“Pequeños grandes oficios” retrata a aquellos que, en tiempos de un capitalismo avanzado y de idolatría del dinero, se apartan de los caminos propuestos por una ideología del progreso cuya única meta pareciera ser el enriquecimiento material, y encuentran nuevos senderos que conducen a los márgenes de un sistema reproductivista que trabaja para adormecer la creatividad. Senderos que abren caminos hacia nuevas formas de vida.
Tener un oficio no es tener un trabajo cualquiera. La palabra deriva del latín Opificium (opus es obra, facere es hacer, y el sufijo –io introduce la acción) y durante mucho tiempo se asoció al oficio con las artes mecánicas. Quien tiene un oficio, tiene manos en la obra. A diferencia de todo lo que se espera de una profesión liberal en las sociedades capitalistas modernas, el oficio es un retorno a lo artesanal (en el sentido del artesano como artífice de una cosa o tarea) y una apuesta por aquellas actividades que no tienen una finalidad lucrativa como objetivo único y último, sino que buscan cultivar el espíritu, el cuerpo y la materia, al tiempo que intentan ser productivos (en el sentido de que su productividad sirva a otros al mismo tiempo que a uno mismo).
Diego Lebedinsky (Buenos Aires, 1973) es un escritor y un aficionado de los libros. También conocido como Howl, “el flaco de la librería ambulante”, se encarga de recorrer la ciudad en busca de todos los libros que le gustaría leer y son esos los libros que pone en venta en la maleta que siempre lleva con él. Considera que esta manera de ganarse la vida es un acto de rebeldía que le permite caminar al borde de los límites que propone el sistema y piensa que es importante que la gente lea porque “te abre la cabeza y te vuelve menos vulnerable a lo de afuera, que es bastante oscuro”. Pueden encontrarlo en: Ladran Sancho, Parque Centenario y la Feria del Libro Independiente.
─¿Cuándo decidiste que querías tener una Librería Ambulante?
─Hace unos años estuve viviendo en Madrid. La librería fue una manera de ganarme la vida. Empecé a comprar libros y a vender en un carro por la calle. Logró su resultado, que fue mantenerme ahí, viviendo, y hace un año y medio volví, por cuestiones familiares, y quise hacer lo mismo. Me metí en un círculo de compradores y vendedores de libros en San Telmo, y dije: “quiero hacerlo”. Trabajar en un trabajo de oficina no es lo que me gusta. La idea es ir con la maleta a diferentes lugares. Siempre estoy en Ladran Sancho, porque laburo ahí, pero también voy a ferias, a Parque Centenario, a diferentes esquinas por la calle o por los parques, o a la Feria del Libro Independiente.
─¿Cómo fue la vida en Madrid?
─Es lindo ir a un lugar en donde no te conoce nadie, reinventarte, poder ser lo que quieras. Podés montarte el personaje que quieras. Nadie sabe nada de vos. Con los libros, yo era un poco el personaje ahí, era como “mirá el argentino buscavidas”, y la gente de ahí alucinaba con eso. “Mirá el argentino la que se inventó para ganarse la vida: un fenómeno”. Eso le llama la atención a la gente. A mí también me llama la atención cuando veo gente que tiene un ingenio, una vuelta de tuerca, para ganarse la vida. No todo es lo que parece ser.
─¿Notás alguna diferencia entre el público lector español y el argentino?
─Acá compran más libros. Yo creo que acá leen más que en España, aunque yo pensé que iba a ser al revés, por el siglo de oro español. Pero no fue así. Acá la gente compra más libros, hay más librerías, y en España hay más bares. Es un país muy literario, Argentina. En España, un argentino que vende libros es re loco porque ellos creen que los argentinos hacen todo bien. Nos quieren. Hacen al argentino un tipo culto. La experiencia allá fue dura. Madrid es como un pueblo grande que podría caber en tres barrios de Buenos Aires: La Boca, San Telmo y Barracas. Todo es más reducido. El círculo de poesía lo conocí pateando la calle tres meses. Ya me conocía a todos y todos me conocían. “Ahí está el loquito del carro”, decían.
