Entrevista a Nelly Schmalko, actual propietaria del departamento donde viviera Julio Cortázar en su juventud, antes de radicarse definitivamente en París. La socióloga, investigadora y docente universitaria cuenta la solidaridad que tuvo el escritor hacia ella para que la compra pudiera realizarse y su presencia constante en el departamento del tercer piso de José Artígas 3246, en el corazón del Barrio Rawson. “El gesto que tuvo él fue muy importante y siempre me interesa destacarlo” relata Schmalko. El encuentro con el escritor en 1983, la importancia de mantener viva la memoria de Cortazar en lo que fuera su vivienda y los ofrecimientos que tuvo para convertir el lugar en una atracción turística: “no me interesa volverlo un negocio, quererle sacar dólares a los turistas”, sentencia. (Fotos de Bernardo Cornejo)
La fachada monumental del viejo edificio llama la atención dentro del Barrio Rawson. Enfrente de una plazoleta decorada sugestivamente con rayuelas hechas con tiza, se encuentra lo que fuera la vivienda de la familia Cortázar desde 1932 hasta 1977, en la que el escritor vivió durante su juventud y volvía en sus visitas bonsai al país una vez ya instalado en París. Nelly Schmalko, la actual propietaria del departamento y quién la comprará a la madre de Cortázar, abre las puertas del departamento ubicado en el tercer piso del gigante de Artigas 3246. Una luz generosa y el ruido de insectos y pájaros entran por la ventana, haciendo olvidar que uno se encuentra a metros de la avenida San Martín, en plena Capital Federal. La biblioteca que perteneciera al escritor sigue en el departamento, al igual que la pequeña habitación que el adolescente Julio habitara alguna vez con su metro noventa y pico. Ambas- la biblioteca y la habitación- tienen nuevos huéspedes. Schmalko, socióloga egresada de la Universidad de Buenos Aires, sabe que vive en un lugar especial, con un fuerte peso simbólico, por lo que no tiene problemas en charlar con amantes de la obra del escritor, entre las que se considera parte.
– Cuando decidiste comprar esta casa, no sabías que pertenecía a la familia Cortázar. ¿Te acordás que te había interesado de la vivienda?
– Habíamos empezado a buscar un lugar con más naturaleza, sobre todo porque en esa época vivía en el centro y con un hijo y otro en camino, buscábamos algo distinto pero no encontrábamos ningún barrio que nos gustara, donde me hallara. Recuerdo que fuimos por Flores, Caballito, pero no me gustaba nada. Un día paseando por Agronomía, encontramos este barrio que, quizás hoy esté más naturalizado, pero de por sí es muy raro. Lo primero que ví fue un jacarandá en flor, todo lila y celeste, enfrente del departamento que tenía un cartel de «en venta». «Ahí quiero vivir» dije, y así empezó todo: el lunes a la mañana llamé a la inmobiliaria y al mediodía ya estaba conociendo el lugar por primera vez. Cuando vi la casa me encantó, es muy grande, muy cómoda. Además era muy económica, ya que no tenía ascensor y otros elementos modernos que se valoraban en la época, ese anhelo de alcanzar “el modo americano de vida”. Era un cinco ambientes a un precio de un dos ambientes, para plantear un paralelo.
– ¿Cómo te enteraste a quién pertenecía ?
– Me acuerdo cuando el representante de la inmobiliaria tocó el timbre y dijo «¿Señora Cortázar?”, yo pensé que era coincidencia, porque a pesar de que no es un apellido muy común, me parecía rarísimo. Pero sí, cuando abrió la puerta Memé (Ofelia Cortázar), la hermana, era igual a él, también alta, no tanto como él de todas formas, pero tenía los mismos rasgos, era impresionante. Después, ni bien entré, había un hall con todas fotos de Julio y yo era fanática ya de la obra. Era la época en la que los jóvenes leíamos mucho a Cortázar, sobre todo Rayuela, era un paradigma que nosotros buscábamos, ese tipo de vida en los márgenes del sistema, como búsqueda. Esos personajes eran muy convocantes, formaban parte de la construcción de la subjetividad de nuestra generación. A partir de ahí, con la madre (María Herminia Descotte de Cortázar) empezamos a hablar desde otro lugar. Ella ya era una persona mayor y no podía subir o bajar los tres pisos hasta el departamento y se quería mudar y me dijo «yo te la quiero vender, vos lo conocés a Julio de cierta manera, sería bueno que vivieras vos acá». Así empezó el largo año que llevó la compra de esta casa.
