Mi vieja y querida dama: larga vida a las palabras

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My old lady (aquí traducida como Mi vieja y querida dama) es la ópera prima de Israel Horovitz, un nombre no muy conocido en el ámbito cinéfilo aunque sí en el de las bambalinas. Horovitz es un célebre dramaturgo y guionista estadounidense que se ha animado a la gran pantalla adaptando una de sus novelas. Tal vez la osadía no haya estado a la altura de sus obras de teatro, pero no ha sido ningún bochorno.

Se trata de la historia de Mathias Gold (encarnado en el genial Kevin Kline), un hombre de 57 años y 11 meses que se hace llamar Jim, nacido en Park Avenue (New York) y procedente de una familia acaudalada. Él llega a París tras la muerte de su padre con el  único objetivo de salvar su pellejo. El difunto le ha legado tres cosas a su hijo: un par de libros en francés, un reloj de oro y un caserón viejo en la ciudad del amor; el resto lo ha donado a organizaciones de caridad por no fiarse demasiado de su propia descendencia. Mathias llega a Europa con el cometido de vender aquello que mejor se cotiza en el mercado y que, por tanto, lo salvará de una situación austera en ese punto de su vida: por supuesto ese bien es la casa. Pero cuando llega al lugar se encuentra con un obstáculo que tiene nombre y apellido: Mathilde Girard (la gran Maggie Smith). Madame Girard es una anciana de 92 años que había sellado un contrato vitalicio con el difunto Max Gold y, por lo tanto, deberá ser cumplido hasta la muerte de la mujer. Así, Mathias no sólo no puede vender la casa sino que además deberá pagarle a madame Girard dos mil cuatrocientos euros para seguir manteniendo el contrato, de modo que todos los planes se hacen añicos y Mathias debe quedarse allí hasta resolver su situación. Mientras tanto otros dos personajes aparecen en escena para aumentar la tensión dramática: por un lado la hija de madame Girard, Chloé (Kristin Scott Thomas), quien defenderá los intereses de su madre y la arquitectura añeja del barrio en el que se ubica la casona; por otro, François Roy (Stephane Freiss), un empresario que desea adquirir el terreno tan sólo para construir una sede más de su cadena de hoteles. Mathias se encontrará en una encrucijada: venderle el contrato vitalicio al tal Roy o seguir pagándole la renta a las Girard hasta que la muerte defina los tantos.

Pero todo lo descripto hasta aquí no es más que el conflicto aparente, el nudo superficial de la trama. Detrás de estas minucias mercantiles se oculta la verdadera historia que tiene como protagonistas al tiempo y los secretos. En el transcurso del relato, tanto Mathias como Chloé van desmadejando sus infancias y descubriendo los secretos de sus padres, van llenando sus silencios y completando las enormes lagunas que en algún momento adujeron al paso del tiempo, al olvido o a la simple distracción (quizás a la ingenuidad o al terror de saber más de la cuenta). Son dos adultos marcados por los errores de sus padres, estancados por supuestos desamores, vencidos por la tragedia de sus vidas. No conviene detallar ninguno de estos puntos porque son el eje y el sustento del relato (y justamente esa podría ser una de las mayores objeciones al film).

París. La ciudad del amor y de los sueños merece un capítulo aparte. Podría decirse que cualquier película –por mala que esta sea– nos parecerá idílica con París como escenario. Las casas con sus jardines, los callejones secretos, las tiendas de arte y antigüedades, los cafés, las luminarias, las barcazas junto al río, el Sena, los personajes que vagan en sus orillas. Algunas escenas del protagonista bebiendo del pico de la botella junto al río remiten al clochard protagonista de aquella breve y maravillosa novela de Joseph Roth, La leyenda del santo bebedor; otras remiten al genial film de Woody Allen Medianoche en París. Porque en cierto modo nos da la sensación de que en esta ciudad puede ocurrir cualquier cosa, hasta el hecho más insólito (por ejemplo, un hombre que llega a la ciudad para vender una casa y descubre toda una historia familiar oculta). Como de costumbre, en este contexto aparece inevitablemente el amor y todo lo que eso implica. “Siempre que alguien sigue su corazón, a otra persona se le rompe el suyo. El amor es una substancia limitada. Cuando le das amor a alguien nuevo, tienes que quitárselo a otra persona anterior”, dice Mathias. “La gente como Mathias y yo nos decimos que nada de esto importa, que la infancia es sólo una invención humana. No una invención de Dios. No hay nada natural en ella y deberíamos dejarla ir, pero no podemos”, sostiene Chloé.

En cuanto al trabajo cinematográfico, tal vez no estemos en presencia del más grande cineasta, pero su labor no es para nada desechable. Se trata de una película digna, sustentada sobre todo en la palabra, en los extensos parlamentos de los personajes que aportan casi toda la información narrativa y en las extraordinarias actuaciones del elenco. Es en este único punto donde flaquea la construcción, porque el autor se vale más de la palabra y de la puesta en escena que de la imagen y lo visual, es decir, sigue pensando en términos teatrales más que audiovisuales. Aún así, el film se sostiene gracias a los parlamentos y a los grandes actores que dan vida a los personajes: Maggie Smith, Kevin Kline, Kristin Scott Thomas y Dominique Pinon en el papel de Auguste Lefebvre, el hombre de la inmobiliaria (un gran toque en la trama). Sin embargo, aún cuando de cine se trate, siempre es una buena noticia la apuesta a la palabra considerando la cantidad de películas que abundan en efectos visuales y sonoros, pero carecen de todo sustento literario. Por último, hay que destacar el aporte de Mark Orton con sus hermosas melodías (compositor que también tuvo a cargo la música de Nebraska), y que le da un sello a cada nota, logrando sonidos cálidos y juguetones pero también melodías que acompañan muy bien los momentos dramáticos en una historia que poco a poco va ensombreciéndose junto con el humor de sus personajes. Para conocer el desenlace de esta linda historia… ¡vayan a las salas de cine!

FICHA TÉCNICA

Título original: My Old Lady

Año: 2014

Duración: 107 min.

País: Reino Unido

Director/Guionista: Israel Horovitz

Música: Mark Orton

Fotografía: Michel Amathieu

Reparto: Kevin Kline, Maggie Smith, Kristin Scott Thomas, Dominique Pinon, Michael Burstin, Elie Wajeman, Raphaële Moutier, Sophie Touitou, Christian Rauth, Delphine Lanson, Noémie Lvovsky, Stéphane De Groodt

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