«Vender libros, hoy, es como un acto de rebeldía. Con toda la estupidez tecnológica que hay, cada vez que alguien compra un libro, me da una satisfacción tremenda. Yo amo los libros, quiero escribir libros, y al libro hay que defenderlo. Yo lo veo como una resistencia. Es un laburo no convencional que está fuera del sistema».
─¿Los libros que vendés son tuyos?
─Yo compro libros y los vendo a precios accesibles, muy baratos. Laburo para los compradores y vendedores de libros en San Telmo, y a veces me pagan con libros, como forma de pago. Vender libros, hoy, es como un acto de rebeldía. Con toda la estupidez tecnológica que hay, cada vez que alguien compra un libro, me da una satisfacción tremenda. Yo amo los libros, quiero escribir libros, y al libro hay que defenderlo. Yo lo veo como una resistencia. Es un laburo no convencional que está fuera del sistema. Cuesta mantenerse.
─¿Qué se siente ser una persona que recorre los márgenes del sistema?
─Siempre estás ahí. El sistema le pone precio a todo, y vos lo tenés que pagar. Yo no soy una persona consumidora de cosas. No me importa comprar cosas, no le encuentro sentido. Pero tengo Facebook. Siempre estás adentro. Pagar el precio de una birra en un bar es estar ahí.
─La pregunta incómoda, ¿se puede vivir de eso?
─Yo vivo de eso, pero vivo incómodo.
─¿Cuál es tu relación con los libros?
─Yo escribo poesía. Me autoedito, autovivo, porque lo más importante es tener tiempo. Cuando laburás, te pagan una mierda por un montón de tiempo de laburo, y yo tengo tiempo que no se traduce en dinero, pero gano lo que necesito. A mí me alcanza. Me gustaría que las cosas vayan mejor para todos y ponerme un local o hacer alguna, pero por el momento es remarla. No estamos en un buen momento como para hacer magia, salvo la magia necesaria para sobrevivir.
─¿Lees todo el material que vendés?
─Me gustaría, pero no me da el tiempo.
─¿Cuál es tu criterio para decidir qué libro vender y qué libro no?
─El criterio es ver qué libro leería y qué libro no. Es como si fuera mi propia biblioteca. Me compro libros como si fueran para mí, los leo primero, siempre que puedo, y después los vendo. La idea es que los libros circulen, están para ser leídos. Me encanta la idea de la biblioteca gigante con millones de libros, pero no te podés leer todos a la vez, y el libro que leíste, lo soltás. Después te va a volver a llegar, como un boomerang.
─¿Qué autores tenés ahí?
─Tengo a Bioy Casares, Katherine Mansfield, Juan Rulfo, Borges, Oscar Wilde. Literatura comercial, porque vende, y otros libros freaky que me los compro, los leo, y después los vendo. Todos son comprables. Los libros de María Elena Walsh, por ejemplo, no me duran ni dos días en la maleta. La gente los compra. Vuelan.
La idea es que los libros circulen, están para ser leídos. Me encanta la idea de la biblioteca gigante con millones de libros, pero no te podés leer todos a la vez, y el libro que leíste, lo soltás. Después te va a volver a llegar, como un boomerang.
─¿Qué fue lo más bizarro que te pasó con la librería ambulante?
─Me pasó el otro día que vino una chica a Ladran Sancho y me pidió un libro de cuentos de Chesterton. Me dijo que no tenía plata, y le dije que se lo llevara y que otro día me pagara. Le pedí el mail, me dio su Facebook, y quedamos en que arreglábamos el pago por ahí. Al otro día le hablo, y no me respondió durante días, así que le volví a escribir, y me contestó la piba diciendo que no entendía de qué le estaba hablando. Se ve que me había pasado un perfil falso, ni idea. Yo suelo confiar, cuando me pinta, y hasta ahora siempre recibí una respuesta al día siguiente y me trajeron la plata al día siguiente. Siempre está el pillo que se lleva un libro y que no lo voy a correr. De última se están robando un libro, viva, pero esto me pareció una pelotudez. Tengo una librería ambulante y es mi laburo.
─¿Cómo ves hoy la relación de la gente con los libros?
