Mis certezas desayunan dudas.
(El libro de los abrazos)
La muerte de Eduardo Galeano nos duele en toda Latinoamérica. Creíamos, quizás, que quien soportó el exilio y los años, quien se rebeló frente a la voz oficial con gritos revolucionarios, nos acompañaría por un sinuoso camino hasta ver los resultados de su largo y trabajoso andar. Palabras suyas resuenan con fuerza hasta hoy, con motivo de compromiso y convicción, como aquellas que en 1976 decían en ocasión del cierre de la revista cultural y política Crisis frente al advenimiento de la dictadura cívico-militar argentina: “Fue un largo acto de fe en la palabra humana solidaria y creadora (…) Por creer en la palabra, en esa palabra, Crisis eligió el silencio. Cuando la dictadura militar le impidió decir lo que tenía que decir, se negó a seguir hablando”. Estas palabras le valieron un nuevo exilio hacia la costa catalana. Pero son estas palabras, también, las que atravesaron la historia y renovaron el vigor de la lucha política en el campo cultural. Y esto es apenas un decir del escritor uruguayo a quien, permítaseme homenajear, tanto debemos y poco podemos devolver a través de un corto discurso.
Mundialmente conocido por ser el autor de «Las venas abiertas de América Latina» (1971), la puerta de entrada al mundo intelectual para muchos jóvenes y para varias generaciones de latinoamericanos, Galeano excedió sus textos y se convirtió en un héroe para los desesperanzados y una fuente de inspiración para nuestras sociedades devastadas por el miedo y el terror. Fue la primera piedra que se arrojó para romper el silencio. No parece justo que nos haya dejado quien se ha pasado su vida luchando contra todo tipo de injusticias. Si para él era necesario recuperar el pasado para construir el futuro, será para nosotros necesario recuperar todo su legado, revisarlo y estudiarlo, y partir de ahí seguir avanzando en la ardua tarea que él comenzó: luchar por una América Latina unida contra la adversidad, contra las presiones extranjeras, contra la visión eurocentrista del mundo. «Al fin y al cabo, somos lo que hacemos para cambiar lo que somos», y esto es lo que no debemos olvidar.
Es por eso que el temor que nos trae su muerte es el temor al olvido. Y hoy temo, más que nunca, que con la partida del escritor uruguayo se pierda también su voz y se enmudezcan sus palabras. En un mundo donde cada vez se afianza más la lucha política y económica de los países centrales y periféricos, en donde los fenómenos migratorios no cesan su flujo y las reacciones xenófobas y etnocentristas se vuelven cada vez más fuertes, en donde se pierde la memoria local por un presente fugaz y universal, es necesario releer la historia y extraer de ella las lecciones que supone entenderla como la maestra de la vida. Eduardo Galeano pulió las herramientas para que, desde ahora y en adelante, las tomemos en nuestras manos y asumamos la responsabilidad que nos ocupa en la construcción de significaciones sociales a partir de nuestras férreas creencias. Nos legó, también, la enseñanza de que la lucha política es siempre una lucha cultural, y que esa lucha nos pertenece hasta el punto de ser la batalla que nos acompañará hasta la recta final. Y debemos defender esa batalla hasta la muerte.
“¿Qué tal si empezamos a ejercer el jamás proclamado derecho de soñar?”. Esa será la pregunta que nos guiará como una luz en la oscuridad. También nuestras certezas se alimentarán de dudas, y esas dudas serán el motor de un sólo sueño. Prometemos no dejar de caminar. Prometemos construir el camino con compromiso y responsabilidad. Prometemos no olvidar ese delirio utópico de bondad. Es el sueño de una América Latina libre, como él la añoraba, el que hoy corre como un torrente de vida por nuestras venas y nos impulsa a seguir andando hasta el horizonte y ver cumplida esa hermosa utopía de libertad.