Daniel Riera: «Vi desigualdad en términos de vida o muerte»

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Daniel Riera es un periodista y escritor argentino nacido en 1970. Hincha fanático de Lanús, su amor por este club y por el fútbol fueron el puntapié inicial de un viaje desde Buenos Aires, Argentina, hasta Tijuana, México, sólo por tierra. Apasionado de las letras, Daniel logró unir sus dos profesiones escribiendo en diversos medios de comunicación y publicando libros de novelas y de crónicas. “Buenos Aires – Tijuana. Un viaje” pertenece a estos últimos. Dueño de una mirada entrenada, Riera nos lleva por América Latina mostrándonos una enorme diversidad que, a la vez, forma parte de un todo unificado.

En diálogo con nostros, Daniel habló de la experiencia de escribir un libro tan particular como interesante.

 

¿Cómo fue que surgió la idea del libro?

En el año 2006, Lanús había clasificado a la final de la Copa Sudamericana. En la otra semifinal iban a jugar el Deportivo Tolima de Colombia y el Pachuca, de México. No sé por qué se me hizo que iba a llegar el Tolima, pero la cuestión fue que hice una gestión para ver si podía ir a Colombia a ver un partido. Yo había escrito para una revista colombiana y quería ver si había alguna excusa para poder ir. Entonces me dijeron que si yo quería ir en bus, y hacer una serie de crónicas con eso, que con gusto me lo pagaban. Finalmente, el Tolima perdió con el Pachuca, pero yo ya había acordado de palabra e hice el viaje.

Ya en Colombia, me propusieron ampliar el viaje hasta Tijuana, México, una idea que ya  antes se había sugerido. Lo que pasó fue que justo en ese momento empezó a tomar fuerza un proyecto de George W. Bush, que quería poner un muro de concreto en la frontera que separa México de los Estados Unidos, reemplazando esas chapas horrorosas que hay ahora, cosa que no se hizo pero que hubiera sido más espantoso aún. Entonces, el proyecto tenía la idea simbólica de llegar al lugar hasta donde nos dejaba el Imperio.

 

Justamente, el tema de las chapas de Tijuana era algo que te quería preguntar. A lo largo del libro hay muchas referencias a esas chapas, a verlas, a tocarlas. ¿Por qué pensás que tienen tanto peso simbólico?

Bueno, las chapas no son simbólicas, son bien reales. Mataron a mucha gente que intentó cruzarlas, había una torre de vigía en San Diego. Para muchos mexicanos y guatemaltecos, tienen con Estados Unidos una especie de idealización, como que es una tierra prometida. A mí me cuesta pensarlo de esa manera porque no me gusta ir adonde no soy bienvenido. Pero muchos lo ven como la posibilidad de una vida mejor, de una salida laboral. Me parecía que en este fanatismo por proteger una frontera, el Imperio estaba mostrado estupidez. De simbólico tiene bastante poco: es una cosa bien concreta, bien tangible, bien horrorosa. Y cuando íbamos a la playa y veíamos una fila de hierro que atravesaba el mar… esa imagen particularmente demuestra hasta dónde puede llegar la imbecilidad del ser humano.

 

Después del viaje, ¿podrías decir qué es América Latina? ¿Qué es lo que une la diversidad?

Yo creo que son muchas más las cosas que nos unen que las que nos separan. En todos los países de América Latina, a medida que yo iba pasando, veía un recelo hacia el país vecino. Pero a la vez veía una serie de costumbres, de afinidades, de problemas sociales, de lógicas constitutivas, calidez, que a mí me hacían sentir en casa en cada país al que iba, cosa que no me ocurrió las veces en las que estuve en Estados Unidos. Uno percibe una identidad latinoamericana, la serie de afinidades es infinita. A veces cuesta tomar distancia y verlo, el manejo de la información global, del cual todos somos víctimas, nos mantiene alejados. Vivimos con naturalidad un manejo de la información que no tendría por qué ser así. Bueno, de alguna manera, este pequeño esfuerzo solitario sirvió para romper un poco el aislamiento.

 

Se suele decir que se aprende cuando una viaja. ¿Qué aprendizaje te dejó este viaje?

En cada lugar por donde pasé aprendí algo, el viaje me dejó mucho deseo de que se repita, de volver a pasar por esos lugares, de conocer lugares nuevos. Fue una experiencia absolutamente inolvidable, yo tengo ganas de que vuelva a ocurrirme.

Una de las cosas que aprendí de mí es que a los cinco minutos de estar en un lugar nuevo se me pasa el miedo que pudiera sentir. Eso es algo que aprendí sobre mí. Por ejemplo, cuando llegamos a Lima, salimos de la terminal, nos subimos a un taxi y justo hubo una especie de apagón en toda la ciudad. Fue muy impactante, después de tantos días de viaje, llegar a una megalópolis así y que pase eso. Pero a los cinco minutos se nos pasó: nos relajamos, dejamos las valijas en el hotel y estaba todo bien. Algo similar pasó cuando llegamos a Turbo, Colombia, un lugar con una población donde la mayoría de la gente es negra, se nos clavaron los ojos de todo el mundo. Pero nada, son cinco minutos de adaptación al lugar nuevo, y después está todo bien.

 

¿Qué fue lo que más te chocó, te enojó, o te dio bronca?

Muchas cosas me impactaron. Vi la desigualdad social marcada en términos de vida o muerte. Por ejemplo, cuando estábamos en El Salvador, en un barrio de funerarias populares donde vendían ataúdes para pobres, entrevisté a una señora dueña de un local y me decía ‘la prensa dice que son las maras las que matan gente. Pero no es tan así: el Estado mata gente, la policía también’. Es un lugar común lo que voy a decir, pero se ve cómo el capitalismo se cobra vidas.

 

¿Qué fue lo más curioso que te pasó?

Cuando llegamos a Tijuana nos fue a encarar un tipo de la Oficina de Turismo y nos preguntó qué estábamos haciendo. Como no sabíamos a dónde íbamos a parar, le preguntamos por un hotel más o menos barato. Nos mostró con un planito y nos dijo los lugares a los que podíamos ir. Y nos dijo: ‘no vayan a Revolución y Coahuila’. Fuimos a los lugares que nos dijo, y terminamos en Revolución y Coahuila, exactamente. Cuando estábamos ahí, salimos a la calle  y había un apuñalado.

 

Finalmente, querría terminar preguntándote por el principio. ¿Cómo llegaste al periodismo y a la escritura?

Nunca tuve dudas respecto de las cosas que quería hacer. Desde la escuela primaria que hablaba de ser escritor y periodista. Mi viejo tenía una distribuidora de libros, así que había libros en casa, y a la vez compraba diarios y estaba suscripto a distintas revistas. Entrado en la secundaria, vi que había como distintas especificidades en los distintos oficios, y yo pensaba que tenía que optar por uno. En cuarto año, una profesora de la secundaria nos dio el libro “La aventura de Miguel Littín clandestino en Chile”, de Gabriel García Márquez. Era un libro fascinante, que me dejó la idea de que no había que andar eligiendo, que las dos cosas podían ser una misma. Muchos años después lo conocí a García Márquez y le conté esto, que yo no sabía si dedicarme a la literatura o al periodismo hasta que leí el libro. “Es que es lo mismo, querido”, me dijo él.

Daniel-Riera

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