Por Laura Gómez
¿Imaginan a Johnny Depp haciendo las compras en el chino? ¿O a Christian Bale enjuagando sus medias en un fuentón? Difícil tarea. Podríamos imaginarlo pero, ciertamente, la gran “máquina-Hollywood” atenta contra esas libertades de ensueño. Y es que cuesta imaginar a Johnny en una tarea que no sea la de podar arbustos o asaltar barcos ingleses, y es raro imaginar que Bale haga otra cosa además de salir de noche a combatir el crimen o guiar al pueblo israelita fuera de Egipto.
Paradójicamente, la industria del cine suele pregonar libertades pero durante años se ha limitado a encasillarnos en cierta manera de ver cine, en cierto tipo de expectación. Y esta última palabra no es para nada azarosa. Al “expectar” (el verbo no existe pero, ya que estamos, imaginemos que sí) no sólo miramos cine sino que esperamos algo de esa experiencia, tenemos ciertas expectativas acerca de lo que vamos a ver en pantalla. La mayoría de nosotros estamos acostumbrados a (y educados para) ver ficciones y esperar algo de ellas. Por lo general, buscamos allí lo que a nosotros nos falta, aquello que deseamos y quizás jamás podremos alcanzar; buscamos algo que venga a llenar nuestros vacíos. Entonces nos contentamos con las aventuras de piratas y nos regocijamos al saber que –al menos en el mundo ficticio– existe un enmascarado anónimo dispuesto a acabar con el crimen organizado sin nada a cambio (tal vez porque ya lo tiene todo). Estamos demasiado acostumbrados a mirar al cine “desde abajo”, a idealizar a sus personajes, a envidiar sus aventuras, su ropa, sus joyas, sus dólares, su audacia, sus vidas. Pero, ¿qué pasa cuando vemos en pantalla a personas comunes y corrientes? ¿Qué ocurre cuando del otro lado hay seres, lugares y hechos de lo más ordinarios, tan ordinarios que hasta nosotros mismos podríamos ser los protagonistas de la historia? ¿Qué pasa cuando el régimen de expectación nos descoloca, cuando aparece un elemento disruptivo que cambia todas nuestras percepciones y quiebra lo trillado?
Esto es, en parte, lo que un documental puede llegar a producir en el espectador. Ya no hay personajes extraordinarios o superhéroes; hay personas. Ya no hay locaciones majestuosas ni decorados artificiales; hay sitios naturales y ordinarios. Ya no hay sucesos trascendentales sino pequeños episodios de la vida cotidiana. Pero como ya he dicho, no estamos demasiado acostumbrados a (ni educados para) ver este tipo de films. Lo he comprobado en alguna que otra cena cuando, frente al zapping detenido en algún documental proyectado por INCAA TV, Encuentro o I-sat, alguien suelta: «Cambiá. Es un documental. ¡Nos dormimos!». Por supuesto, deseo concedido y velada en paz. Un tiempo atrás, yo misma podría haber sido la autora de ese imperativo. Pero, ¿qué es lo que nos asusta de los documentales? ¿Aburrirnos o acaso vernos a nosotros mismos en el espejo? Porque de eso se trata; de seres comunes y corrientes, de hechos cotidianos, de lugares por los que quizás pasemos todos los días. ¿Qué es lo que nos asusta entonces? Se nos presenta un modo distinto (nuevo) de hacer/ver cine, y como todo lo nuevo, nos da pánico. ¿Qué vamos a encontrar ahí, en esos documentales? Probablemente nada que no hayamos visto antes, a lo mejor algo que hemos visto cientos de veces pero sin demasiada atención. Este género nos permite eso justamente: pararnos frente a lo ordinario y mirarlo de nuevo, de otro modo. El documental supone un reencuentro con nosotros mismos y nuestras percepciones porque es –de todos los géneros– el más cercano. No temamos entonces.
Toda esta introducción está destinada nada más que a una recomendación. Se trata de un evento que podría llegar a ser una buena puerta de entrada al mundo del documental para quienes no lo frecuenten, y una propuesta tentadora para los fanáticos: la 3º Semana de Cine Documental Argentino, que se llevará a cabo del 11 al 17 de diciembre en el Cine Gaumont (Espacio INCAA Km 0) ubicado en Av. Rivadavia 1635. Todas las funciones se realizarán a las 21 hs., y los sábados habrá doble función (a las 19 y a las 21 hs.). El ciclo se abrirá con la proyección de El Mercado, de Néstor Frenkel, una película que retrata la historia del Mercado del Abasto, hoy devenido en un shopping comercial, y el cierre estará a cargo de la ópera prima de Mayra Bottero, La lluvia es también no verte, que se sumerge en las memorias de los sobrevivientes del incendio de República de Cromañón, del cual se cumplirán 10 años el próximo 30 de diciembre. Además se proyectará una producción extranjera (Invasión, del panameño Abner Benaim). Los otros títulos de esta edición serán: Arreo, de Néstor “Tato” Moreno; Bronces en Isla Verde, de Adriana Yurcovich; Equipo verde, de Alejandra Almirón; Los Anconetani, de Silvia Di Florio y Gustavo Cataldi; y Proyecto mariposa, de Sergio “Cucho” Constantino.
Sin dudas esta es una buena oportunidad para acercarse no sólo a otro tipo de cine sino también a un descubrimiento y –por qué no– a un reencuentro con nosotros mismos.
Consultá la programación en: https://japen.in/campaigns/iii-semana-del-cine-documental/