– Justamente eso te quería preguntar, la compra de la casa tuvo algunos inconvenientes, pero Cortázar tuvo un rol fundamental en que la transacción se hiciera. ¿En qué consistió?
– En principio la compra era conflictiva porque se necesitaba el aval de Julio en la compra y nos manejábamos a través de un apoderado. Me acuerdo que en ese momento él estaba en África, viajaba mucho, y además en ese año, 1977, con la dictadura cívico-militar en el poder, Cortázar no podía ingresar al país. El gesto que tuvo él fue muy importante y siempre me interesa destacarlo: en ese momento del país hubo un fuerte proceso inflacionario de la mano de Alfredo Martínez de Hoz y el valor de la propiedad también se disparó. Entonces a la familia de Cortázar también le había subido el precio del departamento al que se querían mudar, por lo que necesitaba la diferencia económica. Yo sólo contaba con el dinero inicial, por lo que me había resignado. Entonces la madre recibió una carta escrita por Julio diciéndole que como él había dado su palabra, y la demora había sido por su culpa, él ponía la diferencia que hacía falta. Es decir, a mí me mantenía el precio acordado originalmente y a la familia le pagó la diferencia para comprar el nuevo departamento. Me acuerdo que era un diferencia de unos 50.000 pesos de la época, aproximadamente.
“Mi querida Oferlia:
Contesto con mucho atraso tu larga carta que tanto gusto me dio leer. En ella me contabas con todo detalle la mudanza y la instalación en el nuevo departamento, y gracias a vos puedo hacerme una idea muy clara de cómo es el nuevo bulín y la forma en que mamá y vos están arreglando las cosas para sentirse cómodas y vivir mejor que en Artigas.
(…) Las sumas que exigió la compra del departamento han sido un golpe bastante fuerte para mis finanzas, pero eso no importa pues sigo trabajando y no pasará mucho sin que pueda organizar un envío regular de esfuerzos.
(…)Bueno hermanita, que estas líneas las encuentren bien, que todo esté marchando bien en el bulín (empezando por el bendito ascensor) y decile a la gordita que ahora no tiene excusas para no darse unos paseos por el barrio aunque sea para comprar el diario.” Carta a Oferia Cortázar. París, 7 de abril de 1977.
– ¿Cómo fue a partir de ese momento tu vínculo con la familia Cortázar?
– Ahora hablando, me doy cuenta que no guarde mucho registro del vínculo que tuve son la familia. A los 20 años uno está más interesado en vivir la vida que en guardar registros de lo que vive. De todas formas, yo tuve mucha relación con ellos, iba una vez por semana a su nuevo departamento a llevarle la correspondencia que me llegaba a mí, hasta que Julio falleció. Cortázar recibía cartas de todos lados del mundo constantemente, y ella me pidió si se las podía alcanzar. A mí me encantaba charlar con ella además, no tenía ningún problema. Ya me había armado una suerte de rutina: tenía un día a la semana en el que dejaba a los chicos e iba sola para allá. Ella me mostraba muchas fotos, me contaba historias, sobre todo de la época del vínculo de Julio con Aurora Bernárdez, que es lo que más tenía ella.Yo nunca le pedí una foto, simplemente lo vivía, era algo que me gustaba mucho. La madre de Cortázar era una señora muy culta, tomábamos té y charlábamos, a pesar de que no coincidíamos mucho en los análisis del país y la actualidad Argentina.
– Claro, a diferencia de Julio, la familia Cortázar era un tanto conservadora.
