Revancha: de los destinos apropiados

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Parece ser que las biografías de los boxeadores famosos siempre han dado que hablar y, por alguna razón, han despertado la curiosidad de los más diversos artistas inspirando muchas de sus creaciones. En el mundo de la literatura tenemos cuentos célebres como “Torito” de Julio Cortázar o algunos de los más bellos relatos de Ernest Hemingway (“El belicoso”, “Cincuenta de los grandes”), escritores fascinados con el universo del boxeo. En el campo de la música podemos citar, por ejemplo, “Cachito, campeón de Corrientes”, una hermosa canción de León Gieco cuya letra versa sobre la historia de Juan Mario Díaz, una suerte de leyenda nacional. En el cine, la lista es innumerable.

Revancha, el film de Antoine Fuqua que se estrena esta semana en los cines argentinos, retoma una vez más la figura ya casi mítica del boxeador, sin correrse demasiado del estereotipo más tradicional, aunque con la firma de Jake Gyllenhall para el rol protagónico, que logra darle un tono propio y gran solidez a su personaje.

Billy “The Grat” Hope (Jake Gyllenhall) es el gran campeón en la Categoría de los Semipesados y parece estar en el ápice de su carrera. Tras una infancia difícil signada por las carencias y la triste reclusión en un orfanato, Billy parece haber alcanzado la cima y tenerlo todo: una esposa que comparte sus orígenes y que lo ama por lo que es más allá de sus bienes, una hija que lo adora y lo necesita, amigos con quienes está dispuesto a compartir su fortuna, un entrenador y un manager que lo respaldan, gente que lo admira, bastante dinero, varios autos y una casa con piscina (el sueño del pibe). Pero todo eso se derrumba el mismo día en el que su archirrival –el boxeador colombiano Miguel “The Magic” Escobar (por supuesto el villano no podía ser noruego)– lo provoca fuera del ring desatando su ira y generando un disturbio absurdo en el que su esposa Maureen (Rachel McAdams) termina muerta.

A partir de aquí la trama dará un vuelco abrupto y el protagonista se enfrentará a numerosos dilemas. Frente a un mundo de apariencias donde todos aquellos que llevaban en andas al campeón le sueltan la mano en vistas de la derrota, Billy tendrá que priorizar sus afectos y lo único que le queda en la vida: su hija Leila (Oona Laurence), quien ha sido arrancada de su hogar junto con todos los bienes embargados de su desventurado padre. Para recuperar no sólo la tenencia legal de su hija ante los jueces sino también el amor de la niña, Billy deberá encarar un serio proceso de recomposición, y para lograrlo recurre a Titus “Tick” Wills (Forest Whitaker), el entrenador del único hombre que logró vencerlo en el cuadrilátero. La actitud reacia y la rigidez en sus reglas dentro y fuera del ring dificultan la tarea, pero finalmente Billy convence a Tick de que lo prepare para volver a hacer lo único de lo que se presume capaz: dar puñetazos.

En líneas generales, podría decirse que la película no se aleja del típico retrato biográfico de carácter trágico, centrado en la vida del deportista pobre y sin familia que gracias a sus propias gotas de sudor pasa rápidamente a la fila de los triunfadores (he aquí el mito de la igualdad de oportunidades en su máxima expresión). Algunos de los mejores momentos del film aparecen en ese microclima que se genera en el gimnasio de Tick y que el director no aborda con demasiada profundidad por concentrarse en la arista biográfica del relato. Sin embargo, allí tiene lugar la escena que quizás sea la de mayor peso narrativo en la película; frente a la noticia de la muerte de uno de sus aprendices –el chico apodado “Saltarín”– un Tick desbordado aporrea la bolsa de box, se agarra la cabeza e implora piedad al cielo preguntando: “¿Qué clase de mierda es esta? No hago otra cosa más que mentirles a estos niños; les digo que todo estará bien y que si se esfuerzan ellos podrán ser los dueños de su propio destino, y son puras mentiras”.

