El 7 de enero de 2016 se estrena Camino a La Paz, la ópera prima de Francisco Varone protagonizada por Rodrigo de la Serna y Ernesto Suárez, que narra las peripecias de Sebastián y Jalil para llegar a destino, en un viaje de más de 3000 kilómetros que comienza en Buenos Aires (Argentina) y debe terminar en La Paz (Bolivia).
Sebastián (Rodrigo de la Serna) es un muchacho de 35 años, recién casado con Jazmín (Elisa Carricajo), con algunos problemas para llegar a fin de mes, presionado por las deudas y los consabidos reproches de su pareja y dueño de un particular estilo setentoso que incluye una barba tupida, el fanatismo hacia Vox Dei y la pasión insustituible por su Peugeot 505 SR, herencia de su padre.
Para afrontar las deudas y los reproches, Sebastián decide convertir su reliquia tan celosamente preservada en un remis. Así, comienza para él una tediosa rutina que pronto se verá alterada por la irrupción de Jalil (Ernesto Suárez), un anciano musulmán que luego de varios viajes lo invita a su casa para hacerle la insólita propuesta que cambiará los destinos de ambos: el viejo le pide que acepte llevarlo hasta La Paz (Bolivia) en su auto, para reunirse allí con su hermano y viajar juntos a La Meca.
Juntos emprenden un viaje que les deparará numerosas aventuras. Se trata de dos personas muy diferentes: distintas generaciones, distintas creencias, distintas concepciones de la vida, distintos gustos, distintas metas, distintos sueños. Pero en algún momento del viaje, aparece algo que los une y estos dos sujetos tan disímiles se encuentran.
Al principio, Sebastián toma la propuesta con cierto recelo y se niega a poner en riesgo su comodidad por unos pesos, pero Jalil insiste y él estudia todas las posibilidades. Finalmente, acepta. Juntos emprenden un viaje que les deparará numerosas aventuras. Se trata de dos personas muy diferentes: distintas generaciones, distintas creencias, distintas concepciones de la vida, distintos gustos, distintas metas, distintos sueños. Pero en algún momento del viaje, aparece algo que los une y estos dos sujetos tan disímiles se encuentran. Ambos, a su manera, son soñadores. Jalil no tiene hijos; a Sebastián se le ha muerto el padre. Por lo tanto, ambos cubren esos lugares que suelen ser tan difíciles de reemplazar.
Al inicio del viaje parece haber diferencias irreconciliables, y las discusiones no auguran nada bueno. Sebas quiere escuchar Vox Dei durante todo el viaje y Jalil pone un casette con música árabe. Sebas cuida el tapizado de su Peugeot como si fuera de oro y Jalil ni siquiera repara en las migas que deja al comer en su interior. Sebas no cree en nada y Jalil insiste en hacer un alto para rezar todas las veces que su religión demanda. Sebas es reacio a incorporar extraños en el viaje, pero Jalil lo convence para que acerquen a una mujer musulmana a su pueblo, y también para que rescaten al perro que Sebas atropelló por distracción en el camino.
Camino a La Paz es una road movie sólida, con un buen guión y grandes actores que logran interpretar los personajes con naturalidad, credibilidad y rigor actoral. Es este un trabajo que se eleva por lo simple.
Pero a medida que el viaje transcurre, se van limando todas las asperezas; Sebas y Jalil logran construir una relación sólida que se impone sobre cualquier egoísmo o amor propio. Los problemas de salud del anciano y algunos traspiés en el camino, conducen a Sebastián a lugares insospechados al comienzo de este viaje, al punto de perder algunas de sus reliquias más preciadas.
Camino a La Paz es una road movie sólida, con un buen guión y grandes actores que logran interpretar los personajes con naturalidad, credibilidad y rigor actoral. Es este un trabajo que se eleva por lo simple. Rodrigo de la Serna y Ernesto Suárez recrean un vínculo sincero que trasciende la pantalla, perfectamente capaz de alcanzar el corazón del espectador receptivo. Las locaciones adquieren un protagonismo que, sin embargo, no opaca la extraordinaria labor de los actores en cada escena. La trama argumental está bien desplegada a lo largo del viaje y no resulta monótona en ningún momento (este es el gran peligro dentro del género, ya que puede tratarse simplemente de un par de secuencias sosas con una ruta de fondo; afortunadamente, no es el caso).
En esta película encontrarán pizcas de humor, reflexión y –sobre todo– humanidad. Un gran reflejo de nuestras relaciones, de nuestras contradicciones, de nuestras miserias y de nuestras grandezas; en definitiva, un gran reflejo de nosotros mismos: los seres humanos.
En esta película encontrarán pizcas de humor, reflexión y –sobre todo– humanidad. Un gran reflejo de nuestras relaciones, de nuestras contradicciones, de nuestras miserias y de nuestras grandezas; en definitiva, un gran reflejo de nosotros mismos: los seres humanos. Camino a La Paz es una de esas películas ideales para ver en enero, época de viajes largos y compañías mutuas, con el mate de por medio, la música, los alambrados, las líneas de la ruta que nunca acaban, los pastizales infinitos de la pampa argentina, el sueño y las charlas que siempre acortan las distancias entre dos puntos del mapa, pero también entre las personas.