes y Abuela de Trapo. Son libros que, para mí, también van a transformarse en clásicos, al igual que los originales, que pueden leerse en diferentes épocas y aún así seguir apasionando.
— ¿Cómo fue el proceso para editarlos?
— Participan en la colección autores muy grosos, como Silvia Schujer, Iris Rivera, Ángeles Durini, Laura Devetach, entre muchos otros. En un principio, armamos un grupo de gente entre los que se encontraban, además del gerente general de Eudeba y yo, varios especialistas en Literatura. Les pedimos a algunos autores que nos enviaran tres cuentos de entre dos o tres carillas y, de esa forma, para cada historia seleccionada, buscamos un ilustrador que trabajara con el autor correspondiente. Fue un proceso alucinante en el que todos trabajaron de forma muy comprometida con el proyecto. Incluso, nos terminaron sobrando cuentos. También muchos ilustradores y autores accedieron a cobrarnos un precio muy simbólico, porque lo importante para ellos era formar parte de la colección.
— ¿Qué representó el proyecto para Eudeba?
— Antes de la reedición de los cuentos, Eudeba no tenía sección de libros infantiles y ahora es una de las colecciones que más vende la editorial. Se amplió el catálogo y se logró un cambio porque, durante muchos años, el objetivo de Eudeba fue editar tesis doctorales de las carreras que apuntan a un público mucho más reducido. Los Chiribitiles abrieron un abanico de posibilidades. De repente, y casi sin quererlo, nos encontramos trabajando en promover la lectura y en fomentar la literatura. Fuimos invitados al FILBITA y ganamos los premios ALIJA y Hormiguita Viajera. Todo esto representa un estímulo externo que lleva a que la editorial no se dedique únicamente a libros universitarios. La UBA se amplía hacia toda la sociedad y atraviesa al ser humano en toda su vida. Todas las facultades tienen secretarías de extensión universitaria que se dirigen hacia la comunidad con un gran número de actividades que fomentan la cultura en todos los niveles. Por eso, cuando me pidieron que justificara por qué fue Eudeba la editorial que comenzó este proyecto para los niños, mi respuesta fue: ¿por qué no?
En la literatura infantil hay, además, muchos estereotipos, como los libros para nenes y nenas, lo celeste y lo rosa. A los autores de los Chiribitiles no se les cruzaba por la cabeza distinguir género o edad. Los libros son libros, los cuentos son cuentos y son para todos.
— En cierto modo podría decirse que la reedición implicó también un rescate de la literatura infantil, muchas veces subestimada.
— Totalmente, eso es una lucha cotidiana muy ardua, porque en muchos casos esta subestimación es muy fuerte. Hay quienes la consideran un género menor y no tienen en cuenta el valor que en realidad posee. Cuando los niños empiezan a leer de jóvenes, son lectores asegurados para toda la vida. Los más pequeños, de tres o cuatro años, que todavía no fueron a primer grado, saben los cuentos de memoria y logran así seguir una línea y desarrollar habilidades de lecto- comprensión, sin tener aún las herramientas del abecedario. Es muy importante estimular la lectura desde el primer día. He visto, muchas veces, frente a las vidrieras de librerías, a padres negarles a sus hijos libros porque no los consideran adecuados su edad. Los chicos también pueden encariñarse con cuentos con muchas ilustraciones que a menudo son encasillados como productos hechos para los más pequeños, cuando en realidad es esencial comprender que esa atracción por la ilustración es una pulsión que nace de los niños. Es el deseo de leer cientos de libros a partir de la pura mirada. En la literatura infantil hay, además, muchos estereotipos como los libros para nenes y nenas, lo celeste y lo rosa. A los autores de los Chiribitiles no se les cruzaba por la cabeza distinguir género o edad. Los libros son libros, los cuentos son cuentos y son para todos.