– Por lo menos tenían esa distancia con todo lo que sea un gobierno popular. Yo creo que de alguna manera perteneció a cierta especie de visión de clase, aunque ella no perteneciera a ahí. La madre en realidad era una trabajadora que pudo comprar este departamento a través de la Ley de viviendas baratas (NdeE: Ley Nacional n.º 9677 en el año 1915, gracias al impulso del diputado conservador cordobés Juan Cafferata, que dió lugar a la Comisión Nacional de Casas Baratas), que eran viviendas para trabajadores. De todas formas, era una mujer muy agradable, muy cálida, no se generaban diferencias como se podría pensar ahora. Después, cuando empezó a no haber cartas, yo fui espaciando las visitas y un día no fui más. Ella vivió varios años más, falleció en 1993.
– El año pasado fue declarado «El año Julio Cortázar» por cumplirse el centenario del nacimiento del autor, ¿como lo viviste vos?
– El año pasado leí todo lo que tenía de él de vuelta, hasta Rayuela, porque estaba muy movilizada. En sí, en lo que yo puedo contribuir es muy poco, reconstruir alguna parte pequeña de su vida, hablar del departamento, de la biblioteca que dejó y sigue estando acá. Sí puedo contar que me pasó algo muy curioso: con el paso de los años la presencia de Julio acá se fue naturalizando cada vez más, pero el año pasado hubo más presencia que nunca de Cortázar en el ambiente. Yo pensaba en esto del azar, en cómo el azar atraviesa tu vida y va marcando direcciones y otros acontecimientos, y justo cuando se cumplen cien años, su presencia fue tan movilizante y Bernardo Cornejo (ver:Entrevista a Bernardo Cornejo: “Con la fotografía uno termina interpretándose a sí mismo” ) te lo puede decir, nos pasó que estábamos de visita en cierto punto. Además, cada persona que venía aportaba sus historias, sus proyectos, su pasión con la que lo recordaban. Algunos son estudiosos que se saben absolutamente todo. Una anécdota interesante es que la biblioteca se la llevaron por un tiempo a la exposición al Museo Nacional de Bellas Artes y eso generó en el departamento un vacío enorme, porque es lo único que quedó de la época de Julio en la casa, lo demás se fue modificando cuando yo fui modificando mi ambiente, agregándole mi propia historia al departamento. Nosotros amamos siempre esta casa, alguna vez pensé en mudarme por cuestiones prácticas y mis hijos no me dejaron, por ejemplo.
– Vos tuviste un solo encuentro con Cortázar, que fue en 1983, en la última visita que hizo al país. ¿Qué recordás de ese encuentro?
– Fue unos meses antes de que muriera, en diciembre, y él falleció en febrero de 1984. Me acuerdo que me sorprendió porque estaba muy flaco, un poco deteriorado, sobre todo con la visión que tenía yo que era sólo por fotos. Julio estaba con un grupo de gente en el nuevo departamento de la madre y la hermana en Pedro Lozano y Nazca, cerca de este departamento de Artigas. Estaban hablando sobre ese asunto que Alfonsín supuestamente no lo quería recibir y entonces él se separa del grupo y me pregunta sobre «el viejo de arriba» que se llamaba Dante, porque ese señor era el que le permitía practicar en la terraza cuando tocaba la trompeta. Yo estaba muy emocionada, para mí fue mi escritor favorito durante muchos años. También me pasó de redescubrirlo con el libro de Diego Tomasi (Cortázar por Buenos Aires, Buenos Aires por Cortázar, Seix Barral, 2013), que es un gran libro, porque yo pienso qué difícil escribir sobre esto sin que te aburra tanto dato. Sin embargo, me divertí mucho con ese libro, porque se entrecruza todo lo literario, lo fantástico, con lo biográfico, lo que también me llevó a releer muchos de sus cuentos.
– Hay una anécdota que aparece en el libro Cortázar sin Barba de Eduardo Montes-Bradley, en el que se cuenta cuando le pusieron el nombre «Julio Cortázar» al tramo de la calle Espinosa que recorre el Barrio Rawson, lo hicieron porque pensaban que él había vivido sobre esa calle, y no sobre Artigas. Vos estuviste ahí, ¿te acordás que pasó?
