Paternóster: padre nuestro, terror nuestro

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Esta semana se estrena en los cines argentinos una película autóctona de terror, dirigida por Daniel Alvaredo y protagonizada por Eduardo Blanco: Paternóster. Con modestos recursos, se logra crear un ambiente propicio para el suspenso que sólo registra declives en el momento de la concreción.

Paternóster es una película que forma parte de una tradición muy poco recorrida y de un género bastante inusual en el panorama cinematográfico argentino: el terror. La historia gira en torno a la vida de Tito (Eduardo Blanco), un fotógrafo que ha heredado de un tío unas propiedades ubicadas cerca de un lugar de nombre sugerente: la Laguna de las Ánimas. Después de firmar el testamento y los documentos presentados por un misterioso escribano (Oscar Alegre), Tito decide ir a verificar su herencia con el equipo de pesca, para aprovechar la generosidad de la laguna durante el fin de semana. En el camino, se topa con toda clase de eventos extraños y personajes misteriosos, una serie de obstáculos que lo demoran pero no logran disuadirlo de su empresa.

Carga nafta en los modestos surtidores de un pueblito a mitad de camino, se encuentra con un desvío en medio de la ruta, pide instrucciones para salir por un atajo, compra carnada viva, busca una linterna, consigue sólo un farol a querosén, y conoce al místico dueño de la despensa del pueblo: Sirilo Ferdás (Héctor Calori), un nombre también sugerente cuyas sílabas serán por demás significativas hacia el final. Estos episodios se suceden unos a otros sin conexión aparente, pero poco a poco Tito hallará el patrón que los une y les otorga nuevos sentidos.

A la par de esos sucesos, se desarrolla la trama de su propia historia familiar. A pocos días de cumplir sus cincuenta años y tras dos intentos fallidos, a su esposa Carmen (Adriana Salonia) le comunican que acaba de perder el tercer embarazo. Este nuevo fracaso, de algún modo amenaza con quebrar a la pareja, y esa es una de las razones por las que Tito decide irse de pesca durante el fin de semana: para poder reflexionar a solas y darle aire a Carmen. En medio de ellos siempre está Germán (Iván Balsa), el joven empleado que trabaja en el local de Tito, un amigo entrañable que en cierto modo ocupa el lugar del hijo que nunca tuvo. Este muchacho oficia como nexo entre ambos miembros de la pareja; es el confidente de Tito y, a la vez, soporte protector de Carmen, sobre todo en los momentos más frágiles.

Él comienza a ver la realidad de un modo distinto, desde el lugar de un hombre extremadamente celoso y sobreprotector con su mujer, obsesionado con el embarazo y temeroso de una nueva pérdida. Tito comienza a ver la realidad como a través del lente de una cámara fotográfica que tiende a distorsionarla, y esta paranoia no tendrá fin hasta la última escena.

Pero luego de aquel extraño encadenamiento de episodios, cuando Tito por fin regresa a casa urgido por un malestar de Carmen, el médico le comunica en la vereda que su esposa no ha perdido el embarazo y todo marcha viento en popa. Este será el punto de inflexión a partir del cual el personaje de Tito sufre una notable transformación, que lo conducirá a concretar los actos más atroces y despiadados. Él comienza a ver la realidad de un modo distinto, desde el lugar de un hombre extremadamente celoso y sobreprotector con su mujer, obsesionado con el embarazo y temeroso de una nueva pérdida. Tito comienza a ver la realidad como a través del lente de una cámara fotográfica que tiende a distorsionarla, y esta paranoia no tendrá fin hasta la última escena. Así, para explicar el polémico comportamiento del protagonista, puede recurrirse a aquella vieja frase que reza: «Todo depende del cristal con que se mire». Tito cambia su cristal a partir del encuentro con Ferdás, y comienza a apropiarse de otra mirada, una mirada ajena sobre su entorno, que se verá amenazado por sus propias inseguridades.

La venganza es un lugar donde coinciden el deseo y la necesidad (Sirilo Ferdás)

Lo primero que hay que decir de Paternóster es que se trata de una película bastante digna dentro de este género tan bastardeado internacionalmente y tan poco transitado al interior de las fronteras de la cinematografía argentina. En primer lugar, las locaciones seleccionadas resultan pertinentes y contribuyen a la construcción de un ambiente propicio para esta clase de historias: la ruta infinita, la pampa solitaria extendiéndose más allá del horizonte, los altos pastizales a un lado y otro de la ruta, los frentes añejos de las casitas del pueblo y el almacén con sus ladrillos ajados; los pueblerinos de pocas palabras, la laguna, la casucha desvencijada, la mugre en cada rincón y el tono gris de los días nublados.

En segundo lugar, cabe destacar la gran labor de Eduardo Blanco como Tito: una película de terror sin sustento interpretativo es algo así como la nada misma; sin actuaciones contundentes no creeríamos ni un hilo de la trama, y la historia no conduciría a ninguna parte. Blanco, sin dudas, proporciona a su personaje una cuota de naturalidad, sutileza y solidez. Héctor Calori también hace lo suyo, aunque con apariciones más breves y esporádicas que, sin embargo, son las que marcan el ritmo de la historia y establecen los puntos de viraje para el protagonista; con sus ojos saltones y su cara de pocos amigos, Calori le da el tono justo a su personaje y oscurece la trama: no sobreactúa en el rol del “malo” y se lo agradecemos. Adriana Salonia acompaña bien en su rol, construyendo un personaje que emerge tímidamente y va creciendo conforme avanza la historia.

El film de Alvaredo es mejor en las sutilezas, en los pequeños indicios y en la sugestión del suspenso más que en las escenas donde la sangre finalmente es derramada. Desde el primer minuto sabe recrear un ámbito propicio para el terror, con gestos casi imperceptibles pero sumamente eficaces.

El film de Alvaredo es mejor en las sutilezas, en los pequeños indicios y en la sugestión del suspenso más que en las escenas donde la sangre finalmente es derramada. Desde el primer minuto sabe recrear un ámbito propicio para el terror, con gestos casi imperceptibles pero sumamente eficaces: una mecedora vacía en movimiento, pinturas con escenas bíblicas de gran connotación colgadas en las paredes del despacho del escribano, el rostro turbado del mismísimo escribano, un farol que se enciende solo, los pescados muertos ocultos en una vieja heladera o la iconografía de un mito tan antiguo como estas tierras: la masonería. Así, todo forma parte de una arquitectura minuciosamente planificada que el director decora con sutiles pinceladas. Los recursos parecen escasear cuando se echa mano a las concreciones, pero aún así no pierden en ningún momento la dignidad narrativa (aunque sí cierta densidad).

Una buena opción del cine argentino, que no tiene nada que envidiarle a los films hollywoodenses de abultados presupuestos que, con muchos más efectos y billetes, no logran ni la mitad del suspenso que Paternóster crea con sus modestos recursos.

FICHA TÉCNICA
Título original: Paternóster
País: Argentina
Año: 2015
Dirección: Daniel Alvaredo
Guión: Osvaldo Canis
Dirección de fotografía: Fabián Giacometti
Elenco: Eduardo Blanco, Héctor Calori, Adriana Salonia, Iván Balsa
Duración: 90 minutos

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