Mauro Lo Coco (Villa Santa Rita, Buenos Aires, 1973) es docente de la Universidad de Buenos Aires y de la Universidad Nacional de Lomas de Zamora. Coordina talleres de escritura desde 1997. Entre sus publicaciones se encuentran “Niño Cacharro”, “Ricardo Gravitando” y “18 éxitos para el verano” y actualmente prepara “Mi sabiduría es arruinarla”. En sus textos, como en su semblante, se mezclan el habitus de una clase media con el argot del lunfardo, una vida de excesos con la sabiduría del Tao. La experiencia de vida junto con la inocencia desprevenida del niño.
Por Sofía Gómez Pisa*
-¿Por qué la poesía?
-Porque sí. No hay ningún motivo. No tengo tampoco la pretensión de hacerlo. Es una fatalidad, en todo caso, porque había mejores negocios. Pero uno es un inútil incorregible, como las flores.
-¿Cómo fue tu acercamiento a la escritura?
-La escritura me llegó de grande. Hasta los 19 años no tuve ninguna inquietud relacionada con la escritura. En casa se valoraban mucho los libros, aunque no se leyera tanto. Durante mi infancia, mi padre quiso obligarme a leer un libro por mes primero, por año, después. Fracasó siempre. Según él, la lectura nos iba a sacar de pobres. Yo pensaba lo mismo del fútbol. Nos equivocamos los dos. Aprendí a escribir con la revista El Gráfico. Me emocionaban las crónicas de los partidos épicos, accidentados, en los que ganaba el débil. Todavía puedo recordar una crónica de Natalio Gorín sobre una vez que le ganamos (soy de San Lorenzo) 1 a 0 a Independiente en Avellaneda sin Director Técnico. Por eso me anoté en la carrera de Ciencias de la Comunicación, porque creí que ahí me podría convertir en periodista deportivo. Pero en la primera materia de la carrera, descubrí la literatura. Ahí, por mis docentes, descubrí que podía escribir. Jamás se me había ocurrido, pero me gustaba mucho que me valoraran por algo, así que seguí insistiendo. De a poco me fui entusiasmando, al principio era jugar. No estaba para nada dentro de mis expectativas.
-¿Cuál es tu innovación y tu protesta?
-Es muy difícil responder esta pregunta. Protesta, seguro que ninguna. Vengo de la clase baja, o clase media baja, según quien la defina. El hecho es que viniendo de ese mundo, te acostumbrás a que nada te corresponde, de modo que nada exigís. No me gusta la protesta, me gusta la acción. Para ser más preciso, me gusta la acción destructiva. Como todavía queda mucho por destruir, no me preocupa todavía qué sustituiría eventualmente a eso que se puede romper. Respecto a la innovación, no hago investigación de mercado para saber qué podría hacerse que no se haya hecho todavía. Soy un sujeto original como cualquier otro. Supongo que si me dedico a hacer lo que sólo yo puedo hacer el resultado va a ser innovador.
-¿Utilizás el mismo proceso creativo que cuando te iniciaste?
-No. Me voy adaptando. Ahora soy viejo y tengo obligaciones. Por suerte todo el tiempo que perdí escribiendo cuando era un desocupado lo capitalizo ahora que tengo poco tiempo porque me ocupé. Vale decir, hoy tengo pocas horas para dedicarle a la escritura, pero sin dudas son más fértiles. De todas maneras, hay rituales: me gustan las 2 de la tarde, el mate, fumar, investigar un poco sobre lo que estoy escribiendo, buscar música acorde. Después cada libro te va llevando por mecanismos diferentes. Por ejemplo, el libro que estoy escribiendo ahora se escribió todo en manuscrito y en el tren. Creo que cuando esté más avanzado voy a entender un poco mejor por qué sólo lo puedo escribir en tránsito. Me parece que en mis procesos de escritura hay una invariable relación con la locación donde trabajo. Pero no sé si es el libro el que me lleva ahí o viceversa.
-¿Es verdad que de poetas y de locos todos tenemos un poco?
-A ver, si es por la poiesis, como hacer creativo, la tenemos todos. Ahora, el punto es cómo negociar eso con la alienación de la vida social, que está atravesada política y económicamente por las relaciones de poder. En general, quien vive en una sociedad capitalista vive constantemente el desafío de no enajenarse primero y alienarse después. Contra esas dos cuestiones peleamos todos los días. Si sale bien, capaz que tenés algo de arte, o de poeta, o de sano. Si sale mal, posiblemente tengas algo de loco y te receten psicofármacos. Si sale peor, te encierran. De todos modos, puede salir pésimo y que seas una persona que es feliz con su trabajo.
-¿El proceso académico de estudiar Comunicación te acercó a la poesía?
– Sí, un poco. Al menos me acercó a la literatura, como señalé antes. Después, creo que la carrera de Comunicación está muy poco relacionada con el arte, lamentablemente. No creo que sea su objeto primordial, sin embargo es un campo bastante relegado como objeto de reflexión. Sin embargo, hay mucho material bibliográfico, especialmente teórico, que se puede extrapolar con bastante naturalidad al campo artístico. Pero es una operación que puede realizar alguien que ya está más o menos desarrollado en alguna disciplina. Veo bastante difícil que la carrera acerque el arte al alumnado. Aunque si me pasó a mí, seguramente le puede pasar a muchos.
– “18 éxitos para el verano” hace pensar en los álbumes musicales de los 70’…
– Es que en un punto, es un veranito de los ’70. Ese es el imaginario que conduce el libro. No he reflexionado mucho sobre él, pero se me ocurre que es un libro sobre el imaginario de la clase media y la forma en que ella observa su propia decadencia a partir de los ’90. Creo que el libro narra a través de diferentes voces ese hundimiento que tiene algo trágico, porque es gente que usa las categorías de su victimario para explicar su condición de víctima o para victimizar a alguien todavía más débil.
– ¿Cuál fue la alegría más grande que te dio la poesía?
– La alegría de tener una vida absolutamente irregular, imprevisible y disfuncional. La poesía me volvió intrépido, desprejuiciado y amoral. ¡Como para no agradecerle! Sin dudas que tiene sus contratiempos, pero no me puedo quejar. A esta hora, cuando tenía 22, estaba vendiendo planchas puerta por puerta. Hoy me estoy tomando un café y hablando de algo tan esotérico y ridículo que parece joda que sea una profesión.
-¿Cuál es el destino de la poesía argentina?
–No soy profeta. El destino de todo siempre es bajo tierra. Además, no sé ni siquiera qué es la poesía argentina. No sé si le hace bien a la poesía tener una identidad. De hecho, bastantes problemas me genera el nombre poesía, porque agrupa tantas cosas diferentes que al final no sé si define algo. Y creo que es mucho más poderoso aquello que no se puede nombrar.
Por Sofía Gómez Pisa
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