Si en estos días se dan una vuelta por la zona del Village Recoleta podrán ver curiosos grupos de gente haciendo interminables filas, hablando de cine, respirando cine, sudando cine por los poros. Se trata del BAFICI (Buenos Aires: Festival Internacional de Cine Independiente). Alejémonos de ciertas posturas que intentan inhibir el acercamiento del mal llamado “vulgo” a estas salas, bajo la presunción de que en esas butacas sólo encontraremos gente freak, con intereses freaks, rodeados de amigos freaks, de paladar freak, que sólo gustan de expresiones freaks. Corrámonos de esa visión simplificadora por un momento –las críticas a este tipo de festivales abundan– e intentemos comprender el fenómeno tanto como nos sea posible. Lo cierto es que el BAFICI constituye una gran oportunidad para despertar nuevos intereses cinematográficos en los neófitos, y también para satisfacer la voracidad de los cinéfilos quienes, a lo largo del año, no tienen demasiadas chances de ver propuestas alternativas al mainstream hollywoodense.
La propuesta es recorrer lo visto, sin el descaro de hablar sobre lo desconocido. Se trata de tres documentales pertenecientes a distintas secciones del festival, cada uno con intereses peculiares sobre distintos temas y una fuerte impronta de sus directores en la artesanía audiovisual.
Citizenfour. Dirigido por Laura Poitras y presentado en la sección Panorama. Este film ha ganado recientemente el Oscar al Mejor Documental. Sin lugar a dudas, el caso Snowden ha capturado la atención de la opinión pública a nivel mundial. Edward Snowden, ex empleado de la NSA y de la CIA, fue testigo privilegiado del descarado espionaje que los Estados Unidos llevan a cabo no sólo sobre sus ciudadanos sino sobre los habitantes del resto del globo. Frente a tamaño cargo de conciencia, el joven decidió correr el velo y sacar a la luz estos secretos, para dar cuenta de una de las mayores contradicciones de quienes se presumen los máximos defensores del sistema democrático. Siendo el derecho a la privacidad uno de los grandes pilares de las democracias liberales, una invasión de estas características se convierte en la paradoja de estos tiempos. El documental atrapa por su contenido (de indudable relevancia para todo aquel que se sienta interesado por el futuro de las democracias occidentales), pero no registra en sí mismo un gran valor cinematográfico; es extenso y, por momentos, demasiado monótono. Edward Snowden se contacta con Glenn Greenwald (por aquel entonces bloguero y periodista independiente), con el periódico inglés The Guardian y con Laura Poitras, a los efectos de difundir su denuncia. La directora sigue sus pasos hasta Hong Kong y registra el encuentro en un cuarto de hotel. Snowden jamás sale de allí, pues eso significaría poner en riesgo su propia vida. Frente a las restricciones que una arquitectura de este estilo presenta a la hora de la realización audiovisual, la directora bien podría haber echado mano de recursos alternativos para presentar la historia con mayor impacto y, así, poder estimular el interés del espectador que se sostendrá pese a todos los obstáculos gracias a las sorprendentes revelaciones de Snowden. Sin dudas, este documental deslumbra por la contundencia del discurso del joven informático, quien a la edad de 15 años fue reclutado para trabajar en las agencias gubernamentales y que hoy se revela para dar algo de transparencia a un sistema que presenta demasiadas opacidades y escasas virtudes. Buen film para pensar el rol de los Estados Unidos en la disputa mundial por el poder, una disputa que deja de serlo si los actores no se encuentran en igualdad de condiciones. Parece ser que la metáfora del panóptico vaticinada por Orwell en su célebre 1984 se ha concretado finalmente, pero por el oeste.
Sleepless in New York. Dirigida por Christian Frei y presentada en la sección Pan Doc Suizo. Este documental tiene como tema central las consecuencias del amor no correspondido; en principio, un tema más que interesante para ser abordado desde lo audiovisual. El director se propone una búsqueda de corazones desesperados en medio del bullicio rutinario de la ciudad de Nueva York. Cuelga un par de cartelitos en postes y estaciones de subte, y logra dar con tres casos de personas desesperadas a causa de un abandono que no han podido superar. Los protagonistas se contactan con el director y ofrecen sus historias, lloran, abren su corazón y mendigan alguna caricia reconfortante. La presentación de estos tres casos está sustentada por la investigación de una antropóloga que indaga sobre el tema desde una perspectiva eminentemente científica. Por momentos resulta interesante, pero el exceso de análisis clínico le quita algo de fuerza poética a una cuestión tan subjetiva como el amor. El planteo audiovisual, sin embargo, es atractivo: hay un buen empleo de angulares en las tomas del subte, presentando un cuadro grotesco y algo tragicómico de los rostros pensativos y meditabundos de los pasajeros. Hay que decir que esos planos, tal vez, comunican mucho más que el erudito discurso antropológico, nos dicen algo importante sobre ese extraño padecimiento que constituye el amor no correspondido. La mirada que propone el director cuando se deja llevar por su intuición es mejor que la óptica forzada del discurso científico, cuya única utilidad parece ser la de otorgarle al tema una legitimidad que no requiere por tratarse de un universal.
Seymour: An introduction. Dirigido por Ethan Hawke y presentado en la sección Música. Gran hallazgo de Hawke, que en su tercer film como director se propone retratar a Seymour Bernstein, un famoso pianista que decidió abandonar los conciertos y presentaciones públicas para dedicarse a la enseñanza de su instrumento. El documental nos muestra los vínculos del músico con sus alumnos, amigos y colegas, pero también expone su concepción del arte en relación con la vida. Un trabajo exquisito, de una gran sensibilidad, que logra calar profundamente en el corazón de esta historia de vida, a tal punto que el director llega a poner en cuestión su propia relación con la actuación a partir de las charlas con Seymour. Este anciano es, además, un gran protagonista: tiene la sensibilidad de los mejores artistas, un potente discurso propio del maestro sabio que nos atrapa de inmediato y un particular sentido del humor. Esta película nos habla de la música, del arte en todas sus formas, de la búsqueda de plenitud humana en contraposición a la voraz persecución del éxito, de los temores del músico y, finalmente, de la rebelión de Seymour frente a un sistema que nos obliga a correr detrás del éxito pero que no nos permite detenernos ni un minuto a pensar en el verdadero placer, en el goce auténtico, en la plenitud. Un film que invita a la reflexión con una cuota de ternura, gran humanidad y música excelsa.