El lunes volvió Showmatch a la televisión argentina. Tengo que admitir que no sabía hasta que unos amigos me pasaron el dato porque lo iban a poner en la televisión que teníamos enfrente. Existía una excusa válida: iban a estar los tres precandidatos a presidente que (supuestamente) más chances tienen a ejercer el máximo poder del ejecutivo a partir de diciembre próximo. Admito también que desconocía ese dato; por alguna razón u otra todos esos datos no figuraban en mi agenda. Algunos eligen donde poner su líbido, otros donde poner nuestra atención. El factor sorpresa, eso sí, me agarró de lleno y con las defensas bajas.
Estamos de acuerdo, para empezar, si planteamos que debe ser el programa con más presupuesto de la actual grilla televisiva. Ante ese caudal de recursos, las expectativas tienen y deben ser altas. Pero de alguna extraña manera, todo el concepto del viejo “Show de Videomatch” rebautizado Showmatch se desintegró y pasó a ser simplemente The Tinelli Show, al mejor estilo del programa que supo tener el fallecido Ricardo Fort en las noches de América TV. Con esto quiero decir: presupuesto al servicio del ego.
The Fort Night Show, que duró menos que una revista literaria y ahora, tras la muerte de su mentor se convirtió -irónicamente- en un programa de culto, prometía grandes producciones sostenidas por la fortuna de Fort. Los resultados fueron obvios, claro. La plata no pudo sostener el vacío creativo y conceptual. Los musicales, por más fastuosos que fueran terminaban siendo bizarros. Si bien billetera mata galán, no enamora.
Eso mismo, aún a mayor escala que el multimillonario Fort, pasó el lunes a la noche. Tras un sketch humorístico de dudosa efecividad, llegaba el prometido arranque poliartístico que acostumbra Showmatch cada vez que comienza una temporada y que parece pretender superarse año tras año para seguir captando la atención volátil del público televisivo. Una tras otra fueron pasando distintas coreografías, intercaladas con diversos juegos de luces, vestuarios, músicas de fondo. Los bailarines se reemplazaban como muñecos, donde quedaba claro que lo importante era la cantidad antes que la calidad. También se iban sucediendo, entre todo eso, distintos cantantes que hacían un playback desfachatado, donde la figurita principal fue Lali Espósito. Viendo ese tren artístico interminable noté algo raro: todos los vagones eran distintos y no tenían conexión uno con otro. La muestra más clara de este cambalache es la ensalada musical que juntó temas de Spinetta, Cerati y…¡Tan Biónica! en un mismo número, donde tanto los cantantes como los bailarines vestidos de blanco parecían hacer todo al tuntún.
Como el vecino rico de la cuadra que quiere probar su riqueza tirando fuegos artificiales a mansalva a las doce de la noche, Tinelli nos revoleó por la cabeza rutinas, coreografías, efectos digitales, pantallas gigantes -entre muchas otras cosas- para demostrarnos que simplemente puede hacerlo. Una vez terminado eso, empezó el programa propiamente dicho con la misma intención: sobarle el ego a Marcelo Hugo. No voy a seguir aburriéndolos contádoles todo lo que pasó. Quien esté interesado en una crónica objetiva -como si eso existiera- puede revisar cualquier portal de noticias y/o espectáculos. Quiero solamente destacar dos cuestiones.
La primera es el extremo que puede alcanzar The Tinelli Show en su intención de rondar como mosca la figura del empresario. Como si fuera lo más natural del mundo, Tinelli expone a su hija menor de edad a actuar dentro del programa con un único propósito: hablar bien de él mismo. ¿Qué diríamos si un político en campaña hace eso? ¿Populismo? Bueno, Tinelli lo hace porque puede y es impune. Como si nadie lo alabara todo el tiempo, se da el gusto casi atolondrado de poner a su propia hija para cumplir ese rol.
Lo segundo que quiero resaltar, y siguiendo la idea de impunidad, es lo que me pareció más grave aún. Tinelli quiso demostrar ante todos que su poder es incuestionable, invitando a los tres candidatos que -repito: supuestamente- mejor miden en las encuestas a presidente. Todos sabemos que Showmatch no es un programa político (es decir, de contenido político), más allá de todas las bajadas de línea con las que cuenta -cualquiera que haya visto el lunes el programa se habrá dado cuenta-. A pesar de eso, se plantea como lo más natural que los tres aspirantes a ocupar “el sillón de Rivadavia” aparezcan en ese programa, hablen livianamente de cualquier cosa, suelten su discurso prefabricado por agencias de marketing y se vayan para su casa después de besarle el anillo al Rey Marcelo. Incluso, como si ya no fuera suficientemente pornográfico, todos le prometían -más o menos disimuladamente- entregarle el cargo de presidente de la Asociación del Fútbol Argentino (AFA), cargo por el que Tinelli y sus secuaces vienen haciendo lobby hace tiempo.
The Tinelli Show arrancó y nunca se sabe para donde puede encarar, como Messi. Desde el lunes, el poder económico sonríe como el gato de Cheshire. En un plano estrictamente personal, ver todo eso me descolocó completamente, viendo de donde poder agarrarme. Una aclaración: con esto no hablo ni de baja ni alta cultura, para eso lean a José Pablo Feinmann y sus ladrillos de 400 hojas, de los cuales no me hago cargo. Lo que me perturbó fue ver la obscenidad con la que el que tiene plata puede hacer lo que quiera: ya sea haciendo lucecitas de colores y venderlas como algo de alto nivel artístico, o someter al poder político, ese que supuestamente gobierna el país y elegimos nosotros, a agachar la cabeza frente a millones de espectadores en busca de su bendición.
FUENTE DE LAS FOTOGRAFÍAS: Exitoína (Perfil)