La dama de oro: Devuelvan los cuadros

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Entre los incontables horrores que se ocultan detrás del régimen nazi, existió por aquellos oscuros tiempos una forma de humillación que no ha sido lo suficientemente representada en el campo ficcional de la cinematografía (tal vez sí en la vertiente documental), aunque no por ello resulta menos atendible o atroz. Se trata de la apropiación –digámoslo directamente: el robo– de los bienes personales de muchas familias judías que luego fueron llevadas a los campos de concentración, desmembradas o aniquiladas sin piedad en plena calle. La dama de oro rescata esta problemática valiéndose de hechos verídicos y narra la lucha de María Altman, una mujer nacida en Austria que fue obligada a abandonar a su familia y huir hacia los Estados Unidos para poder sobrevivir al Holocausto. Pese a que logró rehacer su vida en el nuevo país, ella jamás pudo dejar atrás los recuerdos de un pasado tan alegre como siniestro. Los últimos días de María en Austria estuvieron marcados por los festejos de su propia boda, un gran evento al que habían asistido las personalidades más destacadas de la elite vienesa. Inmediatamente después de la fiesta, todo pareció ensombrecerse y los días de esta familia se convirtieron en un verdadero tormento.

Después de muchos años, María decide recomponer su situación y cerrar aquella etapa siniestra de su vida. Lo que la protagonista pretende es la restitución del arte perteneciente a su familia que había sido incautado por los nazis, especialmente el cuadro en el que el pintor Gustav Klimt había retratado a su tía (“Retrato de Adele Bloch-Bauer”), que permanecía en la galería vienesa de Belvedere como símbolo artístico de la nación y que actualmente se encuentra en la Galería Neue de Nueva York. Con este único objetivo en mente, busca a quien cree será el mejor abogado para representarla en este caso, considerando que tiene sus mismas raíces: se trata del joven abogado Randy Schoenberg, descendiente de una encumbrada familia austríaca. Lejos de lo que María supone, él no está demasiado interesado en defenderla; parece bastante ajeno y distante al conflicto humano que tiene en sus narices, se muestra indiferente y hasta algo inseguro frente a un caso de tamaña envergadura. Sin embargo, cuando la curiosidad lo incita a googlear la pintura y descubre que está valuada en una cifra con una cantidad tentadora de ceros, se muestra algo más interesado. Es así que acepta la oferta de María y juntos deciden viajar a su tierra natal. Allí, la defendida revive sus recuerdos y el defensor se acerca cada vez más al corazón de la historia, al punto de que hacia el final de este viaje él estará más involucrado con el caso que la mismísima protagonista. Y es que algo de toda la barbarie pasada cala hondo en sus fibras más íntimas y lo impulsa a rebelarse contra la indiferencia de los tribunales, olvidando por completo la suma de dinero y hasta su propio empleo.

Tras sucesivos fracasos en territorio europeo, regresan a Estados Unidos resignados, pero Randy encuentra una salida jurídica y lleva al mismísimo gobierno austríaco a la Corte Suprema de Justicia estadounidense. Por supuesto, el desenlace justo se lleva a cabo en tierras americanas, expresión de toda libertad y justicia ejemplar. Más allá de estas observaciones de tinte ideológico (la ideología inevitablemente nos atraviesa y no puede quedar afuera en un film que elige abordar una temática de esta naturaleza), es una película que hay que ver porque muy pocas han profundizado estas historias desde el plano de la ficción, y la experiencia resulta interesante. Al valor artístico –sin dudas lo registra– se suma el valor ético y moral. Pocos films se han hecho eco del despojo que han sufrido tantas familias durante ese período y de los fallidos intentos de restitución de esos bienes. Se han abordado algunos casos desde el documental, pero no mucho más (de hecho el punto de partida para este film fue justamente un documental que despertó el interés del director acerca de estos temas). El plan sistemático llevado a cabo por el nazismo no dejó nada librado al azar, y esta apropiación es la muestra más clara de ello; su objetivo principal era despojar a los individuos “no deseables” para el régimen de cada átomo de humanidad; dejarlos sin pasado y sin recuerdos implicaba de algún modo borrarlos de la historia, apropiarse de ellos, convertirlos en simples fantasmas errantes que vagan por el mundo sin recuerdos, en “nadies”.

La película está bien realizada. El trabajo de Helen Mirren es excelente porque logra darle vida a un personaje de gran complejidad, y Ryan Reynolds la secunda correctamente. La incorporación de Daniel Brühl en el rol de un periodista austríaco que ayuda a los protagonistas en su empresa no es para nada antojadiza y aporta una cuota de dinamismo al relato. El guión sustenta la historia y los escenarios fueron convenientemente seleccionados: la casa de los recuerdos familiares, el museo de Viena y la imponencia de los estrados austríacos contrastan con los espacios del inicio en el que transcurren las vidas cotidianas de ambos personajes (el bufete de abogados, los tribunales, el local de ropa de la mujer). Sin dudas es una arista más entre tantas a la hora de abordar uno de los procesos más complejos, contradictorios y atroces de la historia universal. Hacia el final, resulta demasiado evidente la connotación de pretendido heroísmo condensado en los Estados Unidos, pero como espectadores ya estamos acostumbrados.

FICHA TÉCNICA

Título original: The woman gold

País: Estados Unidos

Año: 2014

Género: Drama

Dirección y guión: Simon Curtis

Elenco: Helen Mirren, Ryan Reynolds, Daniel Brühl y Katie Holmes

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