Autora de «La vida por delante, La tragedia de los chicos del Manuel Belgrano» y «La Perla: historia y testimonios de un campo de concentración», un verdadero documento histórico acerca del terrorismo de estado, Ana Mariani nos cuenta cómo es el proceso de escribir un relato de este tipo, tanto desde lo profesional como desde lo personal. El trabajo de escuchar las historias del terror para contarlas, el compromiso con el dolor del otro, la excelencia profesional como herramienta.
Hija de un peronista comprometido con la acción social y nieta de un poeta, Ana explica en sus raíces su vocación por escribir sobre Derechos Humanos. A partir de esta conjunción entre lo social y la escritura, edificó una carrera que tuvo como eje la denuncia de lo que muchos no quieren ver y algunos quieren tapar. En los albores de la democracia y cuando aún no eran “moda”, se interesó en temas como la explotación de inmigrantes, la industria textil con mano de obra esclava, la adopción ilegal, llegando incluso a lograr que se restituyan niños que habían sido arrebatados a sus familias, y por supuesto, en las historias que alguien tenía que empezar a recoger sobre el terrorismo de estado.
— ¿Cómo surge la idea de hacer un libro sobre La Perla?
— Yo había escrito La vida por delante y cuando lo fui a entregar a Sergio Carreras, mi editor, me dijo que no tenía que descansar. Había sufrido tremendamente, porque hablar con los compañeros y con la familia de los chicos fue durísimo. Pero Sergio me decía que no parara, porque si lo hacía no iba a seguir. Me dijo que como muchos de esos chicos fueron a La Perla, había que seguir investigando. Fue el tercer campo de concentración en la Argentina en cuanto a cantidad de víctimas, después de la ESMA y Campo de Mayo. Y ahí apareció Alejo, que es de otra generación y que me interesó mucho porque me escribió un mail después de la presentación de La vida por delante. Él fue alumno del Manuel Belgrano y fue muy interesado, porque en el colegio prácticamente no se hablaba del tema. Se sintió muy conmovido y como ya trabajaba como pasante en el diario y conocía su trabajo, con Sergio nos pareció bueno, porque además pertenece a una generación que no vivió la dictadura y esa conjunción nos iba a enriquecer mutuamente. Así que Alejo comenzó como ayudante y terminó como autor.
— ¿Cómo es hacer este tipo de entrevistas a los familiares y amigos de las víctimas?
— Yo ya venía de las entrevistas del Manuel Belgrano, con lo cual estaba bastante fogueada en cuanto a lo que podía pasar cuando un familiar se quiebra, por ejemplo. Alejo se sintió bastante impactado, era su primera experiencia con víctimas. Pero en general hablábamos primero de cualquier cosa, porque es muy difícil entrar en el tema de manera directa. Hay que ir buscando técnicas, tomar unos mates y hacer la situación más distendida. Eso no quitaba que después, cuando íbamos entrando en el tema, alguien se quebrara y a nosotros también nos costara seguir, porque es duro retomar después de que una persona se quiebra, pero fuimos adquiriendo destreza en eso.
Toda mi vida traté de entender el mal. No tendría una respuesta para decirte cómo puede ser que un ser humano se transforme en un monstruo en un momento dado y de allí pase a vivir con su familia, con sus amigos y llegue a abrazar a alguien, a darle un beso a los hijos; es inexplicable.
— Cada entrevista era diferente.
— Totalmente. Siempre me preguntan qué fue lo que más me impactó, pero cada uno de los testimonios tiene algo que impacta. Nos llevó dolores tremendos a Alejo y a mí y yo tenía temor porque él tenía 25 años cuando empezó conmigo. La investigación nos llevó seis años, viajamos por el interior de esta y otras provincia y nos fuimos a Europa. Nunca vamos a llegar a recuperar todo lo que hemos puesto, no sólo económica sino anímicamente, las marcas nos van a quedar para toda la vida. No sé si eso será finalmente positivo o negativo, pero lo cierto es que nos han quedado marcas muy grandes después de una investigación como esta, y yo, que venía con la del Manuel Belgrano y con las otras temáticas, me fueron quedando marcas… por ahí tengo que parar un poco porque es muy difícil seguir.
