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La balsa de la Medusa (en francés: Le Radeau de la Méduse) es una pintura al óleo hecha por el pintor y litógrafo francés del Romanticismo Théodore Géricault entre 1818 y 1819. La pintura fue terminada cuando el artista tenía menos de 30 años y se convirtió en un ícono del Romanticismo francés. Es una pintura de formato grande (491 cm × 716 cm) que representa una escena del naufragio de la fragata de la marina francesa Méduse, que encalló frente a la costa de Mauritania el 5 de julio de 1816. Al menos 147 personas quedaron a la deriva en una balsa construida apresuradamente y todas ellas, excepto 15, murieron durante los 13 días que tardaron en ser rescatadas. Los supervivientes debieron soportar el hambre, la deshidratación, el canibalismo y la locura. La balsa fue rescatada por la nave Argus únicamente, ya que no hubo ningún intento de búsqueda de la balsa por parte de los franceses. Este incidente se convirtió en una enorme vergüenza pública para la monarquía francesa, recientemente restaurada en el poder después de la derrota definitiva de Napoleón.
Un pequeño relato del incidente:
Matthieu, apoyado contra el mástil de la balsa, tallaba una madera con su cuchillo. Intentaba darle forma, transformar ese trozo de naufragio en una muñeca para su hija, una muñeca que jamás le iba a poder obsequiar. Miró a su alrededor, los que quedaban seguían ocupados en sus tareas. Jacques probaba suerte con la pesca, Henri seguía discutiendo consigo mismo, el marinero escrutaba atento el horizonte.
Matthieu había dejado de mirarlo hace días. Ahora, solo concentraba su vista en la balsa y en sus integrantes, era lo más seguro. Había perdido toda esperanza y ver tanta agua le daba sed. Rió para sus adentros, morir de sed rodeado por kilómetros y kilómetros de agua era, sin dudas, paradójico. Trató de no pensar en ello y retomó su tarea. Tallar esa muñeca lo mantenía ocupado. Era una excusa para abstraerse de la realidad, para intentar abandonar el pensar y el sentir. Estaba cerca de terminarla cuando consideró darle un mejor uso al cuchillo, pero su espíritu enflaqueció como ya había ocurrido una y otra vez. Se sintió avergonzado de haber tenido el coraje necesario para matar y sobrevivir pero no para morir. Era un tonto, lo único que hacía era prolongar un viaje sin sentido.
Ella también lo era y hacía lo mismo. Se podría haber quedado cómoda con su familia, pero su ímpetu juvenil la llevó a seguir un barco. Al mirar a aquellos hombres lo único que vio fue hambre y muerte. Se le revolvió el estómago y, sin dudarlo un segundo, descargó el vientre. Matthieu se tocó la cabeza sorprendido. El marinero ya estaba gritando y agitando su camisa roja frenéticamente. La gaviota regresaba al Argus.