– Sí, me acuerdo. Acá en la esquina hay una casa vieja que antes era el almacén del barrio, el almacén de Don Enrique, al que le pasó por encima el neoliberalismo. Era el único almacén que había en el barrio, así que todos iban ahí. Hoy ya ni tenemos ese almacén. Se pensaron que Cortázar vivía en ese lugar, fue muy insólito, iban a poner ahí la placa, hasta que una señora les avisó donde vivía en realidad.
– Teniendo en cuenta la curiosidad y el atractivo que genera este departamento, ¿tuviste algunas ofertas o propuestas económicas para volverlo un lugar más turístico?
– Sí, tuve propuestas como la de poner un restaurant para extranjeros «que venían a cenar a la casa de Cortázar». Otras más culturales como para hacer eventos de lectura, pero todos eran muy mercantilistas. Es una duda que tengo. Está bueno que la gente que ama a Cortázar se acerque a este departamento, sobre todo después de la dictadura, donde la figura de Julio fue bastante dejada de lado. Los únicos que se acercaban eran los estudiantes de letras y yo los dejaba que se acercaran, a veces algunos se quedaban horas sentados frente a la biblioteca. La primera nota para un medio masivo fue la de Víctor Hugo Morales, que por esa época tenía un programa que se llamaba «El espejo», allá por principios de los 80′. Un día, también, me llamó un sueco porque su novia estaba haciendo en España un doctorado sobre Cortázar y él le quería regalar un viaje a Argentina y hacerle conocer la casa. Yo claro, les dije que sí, les compré un vino y los dejé solos, me puse en el lugar de la chica obviamente. Por otro lado, no me interesa volverlo un negocio, quererle sacar dólares a los turistas, todo eso no está bien, ya no sólo en un sentido moral, sino que realmente sea gente que le importe Cortázar, que les sea importante para ellos. A mí la vida me dio este departamento, que trajo situaciones inesperadas, y es mi forma de devolverlo. Yo nunca acepté ninguna propuesta de negocio, que es una forma de respetar lo que Cortázar hubiera querido. Él amaba mucho a esta casa y al barrio.
– Ya que nombrás al barrio, todo el que lo habitó alguna vez o lo visitó, lo describe como un lugar especial, una suerte de refugio dentro de la Capital ¿Vos cómo lo definirías al barrio?
– Es una suerte de refugio, pero el neoliberalismo lo cercó. En el barrio cuando yo recién me mudé, había una relación de vecindad, de barrio, de colaboración entre vecinos, interacción entre nuestros hijos. Todo fluía mucho más en ese sentido de vida barrial. Era un barrio de maestros, de clases más humildes. Ahora hay todo un recambio de clase, donde habita más la clase media/media-alta. Yo siempre dije que pude estudiar y terminar mi carrera porque vivía en este barrio. Sociología la retomé con la democracia, porque los militares habían cerrado la Facultad de Sociales, y esa trama vecinal de cooperación me facilitó mucho todo. Después, con los años, empecé a trabajar lejos del barrio, lo que me alejó un poco, salvo con amigos de toda la vida, desde chiquitos. En el 2001, con la toma de la lechería en la calle Caracas al 700, estuvo la iniciativa de buscar colaboración entre los vecinos del barrio y trabajar con la gente del asentamiento. También siempre hubo y hay disputas con la Universidad de Buenos Aires por lo que se hace con Agronomía, donde cada vez tenemos menos acceso allí y siempre fue parte nuestra. Nos fueron cerrando distintos accesos, cercándola. Este barrio es una isla en Buenos Aires, acá no pueden construir porque es patrimonio histórico por la Ley de Casas Baratas, pero está cada vez más cercado y Agronomía cada vez más restringida. Es un concepto de «ciudad de cemento» de la gestión de Mauricio Macri: donde hay un espacio verde, se pone cemento, donde hay algo histórico, se cambia por algo de cemento. En Villa del Parque se puede ver que las antiguas casas ahora son edificios enormes. Es un concepto de ciudad con poco respeto por la idiosincrasia de los lugares y hacia la gente que elige vivir en ellos.