«A la poesía no se la define, se la reconoce», sostiene Fabián Casas parafraseando a Alberto Girri. Considerada muchas veces como la hermana menor de la industria editorial o simplemente como un género que empieza a entrar en desuso, surge esta serie de entrevistas a poetas y referentes del ámbito de la muchas veces invisibilizada poesía nacional. Catalogado como uno de los máximos referentes contemporáneos, el autor de libros como Tuca, El Salmón y El horla, inaugura el ciclo de «¿Qué es la poesía?» (Foto: Lucio Ramírez)
Sobre el autor
Fabían Casas nació en Buenos Aires en 1965. En 1990 publicó el primero de sus 6 libros de poesía: Tuca. Trabajó durante muchos años como periodista en distintos medios y formó parte del grupo 18 whiskys. Actualmente es columnista en Perfil. Sus poemas fueron leídos con un gran interés a lo largo del continente y fueron traducidos a distintos idiomas como el inglés, alemán y francés. También publicó libros de ficción (Ocio, Los Lemmings y otros) y de ensayos (Ensayos Bonsai; La supremacía Tolstoi). En 2007 le fue concedido en Alemania el premio Anna Seghers por “poseer una lírica extraordinaria y ser su obra una fuente de inspiración para los autores de América Latina”.
-Para vos, ¿qué es la poesía?
-Yo siento que esa pregunta es en cierta parte improductiva pero no podemos dejar de preguntarla. La definición más exacta que yo encontré sobre la poesía, la que al menos a mí me resulta más productiva, es la que dio Alberto Girri, un gran poeta argentino que perteneció a la generación del cuarenta. El tipo decía «a la poesía no se la define, se la reconoce». La poesía vos la reconocés, y ahí se entronca también con una definición de Borges que decía que la poesía es una presencia física, como la visión del mar. No sabes qué es, pero cuando la identificás en algo te produce una sensación física. El estado de electricidad físico ante la inminencia de un proceso desconocido que se va a desarrollar, que va a irrumpir, ese es el momento poético para mí. Se puede ver en un motor de auto como Girri, en el Machu Pichu como Neruda, en la vida de clase media como Joaquín Gianuzzi.
No sabes qué es, pero cuando la identificás en algo te produce una sensación física. El estado de electricidad físico ante la inminencia de un proceso desconocido que se va a desarrollar, que va a irrumpir, ese es el momento poético para mí.
-¿Cómo fue tu primer acercamiento a la poesía?
-Yo me encontré con eso que llamo «La voz extraña» de chiquito. Había algo que me hablaba que claramente no era yo, ni era esquizofrenia, y que hacía que yo tuviera visiones. Por ejemplo un día llegué del colegio a mi casa y le dije a mi mamá que acababa de ver a un chico que le habían puesto orejas metálicas de burro y estaba en la entrada del colegio contra una pared, brillando bajo el sol por el armazón metálico de las orejas. Mi mamá me creyó y yo ahora que lo pienso en retrospectiva me puedo acordar perfectamente donde estaba ese pibe, pero evidentemente no existió, fue una visión.
-¿Vos te acordás de haberlo visto tal cual?
-Sí, yo lo ví. En la edad media la gente tenía visiones. Ahora ya no hay más visiones porque hay trabajos en contra de eso. Yo creo que esos son los momentos en los que te encontrás con la voz extraña, con algo que irrumpe y que te dice algo que no forma parte de la forma en que vos pensás, y te trae cosas de un lugar desconocido, un lugar de incertidumbre básicamente.
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-¿Cuándo empezaste a escribir? ¿En ese mismo momento?
