Los olvidos colectivos

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En alguna conversación con sus amigos, él estará diciendo: “¿Pero ustedes vieron cómo iba vestida? ¿Vieron cómo se pintó la boca? ¿Escucharon cómo me hablaba? Ella se lo buscó”. Escribir esto me llena de dolor. Datos estadísticos del Observatorio de Femicidios demuestran que el 25% de las mujeres argentinas son víctimas de la violencia de género y que el 50% pasará por alguna situación violenta en algún momento de su vida. Daiana García es el nombre de la protagonista de una película de terror y todas las mujeres nos sentimos identificadas con ella. Es el nombre conocido que se suma a la lista de los miles de nombres desconocidos de las mujeres desaparecidas y víctimas de una sociedad de valores machistas. Y lo que más me duele es que ya no me sorprenda el hecho de que incluso hoy, en pleno siglo XXI y ante desenlaces como estos, todavía revivan en las bocas de montones comentarios milenarios de una sociedad patriarcal y retrógrada: comentarios pasados por agua y por sangre.

Los discursos que circulan en la sociedad reflejan los modos de pensar del común de la gente. Y lo más importante es que los discursos que se oficializan en un momento y en una sociedad particular, determinan también los modos de actuar de las personas. Esto es así porque el lenguaje y las acciones son parte de un mismo ciclo que se retroalimenta y se contamina. Por más esfuerzo que hagamos, no los podemos separar. Por eso hay que ser concientes a la hora de hablar, a la hora de opinar, a la hora de repetir o de hacer circular discursos como éstos. Por eso es necesario revisar la información que nos llega, compararla y convertirla en reflexión personal. Por eso es obligación que este triste episodio sea un llamado para un cambio social, para que todas las hijas que todavía quedan por nacer no vivan en un mundo en donde se pide “la educación de la mujer” en valores machistas, y para que este planteo no sea considerado por temor a ser abusadas, agredidas o asfixiadas. Si se alza una voz, que sea la de los gritos de todas las mujeres hartas de estar paralizadas por el miedo, y que esa fuerza se transforme en lucha política y en visibilidad pública para conseguir un cambio profundo en el status que ocupa la mujer dentro de la repartición de los roles sociales.

Pero no quiero sumarme a la lista de críticos pesimistas. Daiana García tenía 19 años y era mujer. Si quería dirigirse a una entrevista de trabajo, o a la casa de una amiga o de un novio, o a un boliche, o si simplemente quería caminar por la calle, nada de eso realmente importa. Daiana García fue otra víctima de la violencia de género, y eso es todo lo que se debe saber. Hay que evitar que su caso muera, como muchos otros, en el tacho de los olvidos colectivos. Si calláramos por un momento, podríamos oír el murmullo de algunas suaves voces. Son las voces de todos los que (todavía con un poco de pereza) comienzan a gritar y a rebelarse contra esa sociedad que hace siglos les oprime los valores humanos, y junto a ellos, los derechos humanos. Lo que me llena de esperanza es que, contra el discurso repetitivo y cosificador, se alcen estas voces que dejan de estar adormecidas y, junto a ellas, el espacio de los nuevos medios que les permite expresarse desde la opinión, porque ningún periodismo, por mucho que lo pretenda, puede ser objetivo. Y ningún humano debe ser deshumanizado. Tomemos esto último como una obligación humana, y luego, como una obligación cívica y moral.

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