— Con los relatos recogidos Ud. logró armar perfiles de los represores, ¿por qué cree que un ser humano puede llegar a ese nivel de perversión?
— Toda mi vida traté de entender el mal, pero no tengo una respuesta para el mal. He leído desde lo psicológico, lo sociológico, lo histórico y no tendría una respuesta para decirte cómo puede ser que un ser humano se transforme en un monstruo en un momento dado y de allí pase a vivir con su familia, con sus amigos y llegue a abrazar a alguien, a darle un beso a los hijos; es inexplicable. Terminar de torturar o violar a una mujer y encontrarse con su esposa. Es algo sobre lo que…
— ¿No hay palabras?
— No hay palabras. Porque creo que no existen. Probablemente desde el punto de vista psicológico se pueda llegar a saber qué patología tienen estos seres, pero los periodistas llegamos sólo a decir “me quedé sin palabras”. Y que estén entre nosotros, que puedan estar tomando un café con nosotros, porque hay muchos que están libres y van a quedar libres…
Yo tengo la idea de que aquí todavía no se ha realizado la limpieza que se tendría que haber hecho, ni de la Policía, ni de las Fuerzas Armadas. Y no han cambiado la instrucción, que den como materia Derechos Humanos, no cambia nada de fondo.
— ¿Por qué se empieza a hablar tan tarde de La Perla, en relación a otros centros como la ESMA, por ejemplo?
— Yo creo que hay varias razones. Una es que Córdoba es bastante particular, es la Córdoba del Cordobazo pero también es una Córdoba reaccionaria que tampoco podemos dejar de reconocer. Otra es que los sobrevivientes fueron muy castigados y vilipendiados y por lo tanto no querían hablar. Con Alejo nos costó muchísimo llegar a ellos, sobre todo a los que habían estado más tiempo en La Perla, porque se pensaba “por algo han sido liberados”. Llegar a esos 17 fue muy difícil porque tampoco tenían por qué confiar en dos periodistas que capaz publicaban una basura y que también hablaban con los militares que dijeran que todo es mentira.
— ¿Había algún criterio lógico para salir con vida de La Perla?
— No, no lo había. Y lo explican muy bien dos o tres de los 17, entre ellos Susana Sastre. No había una lógica, ella no sabe por qué está viva. Y se siente mal, se sentía muy mal en el primer juicio a Menéndez porque los culpaban a ellos, y en el Juicio a las Juntas todavía más, porque existía aquella frase de “con vida los llevaron, con vida los queremos”. Entonces,“¿y nosotros que estamos vivos qué somos?”, era su razonamiento; que tendrían que estar muertos, dando vuelta un poco la frase. Tratamos de que el libro no sea amarillista. Si hablamos sobre alguna tortura, lo hacemos porque creemos que es significativo, como la tortura que Barreiro infligió a una mujeres que murió durante la misma. Era imprescindible relatarlo, porque en una fecha como un 24 de diciembre, la torturan, la dejan moribunda y se van a brindar con la familia. Eso había que contarlo, más aún porque llevaban a una de las sobrevivientes actuales a que viera cómo la torturaban.
— ¿Y también por el contraste de lo que ellos dicen defender y lo que significa esa fecha?
— Claro, católicos, apostólicos y romanos, matando a una mujer horas antes de la navidad.
Ana sabe que el periodismo es difícil y que hoy en día lo es aún más, cuando uno quiere escribir sobre lo que realmente le interesa y no sobre lo que otro manda. Pero ella está orgullosa de haber tenido siempre la posibilidad de escribir lo que quiso, a fuerza de sacrificio y compromiso, y de autogestionar un espacio que no existía en la Córdoba que recién despertaba del largo sueño de la dictadura y que hoy en día muchos medios dejan fuera de agenda, como es la temática de los Derechos Humanos.