-No, yo empecé a escribir un poco más grande, a los 11 años. Estaba en séptimo grado y mi maestro me preguntó qué pensaba hacer porque iba a repetir, no iba ni para atrás ni para adelante, me aburría mucho. Yo tuve mucha confianza en ese momento y le dije a él que me gustaba leer y escribir. En realidad nunca había escrito nada, pero sí leía mucho, me gustaba la literatura. El profesor me respondió que ya que me gustaba eso, le traiga algo que tenía escrito para ver si era sanata o no. Entonces me obligó a hacerlo. Me encerré en el cuarto de mis padres, que era muy grande; pobre pero muy grande. Había una mesa en la que podías comer prácticamente. Me senté ahí y empecé a escribir un cuento. Se llamó «Pomelo», que es un cuento que vengo desarrollándolo desde entonces a lo largo de mi trabajo. Era básicamente la historia con un amiguito de esa época.
-¿Y como siguió esa historia?
-Se lo llevé al maestro escrito a mano y el tipo estuvo una semana sin darme una respuesta. Yo pensé «listo, repetí». Un día llamó a mi mamá y dijo que iba a pasar de grado y me devolvió el cuento mío, pasado a máquina, encuadernado y dejándole espacio para las ilustraciones. Me devolvió un libro y me dijo que fuera a su casa durante el verano. Fue mi primer instructor y así empecé a escribir.
-¿Ese cuento en que derivó al final?
-Lo seguí reescribiendo en otros relatos. «El bosque pulenta» es ese cuento desarrollado con otras experiencias.
Ahora ya no hay más visiones porque hay trabajos en contra de eso. Yo creo que esos son los momentos en los que te encontrás con la voz extraña, con algo que irrumpe y que te dice algo que no forma parte de la forma en que vos pensás, y te trae cosas de un lugar desconocido, un lugar de incertidumbre básicamente.
-¿Tenés algunos poetas referentes? ¿O escritores que aunque no sean poetas te remitan a la poesía?
-Mi primera referencia fueron los chicos con los que yo trabajé en la revista 18 Whiskys. Ahí estaban Daniel Durand, Darío Rojo, Jorge Villa, Mario Varela, Laura Wittner, Juan Desiderio, Ezequiel Alemián, Sergio Raimondi. Todos ellos son mis referentes, mis contemporáneos inmediatos. Después sí, hay otros poetas también. Joaquín Gianuzzi, Daniel García Helder, Jorge Audicino, Martín Gambarotta, Alejandro Rubio. La verdad un montón de poetas, muy buenos, entre contemporáneos y de otras generaciones. También está la poesía inglesa, yo la he estudiado, como la norteamericana: Eliot, Williams, Baum, para mí fueron maestros.
-Lo nombraste a Gianuzzi, su obra tuvo mucha importancia para vos, como se puede ver en el primer poema de Pogo, la segunda parte de El Salmón (1996)
-Joaquín Gianuzzi es un autor muy importante para todos mis contemporáneos. Él es previo al movimiento objetivista que se dió acá, que tiene que ver con eso de contar algo sin que se vea un «yo», pero en Joaquín hay un yo. De cierta forma igual es un precursor, porque su poesía está llena de imágenes.
-A vos también se te suele nombrar como precursor del objetivismo en la poesía argentina
– Sí, pero no estoy muy de acuerdo. Siempre hay una teoría que intenta imponer determinados lugares. Se suele pensar que en mi poema «Paso a nivel en Chacarita» (Tuca, 1990) es un poema objetivista y yo muchas veces conté que se fue dando de casualidad esa forma final, no fue algo programático, sino fue más un trabajo contra la emoción que impregnaba ese poema originalmente. Nunca me interesó mucho de por sí el objetivismo, sí los autores que remitían a esa corriente.
Paso a nivel en Chacarita
Los chicos ponen monedas en las vías, /miran pasar el tren que lleva gente/ hacia algún lado./Entonces corren y sacan las monedas/ alisadas por las ruedas y el acero;/ se ríen, ponen más /sobre las mismas vías /y esperan el paso del próximo tren. /Bueno, eso es todo.
-La etiqueta muchas veces te puede terminar encerrando.
-Claro, puede suceder con corrientes actuales como la alt lit, donde se pueden escribir cosas muy buenas pero siempre se termina dando cuenta de lo que se espera: ser un chico aburrido en la actualidad. Eso al final termina siendo improductivo.