─La gente lee, pero lee el celular, la tablet o esas cosas. Un libro es muy romántico. Es romanticismo. Yo siempre que salgo a la calle, salgo con un libro o dos en la mochila. Pero también hay muchas editoriales independientes que editan a personas desconocidas, está la F.L.I.A que hace un laburo a favor del libro que es impresionante. Yo estuve en la F.L.I.A el año pasado y era impresionante la gente que había. Hay mucho underground.
─¿Crees que estamos asistiendo a “la muerte del libro”?
─No. Yo apuesto por el libro. Quiero publicar y editar, coser a mano. Lo importante es expresarse. Hay muchos ciclos de lectura, mucha gente que escribe, muchos talleres literarios, y todo eso va encausado al futuro libro. Yo creo que la gente que va a los talleres literarios tiene ese bichito de querer ser escritor. Parece un sueño, editar un libro.
─¿Cómo te llevás con el hecho de andar paseando la librería?
─Me encanta estar en la calle. Ahí es donde pasa todo, incluso la literatura. Me gusta sentarme en un bar a mirar por la ventana. Esas cosas de escritor, de tomarse una cerveza y estar ahí, mirando con mi cuadernito o leyendo. Con la librería, es un trabajo. Cuando me llaman, tengo que ir. Cargo los libros. Me encanta hacerlo. Me quejo cuando tengo que cargar la valija a las 5 de la mañana, porque son 60 libros y andá a saber cuánto hay que caminar, pero eso es lo más pesado. Siempre quise tener una librería. Le encontré la vuelta a eso. El día que eso no funcione más, no sé por qué motivo, me quedo con los libros en mi biblioteca. Pero espero que nunca se termine, comprarme una Home y salir por la ruta en una casa rodante. Sería la gloria total. No sé si voy a llegar a eso, pero me encantaría.
─¿Es tu estilo de vida ideal?
─Yo creo que estoy bien. Laburé 17 años en una oficina, y ya sé lo que quiero y lo que no. Eso me quemó. Al laburo iba sin ganas, y antes de caer en una depresión, bajar con una escopeta y matar a todos, quise dejarlo. Y ahí me puse a buscarme la vida. Parte de eso fue el viaje a España. Me fui con una chica, en plan amor total y para siempre, y no funcionó.
─Esa vida que fuiste a buscar, ¿pensás que la encontraste?
─Como toda experiencia, no volví siendo la misma persona. Allá hubo momentos donde la pasé bien, y otros donde la pasé como el orto, no tenía un mango, estuve re sólo. Conocía gente, pero no eran mis amigos. Me podían tirar una onda, pero no era contención de verdad. Había gente que decía “qué huevos este argentino que se vino a vender libros en un carro”, y sí, me hice amigo de muchos chicos, de juntarnos a comer, del abrazo, pero siempre en el modo español y asturiano, bastante cerrado. Fue gente que me dio una re mano cuando estuve para atrás. Pero la experiencia te hace vivir. Cuando me fui de acá, estaba sin laburo, re embolado, mi chica se quería ir a la mierda, y nos fuimos. Yo estuve ilegal todo el tiempo. Fueron cuatro años. Eso también me quemó. Pasé los años de la crisis española. Laburé para un pibe de una editorial, pero un par de horas, dos días, el flaco me tiraba un billete, y eso era todo.
─¿Te bancaste la vida con el carro y los libros?
─A la crisis se sumaba que tampoco tenía ganas de trabajar. Quería conocer, primero, el mundillo de los poetas de allá. En dos meses conocí el círculo, y después se me ocurrió lo de la librería como una manera de sobrevivir. Era eso o vender porro, y nadie quiere terminar preso.
─Podría decirse que en momentos duros tomaste buenas decisiones…
─La librería es un acto de rebeldía. Es importante que la gente lea libros porque te abre la cabeza, te enseña, te vuelve menos vulnerable a lo de afuera que es bastante oscuro. Una chica, me acuerdo, no podía creer que viviera de eso. Le pregunté qué hacía ella, y me dijo que laburaba en Coca-Cola. Me preguntó “¿cómo podés vivir así?” y yo le pregunté cómo podía vivir ella laburando para Coca-Cola, ¿me entendés? Es la infelicidad tener que ir todos los días a laburar para alguien y estar generando guita que nunca vas a ver. Es una relación tiempo-dinero.
─La decisión de dejar el laburo de oficina y jugársela es como tirarse a una pileta sin fondo, un acto de valentía.