Es a partir de estas pocas líneas excelentemente interpretadas por Whitaker que podemos comenzar a pensar el lugar fundamental que adquieren el “talento innato” y las capacidades individuales en un mundo impiadoso que ignora orígenes, contextos, trayectorias y condiciones sociales, que pone ciegamente todo en una misma balanza y que omite los numerosos obstáculos impuestos por una estructura basada en la desigualdad de oportunidades. Tal vez estemos traicionando la intención del director y él no intente decir nada de esto, pero ¿acaso no es esa la función del arte? ¿Acaso no se trata de arrojar al mar un mensaje en una botella? Así, podemos leer en la película de Fuqua algo acerca de la imposibilidad de tomar las riendas seguras de nuestros propios destinos dentro de una arquitectura que parece estar sostenida en principios meritocráticos.

Quienes gobiernan este mundo y conforman las elites privilegiadas, se han apropiado históricamente del destino de muchos hombres ignorando el principio de que todos somos libres e iguales. Tras la Revolución Francesa, el mundo siguió girando y el lema que ha tenido mayor éxito en nuestras sociedades ha sido el de la libertad (sobre todo la de mercado y la de empresa); de la igualdad, la mayoría se ha olvidado. Ese principio fue reemplazado por el mito de la “igualdad de oportunidades” (aquello de que todos iniciamos la carrera desde la misma línea de partida). Sucede que en ese esquema, las inequidades se naturalizan y hasta parecen justas bajo el precepto de que todos cuentan con las mismas chances de llegar a la cima. ¿Acaso son muchos los que triunfan como Billy Hope? ¿No es este un caso extraordinario? ¿Vale reflejarse en el espejo del ídolo, del héroe, del iluminado? ¿Qué posibilidades tiene el hombre/mujer promedio de repetir esa trayectoria?

Ya desde el título se nos advierte la revancha, pero Billy no toma revancha de Miguel Escobar ni de sus malvados secuaces, sino de su propio entorno, del falso mundillo en el que convive con amigos aparentes y traidores potenciales que en su defensa esgrimen la frase: “Estos son negocios, Billy”. Él toma venganza de su propio destino, pero la salida de ese submundo no será nada fácil; el costo que tendrá que pagar será alto, y su resistencia deberá ser tan inquebrantable como la de sus puños.

La película está bien realizada. Las escenas de boxeo son muy creíbles, aunque tal vez excesivamente extensas y algo tediosas para aquel que no es amante de este deporte. Aún así, Jake Gyllenhall se lleva todos los elogios porque logra transmitir con gran contundencia los diferentes estadios por los que transita su personaje: la ira, el dolor, la impotencia y la humillación. Resulta imposible ver la pelea sin arengar al protagonista por lo bajo. Además, el entrenamiento para esa composición ha sido sumamente intenso; los productores aseguran que le ha llevado unos cuantos meses y miles de abdominales por día lograr la masa muscular que vemos en pantalla (desde ya, este sólo dato no lo hace merecedor del Oscar, tal como una gran parte de la crítica cree). Buenas coreografías sobre el ring a cargo de Terry Claybon (una leyenda en el entrenamiento de las estrellas que aspiran a convertirse en boxeadores para la pantalla), y una excelente labor de maquillaje para hacer creíbles esos rostros sangrantes repletos de moretones, no aptos para gente impresionable.

Aún para quienes no entendemos nada de este deporte (ni aspiramos a hacerlo), la película resulta interesante porque está respaldada en un buen relato que por momentos pierde el rumbo o abre algunas puertas interesantes que luego no termina de cerrar, pero que en líneas generales está bien construido. Resulta imposible desprender la mirada de una pantalla que expone elementos tan plásticos y visuales para transmitir la ira de un protagonista sediento ya no de venganza, sino de una nueva chance que le permita levantarse y continuar la pelea.

FICHA TÉCNICA:

Título original: Southpaw

País: Estados Unidos

Año: 2015

Duración: 124 min

Dirección: Antoine Fuqua

Guión: Kurt Sutter/Richard Wenk

Reparto: Jake Gyllenhall, Forest Whitaker, Rachel McAdams, Oona Laurence, 50 cent

 

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