-A la hora de escribir, ¿tenés una rutina o un mecanismo de trabajo?
-No, escribo al tuntún total. Durante mucho tiempo no escribo nada, pero en algún momento empiezo a escuchar la musiquita y ahi vuelvo: ya sea un poema, un relato, una novela o un guión (Jauja, 2014).
-Esos silencios, que pueden ser meses sin escribir, que se producen en un escritor, ¿te parecen necesarios o útiles?
-Sí, yo por ejemplo cuando escribí Jauja me llevó un proceso de cuatro años aproximadamente. No fui para nada metódico, seguía a la musiquita que decía antes. Charlaba mucho con Lisandro Alonso, el director, que nos hicimos muy amigos. Iba viendo qué era lo que él quería, yo le hacía contrapropuestas. Yo ya veía una imagen, se la comenté, también tenía un principio de novela y de ahí sacamos lo que se podía guionar. El guión se terminó y la novela quedó inconclusa, la terminaré en algún momento. Después le pasé ese texto terminado a Viggo Mortensen y me dijo que le encantó, que lo quería actuar y producir y así se fue dando. Ya en el proceso, con su ayuda, se fueron reemplazando algunas cosas que quizás eran muy poéticas por otras más efectivas.
-Vos sostenés que la poesía más que un acto individual es una actividad colectiva. ¿A qué te referís con eso?
-Desde 18 whiskies me di cuenta de eso. Aunque en el acto de escritura en sí escribas solo, siempre lo hacés con los muertos, con los vivos. Tu trabajo siempre crece cuando lo das a conocer a otros y tomas de esos otros consejos. Además a mí siempre me dan mucho más placer los logros colectivos que los individuales: que salga campeón San Lorenzo, por ejemplo, me produce mucha más alegría que cualquier premio que yo pudiera recibir. Ese costado colectivo, social, de la poesía implica estar en estado de disponibilidad. Si vos no estás disponible te pueden pasar maestros geniales a tu lado y vos no los ves.
A mí siempre me dan mucho más placer los logros colectivos que los individuales: que salga campeón San Lorenzo, por ejemplo, me produce mucha más alegría que cualquier premio que yo pudiera recibir. Ese costado colectivo, social, de la poesía implica estar en estado de disponibilidad. Si vos no estás disponible te pueden pasar maestros geniales a tu lado y vos no los ves.
-Está la frase hecha, como un slogan del mercado edtiroial, que sostiene que «la poesía no se vende». ¿Por qué pensás que pasa eso?
-Debe tener que ver más con una cuestión de mercadotecnia, porque es una realidad que no se vende. La mejor poesía está siempre en estado de incertidumbre, y la gente no quiere comprar incertidumbre, compra certezas.
-A pesar de eso, vos sos como la excepción a la regla.
-Sí, pero tampoco es mucho. Para un libro de poesía agotar dos ediciones es bastante, pero creo que es como vos decis, solo una excepción a la regla. Con respecto a eso a mí me sirvió mucho escribir poesía durante diez años sin que nadie me de bola absolutamente. No sentirme observado me ayudó a ponerme el overol, meterme debajo del auto y ver como lo arreglás. Después, como ya te conté, mostrárselo a mis amigos de 18 whiskies. Ese momento inolvidable de mostrar algo con lo que estabas trabajando hace un mes y avanzar con sus sugerencias. Eso para mí siempre fue genial. Vivimos en un país donde el escritor no ocupa ningún lugar, y eso para mí es una bendición, sino el escritor termina hablando, hablando y hablando. El escritor tiene que escribir con la boca cerrada, dedicarse a pensar y trabajar sus cosas, después mostrarlas.
-Ya con el paso del tiempo y los distintos reconocimientos que tuvo tu obra, ¿te considerás un referente a nivel nacional?