─Yo estoy convencido de eso. El mundo es despiadado. Hay que estar lo más afuera posible y también hay que estar bien instruido para que no te la pongan. La política, la economía, todo eso intenta ponértela, siempre.
A la crisis se sumaba que tampoco tenía ganas de trabajar. Quería conocer, primero, el mundillo de los poetas de allá. En dos meses conocí el círculo, y después se me ocurrió lo de la librería como una manera de sobrevivir. Era eso o vender porro, y nadie quiere terminar preso.
─¿Tuviste algún encuentro con la policía?
─Ser argentino me salvó. Si hubiera sido un poco más moreno, caminando con un carro lleno de libros, me habrían parado mil veces. Me pasó sólo una vez. La poli quería saber qué había dentro del carro, me reconocieron al toque como argentino, y con el argentino no se meten. Es una putada que sea así, pero eso me salvó. Y allá es jodido con las multas. Una vez, me acuerdo, fue Paula Maffía para Madrid, salimos a tomar una birra a la Plaza Mayor que estaba llena de pibes tomando algo, y cayó la poli y empezó a sacar a la gente. Nos hicimos los boludos y vino el poli y nos dijo que no se podía tomar en la vía pública y que la multa era de 600 euros, así que nos paramos y nos fuimos, porque ése nos vino a avisar, pero si vienen directo a ponerte la multa, de dónde sacás esa guita.
─¿Qué fue lo más duro que te pasó estando en la calle?
─Dormir en la calle, que pensé que nunca lo iba a hacer. Fue un bajón. Fue loco. Allá se vive de otra manera. Los días que dormí en la calle, dormí en la estación Atocha, que es como estar en el lobby de un hotel, pero no deja de ser el hecho de no tener nada, de estar en la calle, no tener comida, techo, baño. Yo pensé que nunca me iba a pasar eso. No estaba en mis planes. La noche fue larga, como el dormir abrazado a la mochila. La soledad fue lo más duro que me pasó. Yo soy un tipo solitario, pero cuando yo quiero. Cuando es obligatorio, es como si se te viniera el mundo abajo. Después se supera. Todo pasa.
El mundo es despiadado. Hay que estar lo más afuera posible y también hay que estar bien instruido para que no te la pongan. La política, la economía, todo eso intenta ponértela, siempre.
─Si perdés el eje en la cabeza, te podés volver loco. ¿Estuviste cerca de esa línea?
─La calle te empuja a un montón de cosas. A ponerte a chupar, a acceder a muchas drogas, a la violencia. No es fácil. Ahora que lo veo con tiempo, digo “qué loco”. Me acuerdo de que un día, en una plaza, estaba comiendo un sándwich de queso, tomando una lata de birra, tenía un bajón total, y vino un flaco que tenía un local por ahí y me conocía. Me vio hecho mierda y me tiró 50 euros. Allá, con 50 euros, hacés magia. Ese día dije “bueno, hoy voy a comer en el turquito un quebab de la muerte y me voy a ir al hostel de acá a la vuelta, voy a ser feliz, y a la noche voy a volver a salir a vender libros”, y así. Porque algunas veces eran 5 euros por día, lo suficiente para picar algo y para el tabaco, para no tener hambre, y volver a salir a la noche. Así fue hasta el día en que me volví. Me volví con 20 euros en el bolsillo gracias a que un amigo me envió un pasaje.
─¿Qué significó volver a Argentina?
─Fue un golpe en los huevos. Yo no me quería volver. Mi viejo estaba enfermo, yo estaba para el orto allá, se dieron un montón de cosas. Estaba mal, deprimido, entregado. ¿Viste cuando estás entregado? Todo el día tirado en el sillón, mirando el infinito y pensando “¿qué hago? ¿qué hago?”, contando las monedas para comer, y me estaba re quemando. Cuando volví acá, vi Buenos Aires y, madre mía Buenos Aires, con razón me fui, también. De Ezeiza hasta San Telmo estuve llorando en el auto hasta que llegué a lo de mi hermana. Lo veo como un fracaso y a la vez no. La re peleé, hasta que no pude, esa es la verdad, y pudo terminar como el culo, pero decidí curar antes. Y ahora estoy acá y veremos qué será.