Laberinto de mentiras: el silencio de los culpables

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Johann Radmann es un joven fiscal alemán que se ocupa de casos menores, más bien insignificantes: infracciones de tránsito, multas impagas y otras minucias. En medio de ese letargo gris vive este joven hasta que llega a la fiscalía un curioso caso: se trata de una causa ligada a los recientes crímenes perpetrados por los nazis en los campos de concentración de Auschwitz (téngase en cuenta que la acción transcurre en la Alemania de 1958, en pleno proceso de reconstrucción). Aparece en escena Thomas Gnielka, un impetuoso periodista que se ha propuesto firmemente sacar a la luz los secretos de Auschwitz y quien, a su vez, oculta los propios. Pero su tesón será ampliamente superado por el frenesí del muchacho en un camino que lo conducirá a una sana obsesión por descubrir la verdad.

Tímidamente, Johann empieza por confeccionar una lista con los nombres de quince implicados en la causa, pero la investigación lo conduce rápidamente hacia nuevos documentos, y esos documentos a nuevos testigos, y esos testigos a nuevos discursos sobre una tragedia deliberada. Esa información ha adquirido el carácter de “secreta”, y parece haber sido enterrada junto a los miles de cadáveres anónimos y olvidados para siempre en las fosas comunes. Como consecuencia, la lista de quince se extiende a ocho mil implicados. A través de esos discursos desgarrados, la palabra hecha carne, el horror personificado en sus rostros, gestos y modos, el joven fiscal toma conciencia de la dimensión de aquella masacre y de la posición de su propia generación en ese escenario. La escena de la toma de declaraciones en el despacho del fiscal ha sido magníficamente resuelta por el director; aquí, paradójicamente, no se oyen voces ni palabras, pero aún así se registra el peso de la significación puesto en el trabajo corporal y gestual de los actores, y en la atinada banda sonora que remite a la música judía.

Todos los alemanes –incluso Johann– parecen vivir en el mismo letargo, en un mundo de apariencias donde se procura evitar ciertas preguntas y se opta por dejar que los asesinos más crueles de la historia sigan caminando por las calles de la ciudad como si nada hubiese ocurrido, en pos de la reconciliación. Pero la masacre ha sido total, y la reacción frente a ella también debe serlo; se trata de un hecho demasiado reciente como para tomar distancia y observarlo con frialdad, pero también demasiado trascendente como para fingir que jamás ha tenido lugar.

En cuanto Johann advierte el silencio y la cruda indiferencia de su pueblo, siente la inmediata necesidad de desenmascarar a sus compatriotas y gritar las verdades que ha descubierto por sí mismo, sin ayuda de nadie salvo de su jefe, el fiscal general Fritz Bauer. Cada burócrata que visita para intentar armar el rompecabezas, no hace otra cosa que ponerle obstáculos en el camino; nadie parece interesado en que la verdad sobre el rol de las SS durante la guerra salga a la luz. Hay una escena reveladora en la cual el protagonista, algo borracho, decide increpar a cada transeúnte que pasa a su lado, acusándolo de nazi e interrogándolo sobre su accionar. He aquí la condensación entre la utopía de la verdad y la justicia, y la realidad más concreta y decepcionante poblada de seres que miran hacia otro lado.

Es inadmisible que tras veinte años nadie sepa muy bien qué es lo que ocurrió en Auschwitz, excepto los propios sobrevivientes. Y menos concebible resulta que una gran parte de la población esté convencida de que, después de todo, aquello no estuvo tan mal considerando que fue “casi como un campamento”.

En su periplo, el fiscal irá convirtiéndose en héroe de la futura nación  y, al mismo tiempo, en el enemigo acérrimo de un presente negador. Todo tiene sus costos; a medida que Johann alimenta esa obsesión, relega también su propia vida y sus afectos, pues entiende que su profesión le ha presentado una oportunidad única: la de comprometerse con su historia en una causa que trasciende cualquier individualidad y que lo conducirá a la verdad.

El punto de quiebre del relato se registra en la conmovedora narración de lo vivido en los campos por un artista plástico amigo de Gnielka, quien ha perdido a toda su familia en Auschwitz y debe vivir con el trauma de haber entregado ingenuamente a sus hijas mellizas, dejándolas en manos del cruelmente célebre Dr. Josef Mengele. A partir de allí, Johann decide seguir el rastro hasta hallar su paradero; es así como este ser siniestro se convierte en el blanco simbólico de la causa Auschwitz.

Como se sabe, Mengele estuvo oculto durante algún tiempo en Argentina, de modo que el nombre de nuestro país sobrevuela bajo la sombra de la complicidad o la indiferencia. A través de este film uno puede advertir ciertas similitudes entre la historia alemana durante la Segunda Guerra y la historia argentina durante la Dictadura Militar (sin ánimos de comparar el nivel de atrocidades perpetradas, aunque una muerte es tan inadmisible como mil). En cierto momento cumbre de la proyección se oyó la voz de una mujer susurrando un comentario incontenible: “Igual que acá”. Y sí. Pese a las múltiples divergencias, en ambos casos se trató de un plan sistematizado de muerte, arquitecturas orquestadas con horrorosa minuciosidad, maquinarias del dolor, regocijo en la muerte, ostentación de poder. La humillación y la aniquilación de toda dignidad humana, el asesinato como único recurso y la nula condena: represores y asesinos caminando por las calles bajo la máscara de la impostura, hombres aparentemente decentes, que fingen inocencia con disfraces desgarrados.

En este sentido, lo que la película plantea es el enfoque de una historia social y colectiva a partir de los lentes de un joven abogado, hijo de una familia prestigiosa, heredero del puesto de su padre, que comienza a preguntarse por su pasado y por el rol que ha cumplido la generación anterior en los hechos más oscuros de la historia alemana reciente. Es a partir de ese vínculo personal con los acontecimientos que se acerca a quienes sobrevivieron a la tragedia más terrible de la historia y fueron borrados de ella. Con culpa y con vergüenza descubre los secretos familiares y los secretos de una nación.  En este punto vale preguntarse: ¿aquellos soldados actuaron bajo órdenes o guiados por su libre arbitrio? ¿Hasta dónde es ético cumplir con una orden de los superiores? Acá se le llamó torpemente Ley de Obediencia Debida, y muchos culpables fueron tildados de inocentes. Se negó el acto deliberado de creerse Dios por un momento para decidir los destinos y finales.

Este film está basado en hechos históricos y narra cómo se llevó a cabo el primer proceso judicial alemán contra los miembros de las SS que fueron mano de obra en los campos de Auschwitz. Simplemente escalofriante.

La película se estrenará oficialmente el jueves 17 de septiembre, pero tendrá un lanzamiento especial en el marco del Festival de Cine Alemán que se llevará a cabo desde el 10 hasta el 16 de septiembre en tres sedes: el Village Recoleta (Vicente López 2050), el Village Caballito (Rivadavia 5071) y el MALBA (Figueroa Alcorta 3415). Para más información: www.cinealeman.com.ar

 

PRECIOS:

Entrada general: $75

Película muda: $100

Ciclo Heinz Emigholz: $45 (Estudiantes y jubilados: $23)

 

FICHA TÉCNICA:

Título original: Im Labyrinth des Schweigens

País: Alemania

Año: 2014

Dirección: Giulio Ricciarelli

Guión: Elisabeth Bartel, Giulio Ricciarelli

Reparto: Alexander Fehling, André Szymanski, Friederike Becht, Johannes Krisch, Hansi Jochmann, Johann vo Bülow, Robert Hunger-Bühler

Duración: 121 minutos

 

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