-No pienso mucho en eso. Sí, puede ser, en un momento puedo ser un referente, después puede ser otro escritor. La verdad que no estoy pensando en eso casi nunca, no cargo mucho las tintas. Mirá, cuando yo tuve a mi primera hija, yo estaba conmocionado porque descubrí todo el backstage de la paternidad, todo eso que normalmente no ves. Entonces todo lo que habían hecho mi viejos, ese trabajo titánico, ahora me parecía mucho más grande. Mi mamá murió cuando yo era muy chico, pero mi papá vive todavía y le dije: «es increible lo que vos hiciste, no lo puedo creer». Mi viejo me respondió «no fue nada, me salió sin querer», como quitándose importancia, me pareció muy bueno eso.
-Hay algo muy curioso, que el primer libro que publicaste (Otoño. Poemas de desintoxicación y tristeza, 1988) vos lo excluís de tu bibliografía.
-Lo que pasó es que ese libro no lo publiqué yo: una muy amiga mía, Hebe Bais, compañera de la carrera de Filosofía, se quedó con el original de un libro mío. Ella lo presentó en un concurso de poesía que había en la facultad, el libro ganó y salió la publicación, que era el libro. Cuando yo volví de viaje, el libro ya había salido. Me puso muy contento, obvio, pero en sí no era algo que yo pensaba publicar Hebe la rompió, tuvo mucha buena onda, pero me parece un libro previo a empezar a escribir poesía.
-Aún así ese libro ganó el concurso, ¿qué encontrás ahí que no te gusta?
-Sí, pero los concursos no significan mucho. Lo loco es que ahora en internet los pocos que quedan los venden carísimos. Yo los compraría todos para que dejen de circular. Le tengo mucho cariño a ese libro, me parece un trabajo pre-poético, muy dominado por la emoción, pero no trabajando con la incertidumbre que es lo que tiene la poesía.
Vivimos en un país donde el escritor no ocupa ningún lugar, y eso para mí es una bendición, sino el escritor termina hablando, hablando y hablando. El escritor tiene que escribir con la boca cerrada, dedicarse a pensar y trabajar sus cosas, después mostrarlas.
-¿Cómo ves la relación de la poesía con la vida actual y las nuevas tecnologías?
-Yo vivo acá, en la vida actual. Tengo una relación con la nueva tecnología muy escueta. No uso mucho internet, no tengo redes sociales, no sé subir material a la web o esas cosas. Me tocó vivir en este momento de velocidad y yo no me aggiorné a eso. Recién tuve celular con el nacimiento de mi segunda hija. No tengo relación con ese mundo pero vivo en él. La poesía, como en el futurismo, siempre toma cosas que la rodean y las metaboliza, trabaja con eso. Sí me parecía negativo el surgimiento de los blogs, a pesar de tener ese lado muy positivo de que cualquiera pueda poner su agenda de lo que quiera hablar, que es algo muy democrático. Pero lo negativo es que muchos chicos, jóvenes, tenían blogs donde subían sus poemas y al instante ya eran observados. Eso te debilita mucho, porque terminás escribiendo para la observación. En cambio antes escribías y trabajabas sin es apreocupación, no te interesaba esa faceta que era mucho más posterior. Siempre es mejor trabajar en privado, ya sea solo a la hora de escribir o con tus amigos, tu grupo, con el que compartas tus cosas y que no sea tan importante el estadío de publicar.
-Por último, vinculado a esa relación entre poesía y nuevas tecnologías, ¿qué opinás de los nuevos movimientos como el de «Poesía Slam»?
-No puedo opinar mucho, porque no lo conozco mucho. Pienso como todas las cosas: debe haber gente que lo hace bien y otra que lo hace mal, no tengo una opinión muy formada. Sí está bueno que surja todo. Es como un nuevo formato, seguramente va a haber alguien que irrumpa ahí y que haga algo bueno. Es muy productivo cuando agarrás los grandes medios de comunicación y desvías la información, le hacés trampa a la matrix, como puede ser abrir la revista Viva y que haya una entrevista a un poeta. Podés interpelar a gente que antes no podías. A mí en particular me cuesta de por sí ir a lugar donde se recite poesía o encuentros de ese tipo.