— Al principio Ud. mencionaba dos caras de Córdoba, la del Cordobazo y otra más reaccionaria, ¿cómo ve hoy a Córdoba en ese sentido?
— Creo que hoy es más la Córdoba reaccionaria y del “cordobesismo”. Es una Córdoba anquilosada, que se ha quedado en el tiempo, ha vuelto a épocas remotas.
—¿Y respecto a la Policía?
—Creo que es tremendo el problema, realmente terrorífico. Sacan a uno que está metido en cuestiones de narcotráfico y ponen a otro que, para qué hablar. Yo tengo la idea de que aquí todavía no se ha realizado la limpieza que se tendría que haber hecho, ni de la Policía, ni de las Fuerzas Armadas. Y no han cambiado la instrucción, que den como materia Derechos Humanos, no cambia nada de fondo.
—¿Cuánto tiempo le llevó la realización de los libros?
—La Perla, seis años; La vida por delante, mucho menos, porque es más acotado y centrado en un colegio. Tuve que hablar con los familiares de once personas, entonces fue más acotado. Con La Perla tuvimos que hacer una selección importante porque era prácticamente el doble y no podíamos sacar un libro de 1000 páginas.
—¿Cuándo se decide que hay que parar, que ya está completa la investigación?
—Nos tuvimos que poner un plazo. Con La vida por delante fue más sencillo porque recogí todos los testimonios y no había mucho más, pero La Perla habría sido interminable sin una selección.
Era escuchar el horror, es realmente un descenso a los infiernos. Porque uno, en lo que puede, que jamás se puede del todo, se pone en el lugar del otro.
En lo personal, Ana admite haber sentido una especie de deuda por no haber estado en la Argentina en los momentos más duros y sangrientos de la dictadura. Eso, a su vez, le permitió conocer -antes y mejor que muchos de los que estaban aquí- lo que estaba pasando. Al volver, todo su trabajo pasa a ser un compromiso por saldar esa deuda, pero que a la vez se cobró otro saldo, el precio de abrir puertas que llevan a lugares oscuros, a los que nadie entra saliendo indemne. Su mirada lo dice todo cuando habla de los testimonios, de las historias que logró exorcizar; su mirada muestra el jubiloso cansancio de haber hecho lo correcto, pero también el dolor que las víctimas del terror compartieron con ella, el dolor del dolor.
—Ud. comentaba acerca de lo duro de recoger estos testimonios, incluso en otra entrevista decía que hay momentos en que la víctima entra en una especie de regresión y pierde la mirada, de eso, ¿se vuelve?
—Y para nosotros, te imaginás lo que es… Había noches en que, tanto Alejo como yo, no podíamos, volvíamos de alguna entrevista y no hablábamos entre nosotros por un largo rato, necesitábamos recomponernos cada uno en su interior para poder hablar. Era escuchar el horror, es realmente un descenso a los infiernos. Porque uno, en lo que puede, que jamás se puede del todo, se pone en el lugar del otro y realmente no sabemos qué nos hubiera pasado. A veces teníamos que volver al lugar, porque había sido una conversación para conocernos, así que teníamos que volver. Y volver… fue duro. Incluso se empiezan a manifestar síntomas físicos, que son producto también de toda la historia. Pero bueno, alguien tiene que contar estas cosas.
—¿Y publicarlo es un poco sanador?
—Y sí, verlo publicado… Ya salió, ya está. Había épocas en que para sanarnos un poco con Alejo nos dejábamos de ver por un tiempo, cada uno iba escribiendo y pensando. La convivencia, al ser de generaciones distintas, no fue fácil, fue una relación con algunos momentos de tensión. Enriquecedora, por supuesto y después que salió el libro, todo estuvo bien, pero fue difícil. Incluso a veces discutíamos bastante, pero el resultado fue positivo. Y para él, con su edad, una buena experiencia.
Fotos: Facundo Moya