«Micropiedras» (al tren de la indiferencia)

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A continuación, los cinco ganadores del Primer Concurso de Microrrelatos de La Primera Piedra: “Micropiedras” (al tren de la indiferencia). El orden no implica primeras posiciones, sino que fue aleatorio. El jurado estuvo conformado por Nora Galia (editora de Letras del Sur y docente universitaria), Sol Silvestre (escritora y docente universitaria) y Fernando Bogado (escritor y docente universitario).
Muchas gracias a todos los que participaron, nos leemos en los próximos concursos.

MARTIRIO

por Freddy Giovanny Oliveros Pinzón

Y la bruja, excitada, parecía danzarle al poste que la retenía en la hoguera que los verdugos alimentaban con los papeles llenos de hechizos. Solo ella sabía que el paso final era ese: palabras mágicas convertidas en humo. Ahora estaría en los pulmones de todos los aldeanos.

VIVO CANTANDO

por Patricia Richmond

No puedo vivir sin música. Amy Winehouse anima mis momentos tristes, Diana Krall llena mis instantes de soledad y Leonard Cohen me cura los cardenales. Lo que más me gusta es cocinar cantando, como aquel día, señor juez, en que, al ritmo de Macarena, confundí el matarratas con la sal.

LUGAR DEL HECHO

por Yamilia Bianqui

Ella tiene una extraña sensación, cumple el horario habitual. Se dirige a su casa y al llegar, papeles revueltos, sillas tiradas. Recorre la casa, comprueba que la caja sigue con llave en el lugar oculto y en su recorrida: sangre, vidrios y más papeles; en el árbol del patio, Pablo ahorcado. Sirenas sonando, ella esconde una llave.

ESCUCHAR PIXIES

por Matías Rivarola

Si me das a elegir, elegiría tener dieciséis años para sentarme en el cordón de la vereda con mis amigos a escuchar Pixies. O podría ser Bowie, también. Intentaría, más que nada, ser menos tonto. En una biblioteca buscaría a Copi, a Girondo o a alguien que me ayude a desenredar la madeja y no perder tiempo con Sábato, por ejemplo. Me haría uno de los cortes de pelo que se usan ahora para estar adelantado al menos diez años. Haría el esfuerzo por bañarme más de tres veces a la semana, miraría a las chicas que nadie mira, bailaría tecno y cumbia, sería simpático, usaría una esvástica para que me maten a patadas en un baldío. Haría todo al revés, pero, así y todo, terminaría en un lugar parecido.

DISCULPA, GUAPO

por José Aristóbulo Ramírez Barrero

La muchacha se acerca al soldado pro disturbios parado en una esquina de la plaza, le da un beso en el cachete y escribe en su casco la palabra libertad. Entonces, al observar el enfado del uniformado, espeta con sorna y coquetería…«Disculpa, guapo. Me confundí. Creí que eras un dibujo pintado en la pared». El soldado, suspicaz, se limpia la mejilla, escupe en el piso, desenfunda su pistola y la descarga entera sobre el pecho de la chistosa. Al cabo, se acerca al cadáver y le increpa con soberbia y altanería…«Disculpa, guapa. Creí que eras un terrorista de Al Qaeda».

Como es moneda común en estos parajes donde reina la ley del más resuelto, el expediente del caso va a parar a un despacho militar. El juez que lo examina, uno de aquellos que no toleran insolencias y desatinos, condena al soldado a… Limpiar su casco… «Bien limpito, soldado, bien limpito».

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