Durante la tarde de ayer se llevó a cabo la concentración popularizada en las redes sociales a través de la consigna Ni Una Menos frente al Congreso de la Nación. Con una convocatoria masiva y apoyos contrapuestos, la sociedad salió a la calle a demostrar su preocupación por los femicidios y a pedir justicia para que nunca más una mujer tenga que morir porque un hombre vulnere sus derechos.
Las calles, las veredas y las plazas estaban tan llenas de gente que difícilmente podía calcularse un número estando ahí. La famosa esquina de Callao y Corrientes fue el punto de encuentro de muchos, que desde temprano comenzaron a marchar por la avenida en dirección a la Plaza de los dos Congresos. Hombres y mujeres por igual, con pancartas, banderas y emociones compartidas, en busca de una respuesta a un problema que cada día se presenta como más urgente: los femicidios, cientos mujeres que mueren a manos de hombres que las consideran una posesión, una cosa, un objeto más sobre el que pueden tomar decisiones.
Detrás del poderoso hashtag #NiUnaMenos había dos consignas claras: la declaración de una Ley de Emergencia Nacional contra la violencia hacia las mujeres y la aplicación de la Ley de Protección Integral contra la violencia hacia las mujeres, que también fueron los reclamos que más se vieron representados en los discursos de los oradores.
Una vez en la plaza se sumaron otras peticiones: basta de machismo, basta de agresión verbal, basta de cosificación en los medios e incluso el pedido por la legalización del aborto. Entre la multitud se desarrollaron también diferentes expresiones artísticas que buscaban generar conciencia sobre los distintos tipos de violencia hacia las mujeres. Llamaba la atención que a pesar de la cantidad de gente movilizada (tanta que en momentos se hacía imposible llegar hasta el Congreso por las calles aledañas), faltaban gritos y cantos que demostraran la profundidad del sentimiento.
La multiplicidad de consignas puede verse desde la perspectiva de la democratización de un reclamo, la masificación de una idea, pero también como una forma de tamizar su fuerza al adherir a puntos de vista contrapuestos. Una marcha tan masiva como la de ayer, que contó con el apoyo de la Iglesia al mismo tiempo que de los partidos feministas de izquierda, atrae a miles de personas alrededor de una idea tan amplia que puede terminar siendo difusa. Si no sabemos bien lo que estamos reclamando o a quién se lo estamos reclamando, se debilitan las posibilidades de que se genere un cambio social profundo, que realmente sea una salida para todas las mujeres que hoy en día viven en riesgo en nuestro país. Es llamativo, es emocionante y moviliza, pero corre el riesgo de quedarse en la superficie de un reclamo que impone profundidad.
La realidad es que ayer frente al Congreso todos coincidían en una cosa: ningún hombre puede quitarle a una mujer su vida, pero tampoco su dignidad ni su libertad. Ahora es nuestra responsabilidad que esta movilización no quede en un slogan atractivo, un hashtag o una selfie para probar que estuvimos ahí. Si queremos un cambio trascendente, este tiene que venir de las instituciones. Necesitamos leyes y un marco de contención para que ninguna otra mujer se sienta vulnerada en nuestro país. Es un largo camino, pero ya dimos un primer paso. El tema está instalado en los medios y la sociedad ha demostrado su preocupación. Pero no pateemos la pelota para otro lado, porque sigue estando del nuestro.