Querida Estela:
Ante todo me presento. Mi nombre es Agustín Capsala, tengo 22 años y nací y me crié en el barrio porteño de Villa Urquiza. Con el permiso de mis compañeros de La Primera Piedra, aprovecho este espacio construido por un grupo de estudiantes-amigos para escribirte, sabiendo que esto difícilmente llegue a tu alcance, pero creyendo que quizás algún lector pueda sentirse identificado con esta necesidad que siento de expresar lo que me dejó la hermosa noticia de que por fin te vas a poder encontrar con Guido. Me tomo el atrevimiento de tutearte porque a mi abuela jamás la traté (ni la trataré) de usted y hoy más que nunca vos sos (aunque para mí ya lo eras) un poco la abuela de una gran cantidad de nietos y nietas argentinos que te adoptamos como tal.
En cierto punto creo que, al estar todo el país hablando de Guido, de Laura y de vos, estas palabras puede que estén de más o que simplemente ya seas consciente de todo lo que yo puedo llegar a decirte desde este humilde lugar. Pero aun así y de todos modos quiero primero felicitarte y luego agradecerte. Felicitarte, claro, porque después de tanto camino recorrido, de tantos años de lucha y de tantos logros obtenidos, por fin alcanzaste ese sueño que poco a poco se fue convirtiendo en una posible realidad que muchos argentinos queríamos verte cumplir. Así como vos acompañaste, junto con todas las demás abuelas, la búsqueda de 113 nietos recuperados, son muchísimas personas (más de las que vos te podrías imaginar) las que te acompañaron (aunque sea con un simple sentimiento de anhelo) en la búsqueda del tuyo, del nieto número 114, y esto se debe a que tu historia, Estela, es especial. Por supuesto que con esto no quiero decir que todas las demás historias no lo sean (por favor no me malinterpretes), porque sinceramente considero que cada una es única y tan valiosa como cualquier otra. Pero vos, abuela, te convertiste particularmente en un ejemplo para todo un país que después de la última dictadura militar tuvo que seguir escribiendo su historia con ese pasado oscuro e imposible de olvidar a cuestas, tan injusto como doloroso, tan imperdonable como irreparable. Y es allí, a partir de ese ejemplo en el que te convertiste, de donde nace esta necesidad que tengo de agradecerte.
Como te dije al principio, yo tengo 22 años. Nací en el ’92, siendo parte de la generación de hijos de la democracia. Todo lo que nosotros sabemos de la dictadura viene de la escuela, la universidad, los libros, los medios de comunicación o de lo que nos contaron en casa nuestros familiares. Creo que de ahí en más cada uno se involucra (o no) como puede y/o como quiere con el pasado que le tocó vivir a nuestra sociedad, sacando sus propias conclusiones al respecto de lo sucedido. Pienso que, desde nuestro lugar, lo menos que podemos hacer los integrantes de esta generación post dictadura militar es mantener viva la memoria con el respeto que las víctimas se merecen, para no permitir bajo ningún punto de vista que otro régimen como el del ’76 obtenga el consenso ni la hegemonía que le permitan repetir algo semejante. Personalmente considero que, afortunada y oportunamente, es enorme la cantidad de jóvenes que nos rehusamos al olvido y ayudamos a mantener latente el nunca más ya sea, por ejemplo, marchando a la plaza en cada 24 de marzo o celebrando, como hoy, el encuentro de otra abuela de pañuelo blanco con su nieto perdido. Y aquí quiero destacar que poco me importan las banderas políticas si de la memoria se trata. Mejor dicho, sí me importan porque celebro la pluralidad en la militancia (lo que a mi entender significa que los argentinos hemos podido volver a participar plenamente de la política), pero el punto es que me da igual si los que marchan por los desaparecidos son de tal o cual partido o de ninguno, porque lo que realmente me importa es el hecho en sí mismo: que se marche, que se recuerde, que no se olvide. Por todo esto te agradezco a vos, Estela. Porque es, en parte, gracias a vos que marchamos, recordamos y no olvidamos. Porque sos un pilar fundamental en la incansable lucha por la verdad, la memoria y la justicia. Porque si hoy somos cada vez más los jóvenes que homenajeamos a los desaparecidos es principalmente gracias a tu lucha, a la de las abuelas y a todo ese amor inigualable que las mantuvo siempre de pie en medio de tanto dolor. Dicen que la única lucha que se pierde es la que se abandona y ustedes nunca abandonaron a sus nietos, ni tampoco a todos nosotros, los hijos de la democracia, que necesitábamos del ejemplo de personas como ustedes para creer en todos esos valores que defienden desde hace tanto tiempo.
Ya pasaron más de 36 años de aquel 26 de junio de 1978 en el que Laura dio a luz a Guido en el Hospital Militar de Buenos Aires. Como es sabido un día antes la selección Argentina se había consagrado campeona mundial de fútbol tras vencer a Holanda por 3 a 1 en el estadio Monumental. De esta manera, así como el nefasto de Videla le entregó la copa del mundo al equipo argentino, un día después alguien (vaya uno a saber quién) le entregó a tu Guido a una familia que no era la suya. Pero a pesar de que todo el tiempo perdido no se pueda recuperar, hoy estoy feliz por vos, Estela, por Laura y también por Guido. Porque ese trofeo lleno de vida que te arrebataron hace 36 años hoy vuelve a estar a tu alcance y hace las cosas sean por lo menos un poquito más justas. Te deseo que el encuentro con tu nieto sea como siempre lo soñaste y que puedas brindarle todo ese amor que sabemos que tenés guardado para él.
Gracias por tantos años de lucha, esfuerzo y dedicación. Y gracias también por demostrarme que todo es posible si sale del corazón.
Te envío un gran abrazo con todo mi afecto y espero que podamos seguir sonriendo por más reencuentros como este.
Agustín. Nieto de mí amada abuela, Clotilde Florio, que también me considero un poco nieto de Estela y de todas las Abuelas de Plaza de Mayo por la gran admiración que tengo para con ellas.