En estos días la democracia en la Argentina cumplió su periodo más largo de existencia ininterrumpida. Sin dudas esto es un hecho más que destacable y, sobre todas las cosas, beneficioso para todos sus habitantes, debido a que sus décadas anteriores se vieron cargadas de constantes pausas, avances, retrocesos y sobre todo una gobernabilidad completamente inestable por el fuerte poderío militar y de las clases más poderosas.
El 10 de diciembre de 1983 terminó uno de los períodos más oscuros que vivió nuestro país. Sin embargo, muchas de sus secuelas, principalmente económicas y sociales, perduran hasta hoy. Es claro que los procesos no acaban de un día para el otro, sino que es necesario un ejercicio constante de cuestionamiento a los mismos para no repetir, por ejemplo, un modelo económico profundizado luego de la dictadura y que explotó en su máxima expresión en la crisis del año 2001.
El 10 de diciembre de 1983 terminó uno de los períodos más oscuros que vivió nuestro país. Sin embargo, muchas de sus secuelas, principalmente económicas y sociales, perduran hasta hoy.
En este sentido, es necesario recordar que la palabra democracia debería estar acompañada de derechos para todos sus ciudadanos. Si bien se han hecho importantes avances en distintas áreas, muchos de estos no corren de la misma forma para todos: parece obvio mencionarlo, pero no se debería aceptar tan naturalmente.
Importancia de la verdad, memoria y justicia
La última dictadura militar además de dejar el rastro más sangriento de la historia argentina, se ocupó de romper sistemáticamente con los lazos sociales que la forjaban. Es indudable pensar en el fuerte quiebre que existe, el pozo que se abrió en aquella larga noche de 1976. Dicha grieta no pasa por ser K o no serlo, pasa desde aquel momento por la ruptura que se vislumbró en la propia sociedad, el miedo, el conformismo y el largo silencio que aún persiste en un amplio sector.
En el proceso que se vivió durante el último gobierno de facto, no sólo se buscó redistribuir el poder a los sectores más convenientes según el ojo militar, sino que el país sufrió una gran modificación económica en lo que respecta a su modelo predilecto de acumulación, es decir, forma de producir con la cual el país sale adelante. Las relaciones se resquebrajaron, la cuestión política e ideológica se banalizó hasta tal punto de resignarnos hoy simplemente a hablar de izquierdas o derechas, sin profundizar sobre cada una de ellas. Y no sólo eso, además de asesinar, perseguir, secuestrar y desaparecer a una gran parte de la generación de jóvenes de aquel momento, se quitó la identidad de muchos de sus hijos, robando así la identidad de todo un pueblo.
¿Qué nos implica como sociedad la recuperación de los nietos?
Cada vez que se recupera un nieto, cada vez que las conferencias de prensa de las Abuelas de Plaza de Mayo se transmiten por los medios de comunicación, cada vez que se suma un número a la lista de los que son encontrados, nuestro país recupera un poco de su identidad que aún queda anclada en aquella larga noche.
La recuperación de los nietos no es algo que quedó en el pasado, ni es una problemática que debemos olvidar. Hay 400 personas que no saben su identidad, y eso como sociedad nos marca una huella imborrable. No podemos permitir que nos digan que debemos dejar de vivir del pasado. ¿Quién quiere que se olvide? Si hay muchas personas que aún no conocen su identidad.
Gracias al trabajo de todos los organismos de derechos humanos que trabajan día a día por recuperar un poco de nuestra historia podemos sumar 116 nietos recuperados. Pero no debemos olvidar que de 500, sólo se recuperaron 116. Esto quiere decir que la lucha y el trabajo aún persiste.
Gracias al trabajo de todos los organismos de derechos humanos que trabajan día a día por recuperar un poco de nuestra historia podemos sumar, muy recientemente, 116 nietos recuperados (ver nota Nieto 116: el triunfo de la verdad). Pero no debemos olvidar que de 500, sólo se recuperaron 116. Esto quiere decir que la lucha y el trabajo aún persiste.
Romper el pacto de silencio
Sin dudas esta semana trajo muchas novedades en materia de derechos humanos, una de ellas fundamental: es la primera vez que un genocida rompe el pacto de silencio en el que se mantuvieron los militares desde la vuelta a la democracia.
En el proceso de los juicios por crímenes de lesa humanidad (ver nota Los juicios son ahora), en la megacausa La Perla, el ex militar Ernesto Barreiro confesó tres posibles lugares de enterramientos clandestinos de personas, donde estarían algunas víctimas de ese centro, y presentó un listado de 25 personas que estarían en aquellos lugares.
Más allá de los datos de esta importante declaración que recorre los portales de noticias, es fundamental comprender que dicha información era algo que aún permanecía oculto y sesgado por las personas que llevaron a cabo aquel plan sistemático, por ello es que los desaparecidos siguen desaparecidos. Para poder cerrar, en cierta medida, uno de los hechos más cruentos que sucedieron en aquel período es necesario encontrar sus cuerpos.
Y Jorge Julio López…
Sin embargo, como mencionamos los derechos humanos no están abarcando a toda la población. Casos de gatillo fácil, desapariciones forzadas de personas y la desaparición de Jorge Julio López yendo a declarar por los delitos de lesa humanidad, son los casos que deberíamos recordar cada vez que hablamos de, por ejemplo, inseguridad.
Casos de gatillo fácil, desapariciones forzadas de personas y la desaparición de Jorge Julio López yendo a declarar por los delitos de lesa humanidad, son los casos que deberíamos recordar cada vez que hablamos de inseguridad.
Es claro que, sobre todo dentro de la institución policial, aún persisten estructuras de la última dictadura militar. La persecución, la tortura y la desaparición no es algo del pasado para muchos sectores y jóvenes vulnerables de nuestra sociedad (ver nota Luciano Arruga: sólo era un pibe más del conurbano). La violencia institucional que existe en nuestro país es increíble, es realmente algo a poner todo el tiempo en discusión, analizar y no ocultar, dónde siempre son los mismos los que salen perdiendo: los pobres.
Julio López es uno de los casos más emblemáticos de la desaparición en democracia -que insisto no es la única- y, también uno de los hechos que reaparece cada vez que hablamos de democracia, derechos humanos y la última dictadura militar. Dicho esto, debería ser una invitación para recordar que los procesos políticos no son dados, sino que son una construcción que se debe seguir fortaleciendo con la participación de nosotros como ciudadanos y con el grito continuo de justicia frente la desaparición, la tortura y la muerte.
No debemos olvidar la consigna Nunca Más, no como frase hecha, sino para experimentarla en todos los aspectos de nuestras vidas. No por eso debemos dejar de reconocer lo construido, pero es algo que debemos seguir exigiendo a nuestros representantes políticos, a las organizaciones de derechos humanos, y a nosotros mismos como sociedad civil, siendo responsables y críticos frente a una estructura que incluye a unos y excluye a otros.