El pasado jueves 2 de abril se produjo en Kenia una verdadera masacre en la cual miembros de la milicia Yihadista Somalí Al Shabab asesinaron a 148 personas en la Universidad de Garissa, cerca de la extensa y conflictiva frontera entre Kenia y Somalia. La gran mayoría de las víctimas eran estudiantes de dicha universidad, muertos por profesar la fe cristiana en un territorio que de acuerdo a los Yihadistas pertenece a la comunidad musulmana. Pero en el trasfondo del atentado nos encontramos con algo mucho más profundo, que data de una “silenciosa” guerra entre el grupo anteriormente mencionado y el gobierno de Kenia.
Silenciosa porque hasta el día del ataque a la universidad yo desconocía el gran conflicto desatado en la región e imagino que no soy el único. Se estima que los ataques de Al Shabab en Kenia han superado las 400 víctimas desde el 2013 hasta el día de hoy, en represalia a la presencia de tropas kenianas en Somalia. De esta manera, además del enfrentamiento religioso, está latente un enfrentamiento geopolítico ya que los ataques Yihadistas son parte de una represalia en contra de la intención del gobierno de Kenia de instaurar un estado wahabí en Somalia. Como consecuencia del atentado en la Universidad de Garissa, la Fuerza Aérea keniata bombardeó las bases de Gondodowe e Ismail de Al Shabab en Gedo, al sur de Somalia, debido a que, de acuerdo al gobierno de Kenia, aquellos serían los puntos principales desde donde parten los ataques de la milicia Yihadista. Aún no trascendió el número de muertes del contraataque.
Nuevamente los extremismos político-religiosos se hicieron presentes en forma de balas, sangre y muerte, y entiendo que quienes no estuvieron lo suficientemente presentes ante este terrible suceso fueron los medios masivos de comunicación. Es innegable que este es un conflicto intrincado, que atraviesa montones de aristas que tienen que ver con lo político, lo religioso, lo étnico y lo cultural, pero a pesar de cuán complejo sea el asunto no deja de resultarme alarmante la escasa información que se brinda al respecto. A pocos días de ocurrido el hecho, las menciones mediáticas del atentado se disipan y son cada vez más tenues. A su vez, considero preocupante lo poco que se ha difundido el atentado a través de las redes sociales, a pesar de que está clarísimo que una cosa lleva a la otra y que el (no) tratamiento de la noticia en los medios masivos de comunicación repercute en su (no) difusión a través de estos nuevos grandes medios como lo son, por ejemplo, Twitter y Facebook.
Si comparamos este atentado con el que fuera realizado en contra de la revista francesa Charlie Hebdo el 7 de enero de este año, queda en evidencia que el tratamiento mediático y la adhesión al repudio fue infinitamente mayor en este último caso, abriendo un debate que aún hoy se sigue llevando adelante. Atención, con esto no estoy intentando minimizar el atentado a la revista francesa ni tampoco estoy queriendo decir que aquella tragedia no debería haber sido repudiada. De hecho yo mismo me pronuncié a favor del popularizado “Je suis Charlie” considerando que ningún colega periodista debería morir por hacer su trabajo. Por supuesto que, luego, es pertinente discutir acerca de si la sátira política y religiosa es correcta o no, acerca de hasta dónde llegan los límites del mal o bien llamado “humor” satírico y de la gran responsabilidad que los profesionales de prensa tienen como comunicadores sociales y forjadores de opinión púbica. Aun así, cometer un crimen a causa de la tapa de una revista es un extremo que, creo yo, no se debería alcanzar jamás.
Ahora bien, volviendo al conflicto entre Kenia, Somalia y al asesinato de los 148 estudiantes, ¿no sería bueno que en la época del “Yo soy…” también alcemos nuestras voces por los chicos y chicas kenianos que fueron brutalmente masacrados? En lo que va del año millones de personas en el mundo fueron Charlie y miles de personas en Argentina fueron Nisman (por poner un ejemplo más cercano a nuestra realidad), pero al mismo tiempo me pregunto cuántos han dicho que son los estudiantes desaparecidos en México y cuántos serán los que digan que son los estudiantes kenianos.
Lamentablemente estoy lejos de esperanzarme con la útopica idea de un mundo en paz. Siento que todos esos “correctos” valores que la sociedad intenta transmitirnos desde chicos se corrompen rápidamente por culpa de la misma sociedad que no respeta esos mismos valores que pretende inculcarle a sus hijos. O peor aún, a veces llego a creer que todos esos valores en realidad no existen y que son simplemente una pantalla para mantenernos a todos “tranquilos” y a raya del famoso “status quo” de turno, que cuando es despojado y reemplazado por otro no tarda demasiado en volver a convertirse en una suerte de régimen similar al anterior. Y así andamos, naturalizando atrocidades, horrorizándonos con lo que los medios dicen que nos tenemos que horrorizar, e ignorando determinadas tragedias a veces por desinformación y otras tantas por desconocimiento.
Considero que las redes sociales cambiaron y continúan cambiando el mundo a medida que avanza la tecnología. Por eso confío en que los propios usuarios de las redes pueden marcar la agenda con sus me gusta, sus retuits y sus publicaciones compartidas. Seamos los que los medios de comunicación masiva no son, seamos los que recordemos a las víctimas que otros fácilmente olvidan.